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lunes, 7 de octubre de 2024

Hasta la eternidad

Aquella tarde aprendí a mirar con otros ojos al hombre reflejado en el cuadro, a mi abuela, a Cuba...

Aileen Infante Vigil-Escalera en Exclusivo 22/12/2016
1 comentarios
Fidel Castro, discurso en la Escalinata
Fidel forjó junto a su pueblo la Revolución Cubana, un proyecto que se ha convertido en ejemplo para el mundo.

Son pocos mis recuerdos de niñez en casa de abuela, la mayoría de las imágenes se tornan borrosas, demasiado lejanas, pero una se repite constantemente por estos días en mi memoria: un cuadro que conservaba cual tesoro.

No estaba en su cuarto, ni en el corredor, sino en la sala, justo en ese lugar primero a donde dirigía la mirada cuanta persona cruzaba el umbral de su puerta. Incluso desde la calle se veía perfectamente alineado en la pared blanquísima donde resaltaba más el paso de los años sobre el lienzo. Era un cuadro de Fidel.

Estampado en un fondo azul gastado, perfectamente uniformado con su traje verde olivo y sus grados de Comandante en Jefe, este Fidel, su Fidel, llenaba todo el espacio. Nadie –creo que ni ella misma– recordó nunca el momento en que llegó para quedarse a ese rincón privilegiado de la habitación solo compartido con el certificado de internacionalista de papá.

Siempre vi cómo reacomodaba los muebles, cambiaba de lugar los adornos, incluso los sustituía, pero la foto del Comandante nunca se movió ni un centímetro. Solo lo descolgaba cuando había marchas por el primero de mayo o alguna otra ocasión en la que el máximo líder convocaba al pueblo. En esos momentos, y solo en esos, lo tomaba con cuidado, recorría la Plaza con él en alto, y lo regresaba a su sitio.

Una vez le pregunté por qué no se deshacía de él, verdaderamente el sol y el tiempo habían sido muy severos con la imagen, pero ni pensarlo. Pocas veces la vi tan molesta como aquella tarde. Mientras ella viviera, el retrato permanecería allí, en el mismo lugar. Luego, más calmada, me explicó sus motivos.

Gracias a Fidel su padre y hermanos escaparon a la condena de muerte que les esperaba justo el primero de enero de 1959 en manos de la tiranía que los tenía fichados como colaboradores del Movimiento 26 de Julio. El Comandante les salvó la vida entonces y todos los días que le sucedieron, y no solo a ellos.

Hija de criollos pobres emigrantes, mi abuela nunca conoció de libros, ni maestros, ni más juguetes que la escoba y la batea con la que contribuía a los ingresos del hogar desde muy chica. Incluso su cédula nunca respondió a su verdadera identidad, pues inscrita por uno de los gobiernos de turno, le agregaron dos años para que pudiera fungir en los listados electorales y robar su voto.

Solo la Revolución le permitió visitar por vez primera un hospital gratuito, aprender a leer y escribir, y recibir un salario en correspondencia con su trabajo. Llegó al sexto grado con mi tío más pequeño en brazos, pero feliz por todas las nuevas oportunidades que le abría el saber en la Cuba fidelista.

Salud, educación, un plato de comida en la mesa, un techo seguro sobre su cabeza, empleo estable, oportunidades de superación para ella y sus hijos, asistencia social para los más necesitados, garantías de un futuro de paz y una vejez tranquila, son solo algunas de las razones que siempre tuvo para agradecerle.

Aquella tarde aprendí a mirar con otros ojos al hombre reflejado en el cuadro, a mi abuela, a Cuba.

Cuando este 25 de noviembre recibimos la terrible noticia de la muerte del Comandante, y el país todo se sumergió en la tristeza, solo la tranquilidad de que ella no viviera para presenciarlo me tranquilizaba. Cuando se marchó de este mundo, hace casi tres años, la hizo feliz verlo guiando aún desde sus reflexiones las conquistas revolucionarias.

No tengo total certeza de cómo hubiera reaccionado de estar viva, las dificultades que pasó en la niñez la prepararon para momentos bien difíciles, pero algo me dice que no se hubiera sobrepuesto tan fácilmente a la pérdida.

La imagino sufriendo por no poder estar entre las miles de personas que madrugaron e hicieron largas filas para darle un último adiós al Comandante, o porque aun después de escapar a nuestros cuidados, nunca hubiera podido despedirse en persona de su eterno líder.

Luego de perder a mi abuela tuvimos que cambiar de lugar el cuadro, nos costaba mirarlo cada día y no pensar en su dueña, no tenerla ahí para defender la descolorida imagen que ya no está en la sala, a la vista de todos, ni en el comedor donde me demostró en más de una ocasión su admiración hacia el hombre de la foto. Hace unos días lo busqué infructuosamente, nadie supo decirme de su paradero, parece como si lo hubiera reclamado en su nueva morada.

Prefiero pensar que es así y que aun después de muerta sigue admirando al hombre del retrato, al amigo de los niños, al eterno padre de todos los cubanos.


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Aileen Infante Vigil-Escalera

Se han publicado 1 comentarios


Franki
 22/12/16 15:11

Lindas palabras, incansable Juana, inmenso Fidel, Cuba que linda es

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