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lunes, 7 de octubre de 2024

Caligrafía y periodismo

La premura nos distorsiona los rasgos caligráficos, ya seamos médicos o periodistas....

Enrique Manuel Milanés León en Exclusivo 24/12/2016
1 comentarios
Caligrafía
La escoliosis caligráfica no es patrimonio solo de especialistas de bata blanca.

A la salida del hospital escudriño el certificado médico y no entiendo nada. Ni un poquito. El especialista diagnosticó esguince lumbosacro, pero de ahí a lo que «dice» el papel hay unos cuantos huesos de distancia: su letra tiene más curvas que mi columna y, mirándola, imagino cuánto dolor ha de causarle a ese hombre la salida veloz, por su cerebro, de tanta caligrafía torcida.

Al menos en Cuba, los médicos disfrutan de la muy bien ganada fama de poseer la peor letra del mundo. «Tiene letra de médico», dicen los maestros cuando un chiquillo consigue trazar la peor caligrafía del grupo. Ahora mismo despuntan en Cuba miles y miles de portentos en dicho campo. Si en su crecimiento un adolescente mantiene esa «aptitud», habrá asegurado un requisito importante para optar por la hermosa carrera de las ciencias médicas.

Tal parece que para salvar vidas es preciso matar belleza en las letras; incluso no faltan quienes creen fervientemente que mientras menos destaque el galeno con la pluma, mayores garantías de curación dará.

A pesar de ello, la escoliosis caligráfica no es patrimonio de especialistas de bata blanca. Los periodistas padecemos similar «patología». La velocidad por el dato, el apuro en pos de la primicia, la sed de notas al margen, la escritura en cualquier condición… aniquilan día a día nuestros trazos elegantes.

En esa esfera, un arma de destrucción masiva es la computadora, que en cada jornada, frente a la tapia de su monitor, pasa por el pelotón de fusilamiento los rasgos distintivos de la dotación completa del abecedario. ¡Todos los textos deben ser iguales, al menos por su «cara»!

Aunque mi foto sugiera lo contrario, también yo tuve «quince»… escrito, quiero decir. Según mis compañeros, en mis ya lejanos días universitarios la mía era la letra más inteligible del aula, lo que representaba una bendición para mis condiscípulos extranjeros, pero un problema para mí.

Mis libretas de notas «pasaban» de Yemen al Congo, de Guinea Conakry a Vietnam, de Etiopía a Afganistán… con la consiguiente amenaza de extraviarse en algún paso fronterizo. Muchas veces las recuperaba justo en el inicio de la clase, con apenas tiempo para breves trámites migratorios: copiar la nueva lección y despedirlas de nuevo rumbo a otro país. Era, para mí, la mala cara de la buena letra.

En lo que aprendía el ABC del periodismo, compartí aulas y afectos con un amigo santiaguero que escribía de tal manera que, al aproximarse la etapa de los exámenes, me mostraba su libreta con un pedido inverosímil: «¡Ayúdame a traducir,  porque no sé qué rayos he escrito!», misión que yo cumplía tanteando el contexto más que descifrando el texto.

Cientos de agendas después, tras muchos años de ejercicio periodístico, no me queda nada de aquella vistosa letra. La A me sale encanecida, la B y la C parecen arrugadas, la D y la E muestran mil achaques y la F y la G caminan con bastones robados a la J… mas no extraño mi antigua caligrafía, esbelta y ágil, porque entrego a mis editores cuartillas surcadas por filas de Courier New de 12 puntos, limpias como el Claro de luna debussyano.

Por suerte, ya nadie me pide manuscritos. Muestro a mis jefes la buena cara de mis signos; no importa que varias decenas de colegas entreguen sus artículos con trazos idénticos, ni que los textos de unos y otros lleguen sin ninguna marca personal, al menos de apariencia. La letra está «bonita», y puntos suspensivos…

Pero hay días en que la agenda me cierra sus secretos y, a la caza de la claridad en ideas y datos acopiados, soy yo quien quisiera disponer de un amigo traductor que me descifrara lo que escribí al calor de alguna cobertura. Entonces pienso otra vez en los médicos y en su caligrafía y sueño que a nosotros nos sirva el «sayo» que solemos colocarles: si rompiendo el canon de belleza de la letra fuéramos camino de ser un poquitín mejores reporteros, tal vez yo adquiera la esperanza de que, cuando no entienda nada de mis notas a mano, el público me tenga por un buen periodista.


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Enrique Manuel Milanés León

Con un cuarto de siglo en el «negocio», zapateando la provincia, llegando a la capital, mirando el mundo desde una hendija… he aprendido que cada vez sé menos porque cada vez (me) pregunto más. En medio de desgarraduras y dilemas, el periodismo nos plantea una suerte de ufología: la verdad está ahí afuera y hay que salir a buscarla.

Se han publicado 1 comentarios


Mary
 25/12/16 10:06

Enrique, no soy periodista ni médico, pero a veces tampoco entiendo lo que escribo, pienso que ¨la culpa¨es de la PC donde llevo muchos años trabajando....

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