Hace no sé que tiempo ya, como diría Silvio, no preparo la mochila una noche de domingo. Hace no sé que tiempo dejé de amarrar a mi torso las cintas del uniforme rojo, dejé de forrar libretas, de sentir en mi pierna el roce frío de la bolsa de la merienda, de hacer aquellas hileras en el matutino y cantar el himno, desafinada casi siempre. Sí, hace rato dejé las aulas pero en esta Isla es difícil amanecer un primero de septiembre sin sentir que todos volvemos, de cierta manera, al beso mañanero de la maestra.
Ahora me toca desde otro punto de la vida. Ahora comienzan los primeros pasos de mi hija en el sistema educacional cubano y, si Dios quiere y ella pone todo su empeño, será una caminata de muchísimos años. La acabo de dejar en su círculo infantil y no puedo resistirme al hecho de escribir, porque el círculo de Carmen olía a pintura nueva. Su salón lucía hermoso, con ventanas nuevas, con todas las ventanas. En su mesa había un sinfín de materiales escolares, crayolas, cuadernos, plastilinas. A un costado, y hecho por sus “seños” con papel maché, estaba la réplica de cualquiera de los hogares de los niños que a esa hora quedaban boquiabiertos un lunes de septiembre.
La directora los había recibido a todos con un beso en la entrada. Cuando le tocó el turno a Carmen, ella le dijo: "mira, mis zapatillas mágicas" y le mostró entonces sus zapatos nuevos. Estaba feliz, lo sé, me dio un beso y me dijo hasta la tarde. Entonces me fui borracha con la felicidad de mi hija, pensando que todos los días deberían ser primero de septiembre, que al agotamiento no nos puede hacer olvidar que un cariño a la entrada de un colegio puede marcar la diferencia en la jornada de cualquier escolar.
Si todos los días fueran primero de septiembre no habría estudiantes desaliñados, no habría llegadas tardes, no habría caras pesarosas en la entrada de ninguna escuela. Si todos los días fueran primero de septiembre al mar de alumnos se le uniría siempre el mar de padres preocupados por la educación de sus hijos. Si todos los días fueran primero de septiembre no habría escuelas maltrechas. Si todos los días fueran primero de septiembre el búcaro en el buró de la maestra siempre estaría lleno de flores, las libretas estarían siempre nuevas y el aire inundado de comienzos.
El gran reto de la educación cubana es que las energías, las alegrías y las motivaciones de este lunes lleguen hasta el último día del curso; que el desinterés no se apodere de las aulas cuando el almanaque vaya caminando; que la repetividad de un día detrás del otro no nos ahogue los “buenos días”, el “cómo amanecieron”, el “sean bienvenidos”; que el uso continuo no descascare la pared que este lunes lució el mejor color; que el cartel que hoy dio la bienvenida al curso escolar no se destiña, no se caiga de un lado, no se llene de hollín. Si todos los días le entráramos al amanecer como el primero de septiembre, menos dolores tuviera la educación cubana, esa que esta jornada lució su mejor semblante porque todos, de cierta manera, volvimos al beso mañanero de la maestra.
kinath
1/9/14 16:11
Así mismo es, yo hago rtodo lo posible porque todos los días sean primero e septiembre, y de irradearle siempre felicidad a mi hija (de 3 años) para que siempre esté conenta, alegre, como una niña cubana. Y siempre con sus flores, sí porque son 2; una para Martí y la otra para la seño..!!!
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