Este martes, 11 de febrero, es el día de las mujeres y las niñas en la ciencia. Se lo comenté por wasa a un amigo y se burló en tono categórico: “Entonces es el día de los inventos en la cocina”.
Me vinieron a la mente los inocentes cocinaítos con hierbas y cochinillas en el barrio de mi infancia y la siembra de semillas en todo tipo de vasijas, a ver cuáles darían plantas comestibles, y en parte le di la razón… Pero ¡qué va! Eso de que nosotras sólo inventamos para llenar la panza familiar es un estereotipo inaceptable a estas alturas.
Para mí, ciencia es todo lo que cuestiona el mundo, y en las primeras edades las niñas somos muy cuestionadoras, sin dudar. De cómo impulsa la familia esa curiosidad depende en gran medida quiénes somos después, o cuánta independencia y creatividad desarrollamos para insertarnos en el mundo, ¡y transformarlo!, que mucho deben la tecnología moderna en varias ramas a la ingeniosidad femenina, como nos prueba a cada rato Rubencito en su sección del personaje polémico de los miércoles en el wasapeño Senti2Cuba (escríbeme al 52164148 y te sumo).
Yo me sentía muy feliz y muuuy científica cuando descubría por mi cuenta para qué empleaba mi padre cada herramienta de su pañol, y luego inventaba sucedáneos con otros materiales menos peligrosos, o aplicaba lógica para cuestionar sus decisiones técnicas, y si mi razonamiento ganaba al suyo obtenía uno de sus tesoros originales.
De vez en cuando también mezclaba los perfumes de mis tías con talcos y jabones rayados. A escondidas, claro, porque lo que podía ganarme era un cocotazo cuando me descubrían.
Mi reino de la experimentación era el patio: colaba huevos de gallinas en las jaulas de las conejas paridas del tío, a ver qué salía de ahí, o calculaba, con una soga atada a un perchero, qué ramas de las matas de guayaba, mango y mamey del patio soportarían mi peso de escaladora compulsiva, no solo para robar frutas (las mejores, sea dicho), sino para observar desde otra altura el entorno y probar mis conocimientos de orientación en el terreno.
Por eso (y más), cuando pensaban que nadie las escuchaba, las mujeres del clan me llamaban marimacha y niña salvaje, y hasta acusaron a mi madre de “abandonarme” en la calle y no criarme como una futura esposa de bien, un estuche de mujer de uñas cuidadas y posturas bonitas.
Pero, ¿qué podía esperarse de quien dejaba a sus hijos con el padre para irse a otras provincias a buscar cierres de presa o hacer experimentos de riego? Hija de mujer de ciencia, estaba condenada a desperdiciar mi incipiente belleza…
¿O no? Una de las tías era química, licenciada en la URSS, y sus dos nenas brillaban por sus buenos modales, coquetería, novios lindos e innegable destreza para llevar una casa. El asunto de estudiar (en los libros y en la naturaleza) no era para ellas, ni para las otras primas, todas “de buen ver”.
Hasta donde sé, sólo dos seguimos rumbos universitarios, justamente en ciencias sucias, según criterio familiar: la geología, en su caso, y la agricultura en el mío. Luego ella tomó el rumbo de la informática y la gestión de empresas y yo transité por varios cauces hasta llegar al periodismo, y de su mano a la sexología.
Pero, ¿saben qué?, hagamos lo que hagamos, ambas pensamos como ingenieras para todo: la profesión, las relaciones, la familia, la vida… y el sexo, claro está, al menos en mi caso.
Sin un estudio holístico y multivariable de los fenómenos asociados a la sexualidad, y una entusiasta puesta en práctica de esos conocimientos escandalosos o divertidos (el calificativo dependía de la contraparte), hoy no podría atreverme a organizar talleres dinámicos de crianza positiva, afrodisiacos, autoestima erótica, penetración sin erecciones, identidades en cambio, historia de la sexualidad y un montón de otros temas que poca gente se atreve a mezclar con espiritualidad, artes y ciencias duras, como las matemáticas, la neurología, la física cuántica…
Que mis padres me permitieran cultivar el espíritu científico más allá de los libros fue un regalo decisivo para todas las décadas y oficios llegados después, y sin dudarlo es el pilar de mis atrevimientos holísticos, en la cama, la PC y de cara al público.
Niñas de ciencia debieron ser Tad, Daya, Mirebel, Niebla, Yary, Gisela y muchas otras que en nuestros grupos documentan la vida desde sus profesiones y pasiones… y MaryD, por supuesto, que acaba de sacar su máster en administración, aunque en la práctica prefiera “vivir al día”, y renunció a la contabilidad en su colchón hace muuuucho tiempo.
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