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martes, 8 de octubre de 2024

Uniformados

En Cuba, cada niño o adolescente recibe un bono para comprar, a precios módicos, el uniforme, cuya confección industrial significa una elevada inversión gubernamental...

Iris Leydi Madera Iglesias en Exclusivo 21/02/2017
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Inicio del curso escolar 2016
El correcto uso del uniforme constituye un imperante no solo para las escuelas, atañe también a las familias y la sociedad en general. (Fernando Medina Fernández / Cubahora)

Después de incontables visitas a la costurera porque: “Mami, me queda ancha la blusa”; o pelearse con el barbero: “Si voy con el pelo corto las niñas se burlarán”; temprano en la mañana inunda las calles el trasiego de mochilas cargadas de libros, la algarabía del ambiente estudiantil.

Así devienen asunto cotidiano las formas incorrectas de vestir, cada vez más visibles en los diferentes centros educacionales del país. ¿Dónde queda entonces la primigenia función del uniforme? ¿Escapó por la ventana el orgullo de llevar todos al colegio los mismos trajes como símbolo de equidad?

Quizás no imaginaron los mejores diseñadores que una saya de preuniversitario pudiera ser tan diminuta y provocativa, casi al estilo de las modelos eróticas del anime, y el pantalón de secundaria se lleve ajustado a la altura de la rodilla, imitando al Chacal en su último concierto. Con tales “fachas”, los alumnos saludan nuestra bandera y cantan el Himno Nacional, siendo esta otra manifestación de irrespeto a los símbolos patrios y a la representatividad de la escuela cubana como institución.

La Resolución N.o186/2014, aprobada por el Ministerio de Educación, en sus artículos prohíbe “la modificación parcial o total del uniforme, y su uso tiene carácter obligatorio en las actividades docentes, excepto para la realización de la Educación Física”, así como “la utilización de prendas, adornos, accesorios u otros elementos no acordes. Los estudiantes para asistir al centro lo harán correctamente pelados, afeitados y peinados”.

“Sí, pero todos no cumplen el reglamento, en ese aspecto”, me aseguró Karelys Rodríguez, estudiante de 9.o grado en el capitalino municipio Cerro. “Algunas muchachitas llevan la saya cortísima, los barones con los pantalones muy estrechos. Al salir de la escuela sacamos la blusa o la camisa por fuera para andar por la calle”.

Aunque el tema se debate con frecuencia y constituye uno de los focos de atención para maestros y directivos docentes, el cumplimiento de estas normativas queda a veces en el marco de algunas revisiones en los matutinos o la evaluación actitudinal en las asambleas mensuales de grupo. En pocas ocasiones existe un respaldo desde el ámbito familiar y comunitario.

Algunos hasta dejan de comer bien durante un buen tiempo para comprarle a sus hijos unos tenis Adidas, aretes grandes de oro, artículos extravagantes para el cabello, manillas y demás aditamentos vedados por las orientaciones anteriores. Luego abunda la competencia de marcas de zapato, tenis y mochilas; como una jungla en plena aula.

Pero el peso de la culpabilidad dista de ocupar un solo lado en la balanza. En el seno del hogar, además del necesario llamado de atención ante la indisciplina, aparecen otras inquietudes: Mientras en otros países del mundo caminar uniformados casi resulta privilegio para educandos en centros privados con altas tarifas, en Cuba, cada niño o adolescente recibe con regularidad un bono para comprar su atuendo a precios módicos. Su confección industrial significa una elevada inversión gubernamental, teniendo en cuenta el costo de las materias primas.

Sin embargo, los estandarizados esquemas no siempre favorecen un buen uso, pues la mayoría carece de elementos protectores del frío o la lluvia. Llega el invierno y muchas madres recurren a la opción de ponerles un pantalón pitusa a los varoncitos de primaria, o licras bajo la saya a las niñas, cada quien con los recursos propios. Comienza el carnaval de colores.

En el caso de las medias, casi no se venden a la altura de la rodilla, como se les exige llevar, lo cual implica recurrir a la ayuda de algún pariente en el exterior o sucumbir a las altas tarifas de los vendedores particulares. El problema se agrava sobre todo para aquellos trabajadores con más de un descendiente.

Mencionemos también que durante décadas el diseño ha permanecido invariable, obviando los cambiantes intereses y estilos de cada generación. Algún día los decisores deberán abrir los ojos en este sentido y pensar en la necesidad de formas más afines con la juventud actual, sin dejar a un lado las normas del vestir con respeto y el pudor.

El correcto uso del uniforme constituye un imperante no solo para las escuelas, atañe también a las familias y la sociedad en general, donde las organizaciones políticas y de masas juegan un rol pertinente. Más allá de la rebeldía en los estudiantes y la mera prohibición de los adultos habrá que establecer diálogos, buscar un consenso, pero urge recobrar la funcionalidad y valor de esta prenda, uno de los más altos baluartes del sistema educacional cubano.


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Iris Leydi Madera Iglesias


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