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lunes, 7 de octubre de 2024

Reencuentro

En las recién inauguradas oficinas de la embajada de los Estados Unidos en La Habana, la historia parecía repetirse...

Aileen Infante Vigil-Escalera en Exclusivo 20/12/2016
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Embajada de Estados Unidos en Cuba
Dentro de la embajada la tensión es muy grande. (Fernando Medina Fernández / Cubahora)

Esa mañana el despertador fue una formalidad. Cuando el aparato anunció la hora de levantarse ya todos en la familia estaban despiertos: nadie había podido dormir bien esa noche.

En las recién inauguradas oficinas de la embajada de los Estados Unidos en La Habana, la historia parecía repetirse. Cientos de personas de toda Cuba acuden diariamente a esas instalaciones para solicitar una visa de turista hacia ese país, y cientos son igualmente rechazados. María y quienes esperaban su turno para la entrevista aquella mañana de martes lo sabían muy bien.

Justo a las 7:30 se hizo el primer llamado, y cincuenta de los solicitantes avanzaron en fila hacia el recinto. Media hora más tarde, y entre los últimos, se escuchó el nombre de María. Desde el pequeño parque que sirve de sala de espera, sus familiares la vieron avanzar hacia las oficinas donde se abriría o cerraría el camino al reencuentro con su hermano.

Veintidós años atrás, en vuelo que lo llevó a España, él se había alejado de la familia que lo despedía en el aeropuerto internacional José Martí. Esa fue la última vez que se vieron.

Ahora, desde la fila que la conducía a la determinante entrevista, María recordaba aquellos últimos momentos a su lado. La invitación a visitarlo había llegado 15 días antes y le tomó por sorpresa. Ni durante los años que vivió en Islas Canarias, ni en los casi 15 en Estados Unidos su hermano había manifestado tal interés, y ella siempre vio muy lejana la posibilidad de comenzar a curar las heridas de aquel distanciamiento.

Mientras la pequeña cola avanzaba hacia la ventanilla destinada para las entrevistas, ella pensó en sus padres, fallecidos durante los años de ausencia del hijo. Imaginó  cuánto les habría emocionado ver este anhelado encuentro. A su lado, una señora sacó un rosario y le rezó a su Dios, mientras María se tocó el pecho y le pidió ayuda a sus viejitos.

Dentro de la embajada la tensión es muy grande. Pueden escucharse hasta las preguntas al resto de los aspirantes, sentirse las reacciones y hasta los «miedos».

 Delante de ella rehusaron darles el permiso de viaje a muchas personas con historias similares o más tristes que la suya. Recuerda a una ancianita que, tras 20 años de separación y por tercera vez, le habían negado reencontrarse con sus hijos y conocer a sus nietos. También le estremeció la tristeza de un señor que no veía a sus padres desde hacía más de una década, y que temía porque quizás no podría volverlos a ver.

Tantos recibieron una respuesta negativa que ella comenzó a fijarse en las prácticas que utilizaban los funcionarios. Incluso supo de las «mañas» que muchos se han inventado para influir sobre la decisión de las autoridades de la embajada. Notó que al finalizar la entrevista siempre pedían que el entrevistado pusiera su mano izquierda en la ventanilla, donde le entregaban un documento explicativo de las causas del rechazo. Incluso los convidaban a probar suerte en otra ocasión.

Cuando llegó su turno, e hicieron la ya temida solicitud, pensó que el mundo se le venía al piso. Mas, para su sorpresa, la funcionaria le deseó un feliz viaje y le indicó el procedimiento para recoger sus documentos días después.

Afuera, en el parque, la tensión de la espera había impulsado a sus familiares a acercarse a las puertas del recinto. Ya habían visto demasiadas lágrimas y habían escuchado anécdotas duras como para mantenerse en calma. Al verla salir con unos documentos en la mano pensaron lo peor, mas ella, aún incrédula por su suerte, comenzó a bailar en la acera.

Tanto tiempo anheló volver a abrazar a su hermano, conversar cara a cara, conocer a su familia, jugar con el sobrino que apenas conoce por fotos, sentarse juntos a la misma mesa, que olvidó por completo el momento y lugar donde se hallaba. A su alrededor, las personas solo sonreían sabiendo que ese día se había cumplido un deseo.

Desde entonces María, además de soñar con el reencuentro, lo visualiza. Ve a su hermano esperándola en el aeropuerto: más alto, con espejuelos, sin bigote y con unas libras de más, pero ahí, delante de ella. Se ve envolviéndolo en sus brazos y llorando de alegría, llamándolo de nuevo «flaco».

Desde entonces María se pregunta si quienes tienen el poder de tomar este tipo de decisiones conocen, de verdad, del dolor o la alegría que puede desatar cada respuesta.


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Aileen Infante Vigil-Escalera


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