Este lunes, Cuba es una escuela, pero una escuela inmensa, una escuela de punta a cabo, de principio a fin; que sube lomas, que se extiende por los llanos, que recorre ciudades, que se cuela por los campos, que pone en vilo a los abuelitos, que despabila desde temprano a los vecinos dormilones de la mañana, que hace preparar de nuevo jabitas de merienda, que reactiva al vendedor del timbiriche del barrio, que hace llevar de vuelta mochilas pesadas a la espalda.
Este lunes, Cuba viste de uniforme otra vez, echa a un lado las indumentarias veraniegas y vuelve a fundirse en un abrazo “libresco”, “enciclopédico”, “instructivo”; en saludos de reencuentros y amigables relatos, en ambientes renovados y otros recién nacidos, en bullicios que se acompasarán de a poco tras las primeros cantos de bienvenida.
Este lunes, Cuba abre sus puertas, sus mejores puertas, y las abre al sabio afán de hacer de la enseñanza un acto pleno de generosidad. Sí, porque estrenar un nuevo curso escolar implica el inicio de un camino largo, pero ineludible, que se emprende para que Cuba sea cada vez más Cuba; para obrar otra vez a favor de la dignidad del hombre; para ser más pleno en la justa medida en que se alcance un paso más llano y próximo al verdadero conocimiento, al saber social, a la comprensión del escenario y la hora en que vivimos.
Por eso, mientras Cuba se desborda hoy en alegrones y concurrencias de padres, alumnos y maestros a lo largo y ancho de su geografía, puede resultar un buen ejercicio aguzar la mirada sobre cuestiones que han de estar en el catalejo por el que ha de observar a nuestra realidad, y al mundo todo, la nueva escuela; la escuela más contemporánea, una escuela que suponga un cruzamiento coherente de las mejores tradiciones de ayer y siempre, con las inspiraciones, las deudas y los imperativos actualizadores que trae aparejada la modernidad.
En principio, creo que hemos de estar alertas en torno a una idea que expresa convicción crecida de sinergia; una idea que se ha manejado de manera enfática por los medios en los últimos días y, temo que, como en otras ocasiones, peque de ser un alarde discursivo más y no un cometido que obligue a repensar realmente las dinámicas de la cotidianidad en el contexto de cada institución formativa.
Me refiero al principio, entendible y más que efectivo si se logra, de convertir a la escuela en el centro cultural más importante de la comunidad, un desafío que le nace a ese espacio en que habitamos, y que no radica únicamente en trasladar parte de la programación de la Casa de Cultura de la zona de residencia para ponerla al disfrute del alumnado. No, ese es un minúsculo esfuerzo y no lo más significativo del empeño.
Como lo veo yo, entendiendo la cultura en un sentido antropológico, más que artístico-literario. Se trata de proyectar el trabajo con una perspectiva sociocultural desde el aula, de modo que la escuela, como rectora, de conjunto con las instituciones en cada lugar, tenga la capacidad de identificar, prever y discernir lo que ocurre, en áreas concretas, a través de los procesos de enseñanza y aprendizaje. La intención tiene que apuntar a una utilidad directa e inmediata de los planteles docentes ante los problemas en cada zona. No tienen por qué darse divorcios ni desentendimientos entre los fenómenos y la necesidad de examinarlos y proponerles solución, si hay una institución con suficiente prestigio y potencialidad para aglutinar el saber especializado y conducirlo de múltiples maneras.
Por otro lado, sostengo la inquietud de ver una escuela más renovada, más parecida a su tiempo y a su gente; más movediza, menos rígida para moldearse a las necesidades, a lo que proyecta el país, a lo que necesita desdoblarse en acciones más allá de seguir a pie juntillas los manuales y folletos. Aspiro, y es una aspiración legítima y compartida, a un aula cual taller de creación, cual espacio recreativo con valores didácticos.
No tiene razón una clase en la que se afinque la palabra del maestro sobre la de los alumnos, en la que el dogma pulule y la iniciativa viva en el confinamiento o el estanco. Hay que alimentar voces, despabilar pensamientos, instar a nuevas aptitudes. Hay que fundar, hay que cambiar los libretos clásicos y abrirnos a la metodología de la sabia compartida, del conocimiento, no como depósito bancario, sino de igual a igual. Hay que dar oportunidades, para que todos aprendamos de todos. Hay que instaurar, constituir y creer en lo que fundamos. Y para eso está la escuela.
Quiero un centro que irradie crecimiento, que redima y proteja, que aleccione en la virtud y el entendimiento colectivo, que vigorice lo mejor del hombre, que reeduque las rudezas más tiránicas del carácter, que ayude a corregir las miserias temibles que acompañan. Deseo un centro que fragüe una vocación de servicio por el otro, que acometa y se preocupe por el arte del disentimiento con naturalidad, para asentir los mejores proyectos, las mejores ideas.
Quiero un aula que construya de principio a fin, una escuela que forje al ciudadano, que lo oriente por un civismo superior, que pondere las mejores prácticas de vida, que asuma la disciplina de la inquietud inmanente, del valor de lo que se hace y para qué se hace; que sea un puente cada vez más compacto y macizo con la familia; que tenga ojos para mirar el país desde sus esencias y levantarse con ellas para todos los tiempos, más allá de esta geografía insular.
Este lunes, Cuba es una escuela, pero una escuela inmensa. Este lunes Cuba amanece diferente, y su futuro, del que no escapan sus complejidades y sus sueños compartidos, va también en las tantas mochilas que vuelven de nuevo pesadas a la espalda.
Luis Manuel Gutierrez Moreno desde FB
1/9/14 11:35
preciosos todos los niños cubanos alegres por su inicio escolar.
Dayan Barreto desde FB
1/9/14 11:34
Me recuerda esos biuenos tiempos mas aun el primer dia d curso escolar q e echo fueron bastante . M encanta ver a los ninos uniformados alegres y entusiasmados por comenzar el curso escolar.
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