La de esta noche no fue una convocatoria más. Había en el ambiente otro entusiasmo, como si se tratara de una cita impostergable. Cuando llegué, le escribí a mi madre: “Estoy en la marcha”. Y a 259 kilómetros de La Habana respondió: “Cómo me gustaría estar allí”.
Unas horas antes un amigo que cumple misión diplomática en el exterior me había escrito por Facebook: “marcha por los dos”. Y otro, de vacaciones por estos días en Cuba con su familia, después de decirle que iría – para lucir mi suerte – me había confiado al teléfono: “Estoy pensando seriamente aparecerme allá, con antorcha y dos chiquillos”.
Parecía que era el único lugar donde todos querían estar este 27 de enero. Por eso cuando el presidente de la Federación Estudiantil Universitaria dio la señal de encender las antorchas, miré hacia atrás y sentí, profundamente, que en esas luces que recién nacían iban millones de cubanos.
Al frente de ellos, otra vez, el General de Ejército Raúl Castro Ruz y el Presidente Díaz-Canel, que a paso doble – doy fe de que iban halando el entusiasmo y nos llevaban casi corriendo – llegaron hasta las antiguas canteras de San Lázaro, allí donde Martí fue el preso número 113, con oprobioso grillete desde la pierna a la cadera.
Presiden Raúl y Díaz-Canel marcha de las antorchas en homenaje a José Martí (Ariel Ley Royero/ACN).
“El presidio es el más rudo, el más devastador de los dolores, el que mata la inteligencia, y seca el alma, y deja huellas que no se borrarán jamás”, había escrito entonces Martí. Y en el sitio de la pena inabarcable, quedaron esta noche flores blancas para el Apóstol. Frente a ellas, Raúl y Díaz-Canel guardaron silencio por el hombre que se convirtió en alma misma de Cuba.
Sí, había un halo diferente esta noche de enero. No fue el revuelo del año anterior, cuando un tornado había acabado de arañar La Habana con ensañamiento y algunos no entendieron que se honrara a Martí precisamente en medio del caos, como si el homenaje invalidara la ayuda que desde horas antes ya estaba llegando al centro de la debacle.
Marcha de las antorchas en el aniversario 167 del natalicio del Héroe Nacional José Martí. (Ariel Ley Royero/ACN).
Esta vez se trataba de salvar a Martí de la ignominia, de sumar luces para el desagravio, de juntarnos en la Escalinata que tanta historia ha visto subir y bajar por sus peldaños, para hacer trizas aquellas imágenes de bustos ensangrentados.
Miles de jóvenes en la histórica Escalinata de la Universidad de La Habana, en la tradicional marcha de las antorchas. (Ariel Ley Royero/ACN).
Mientras hombres sin alma, pagados, chorrearon – y aún chorrean – sangre sobre quien empujó con más fuerzas la independencia de este país, miles nos juntamos para dignificarlo. Y allí estuvo el Martí que une sobre las diferencias, el que se entrega, el que lucha a brazo partido, el que entiende del bien mayor, el que se enorgullece de ser cubano, el que se sacrifica, el que enseña y aprende, el que ama y se equivoca, el Martí nuestro.
Para él, toda la luz, nunca la pena, la oscuridad. Para él, el homenaje de todos los días, no el de fechas señaladas. Para él, las flores porque sí, no porque toca. Para él, la marcha alegre, nunca coartada. Por él, intentar ser bueno todos los días. Y hacer, siempre hacer.
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