¡¿Por qué yo quiero a Fidel?!

Yo levantaba la mano y no sabía por qué. Posiblemente porque todos los muchachos de mi grupo lo hacían también. Yo iba a la tribuna y gritaba, ondeaba banderas y miraba fijamente al Héroe, porque mi madre me educó así.

Cuenta mi madre que cuando yo nací en el año ochenta y nueve, ella pasó mucho trabajo: compraba jabones caros, me echaba aire con un cartón para que los mosquitos no me picaran, y tiempo después, antes de ir para la escuela, me quitaba de la nariz el tizne de la chismosa que nos alumbraba casi todas las noches.

Mi madre dormía con hambre para dejarme el poquito de arroz que recalentaba al día siguiente. Nos sentábamos en la sala, y cuando había electricidad, veíamos el noticiero. Yo no entendía mucho, pero ella me explicaba que el hombre grande y de barba se llamaba Fidel, y que él me mandaba la leche que yo tomaba todas las mañanas.

Mi madre fue enfermera y amó su profesión. Muchas veces la sentí desesperada, cansada, decepcionada, agotada. Conocí su fortaleza porque Cuba la preparó para ser mujer y hombre a la misma vez. La vi triste, llorosa, asustada. Pero ella siguió y luchó en aquellos tiempos duros.

Mi madre me enseñó a levantar la mano y gritar ¡Viva! Me hizo el lazo de la pañoleta hasta que yo aprendí solo; me regañó cuando cantaba el Himno con los pies separados y la mano arriba mal colocada. Me leyó Los Zapaticos de Rosa y aquello de que “tiene el leopardo un abrigo en su monte seco y pardo…”.

Mi madre me educó para que yo fuera un hombre de bien en este país imperfecto. Y me dijo: ese niño se muere de hambre en su país; esa niña no tiene medicamento y su familia es pobre para llevarla a un hospital; me mostró a la mujer que lloraba porque no tenía casa para abrigar a sus hijos, y me enseñó la foto del periódico en la que los hombres estaban vestidos de guerra.

Yo era un niño, y poco a poco entendí por qué levantaba la mano, por qué iba a la Plaza, por qué debía decir ¡Venceremos! Comprendí por qué el Héroe estaba erguido en medio del parque donde movíamos las banderas de papel. Y ahora sé por qué mi madre llora.

Mi madre me dice que ella es una vieja y que por eso, quizá yo no pueda entenderla. Yo la comprendo, sé que Fidel le enseñó el camino y ella eligió, le dijo que transitarlo sería complicado, pero ella aceptó.

Él le dio confianza y fe, un poco de libertad, un pedazo de pan, un lápiz, una libreta y después muchas oportunidades. Un día le dijo que hablara y ella habló, y lo hizo alto y sin pena delante de todos, y la escucharon y la respetaron.

Asegura mi mamá que Fidel le habló de un futuro mejor. Le confirmó que nunca estaría sola, y ella lo sintió; y dice que un día él le aseguró que siempre la Patria la contemplaría orgullosa.

 Entonces, ¿qué otra cosa puedo pedir?