¿Dónde está la belleza? Me lo pregunto a diario, más desde que soy madre. Me pregunto qué podrá darles el mundo a mis hijos para que aprendan a encontrar y encontrarse con lo sublime.
Es difícil, si la crisis económica nos vapulea, si las calles no están limpias, si la gente y la música gritan y ofenden, si las guerras masacran, si se aplaude la prepotencia, la cuenta bancaria y la ley del más fuerte.
Me pregunto, ¿será suficiente la belleza que les enseñamos en los poemas de Dora Alonso, en los textos de Martí, en la costumbre de sentarnos a la mesa siempre juntos, y en las conversaciones sobre bondad, compasión, y respeto a los demás?
Me lo pregunto, y a mi hija se le cae su primer diente. Armamos la parafernalia del hilito. Después de algunas lágrimas, la impresión del hermano por el poquito de sangre, (que se declara negado a crecer si eso implica perder los dientes), y la euforia de la protagonista, llega la hora del Ratoncito Pérez.
Amalia está entre el creer y no creer, pero se suma al juego. Llamamos por teléfono al ratón, para que sepa que hay un solo diente pero debe dejar dos regalitos, porque el hermano es inseparable en lo malo y en lo bueno.
A la mañana siguiente, dejamos el diente debajo de la almohada, y a ellos en el círculo. Lo que pasa después es a sus espaldas: salimos más temprano del trabajo, compramos dos paquetes de galleticas, escribimos la carta del Ratoncito Pérez, ponemos todo eso debajo de la almohada, recogemos el diente y dibujamos con talco un camino de pequeñas huellas encima de la sobrecama.
Nada se compara con las caras de expectación en el camino, con la ilusión al encontrar los rastros, con el descubrimiento del regalo, y con el asombro ante las palabras de un ratón que tan bien los conoce.
Lo bello está en la inocencia, en la fantasía, en que sientan que se les dedicó tiempo y amor; en que la crianza escape a la rutina y se vuelva divertida, también para madres y padres.
Es una labor de gota a gota, de día a día, de conversar sobre lo vulgar y lo feo, de explicar razones, realidades y alimentar el espíritu: esa otra hambre que no puede ser olvidada, por muy difícil que se haga el sobrevivir.
¿Dónde está la belleza? Si no está adentro, jamás será verdadera afuera. Ahí deberíamos buscarla siempre y mantenerla cual llamita siempre encendida.
Estoy convencida de que una crianza consciente y amorosa es una revolución callada para el futuro. En ello nos va la vida, así como la belleza. ¿Dónde está? Sembrémosla.
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