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sábado, 5 de octubre de 2024

Pensar en los océanos…

Aunque un solo día no es suficiente para celebrar y considerar la importancia de los mares en nuestras vidas, es crucial resignificar la lucha por la estabilidad del planeta...

Félix Manuel González Pérez en Exclusivo 10/06/2016
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El maltrato de los seres humanos a los océanos tiene tanto de egoísmo como de estupidez. El egoísmo indiscutible de privar a las generaciones futuras de mares sanos y sostenibles. La soberana estupidez de atentar conscientemente contra una fuente imprescindible de oxígeno, alimentos y bienestar.

A estas alturas, si el planeta pudiera devolvernos el agravio, ya se hubiera sacudido con fuerza para desprendernos como garrapatas. Y no hubiese sido otra cosa que justicia.

Tristemente, nuestra generación carga con gran parte de la culpa. En las últimas décadas se han arrojado a los océanos cantidades monstruosas de desechos y contaminantes que ni siquiera existían hace 50 años.

Los fertilizantes y pesticidas utilizados en la agricultura, así como los desechos industriales y las basuras nucleares, los gases emitidos por los automóviles en las carreteras, las aguas usadas y los desperdicios; aunque muchos son vertidos en la tierra, siempre se las arreglan para terminar en el océano.

Componentes químicos como el cobre, el níquel, el mercurio, el cadmio, el plomo, el zinc y otros compuestos orgánicos sintéticos, permanecen en al aire durante semanas (algunos incluso meses), trasladándose vía aérea hacia los mares. En estos momentos ni siquiera importa el sitio de procedencia porque las corrientes oceánicas los distribuyen a escala planetaria.

Los productos plásticos y las bolsas de nailon, además de que tardan muchísimo tiempo en descomponerse, se dividen en pequeños pedazos que muchos animales confunden con alimentos. Un estudio realizado durante cinco años sobre una población de fulmares en la región del Mar del Norte, reveló que el 95 % de estas aves contiene plástico en su propio estómago.

El Vórtice de Basura (Trash Vortex), formado por las corrientes marinas entre las islas de Hawai y el Pacífico Norte, tiene actualmente dimensiones grotescas (es más grande que la ciudad de Texas en los Estados Unidos). Y ahí fue el ser humano de “inteligente” y lo convirtió en un lugar turístico, como sintiéndose orgulloso de sus porquerías.

Los ejemplos pudieran ser infinitos, como infinita debería ser la lucha por la concientización de los seres humanos sobre la necesidad de la protección de los océanos.

Este 8 de junio, bajo el lema “Océanos sanos, planeta sano”, la Organización de las Naciones Unidas conmemora una vez más el Día Mundial de los Océanos. Y aunque 24 horas no son suficientes para celebrar y repensar la importancia de los mares en nuestras vidas, es una campaña crucial para resignificar la lucha por la estabilidad del planeta.

Una batalla que hace pocos días fue legitimada también por la Asociación de Estados del Caribe al convenir la Declaración de La Habana y el Plan de Acción 2016-2020, como documento directriz y compromiso fehaciente de estas naciones en el control de la erosión de las costas arenosas del Caribe y la protección de los arrecifes coralinos frente a los impactos del cambio climático.

Pero la lucha debe ser más agresiva y volátil. Lo suficientemente violenta como para enmendar todo el mal que hemos propinado a los océanos. Si no es por nosotros, entonces hagámoslo por nuestros hijos y nuestros nietos. Quizás, si nos apuramos, todavía estemos a tiempo.


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Félix Manuel González Pérez

Periodista de formación, comunicador por obligación y gamer por vocación.


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