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viernes, 22 de noviembre de 2024

Las sirenas cienfuegueras

Sólo sé que aquí, en mi isla de ensueño, anduvieron regalando su magia voluptuosa...

Argelio Roberto Santiesteban Pupo
en Exclusivo 31/01/2015
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Yo no sabría decir a ciencia cierta si nacieron en la mente alucinada por el alcohol en una borrachera de alta mar, o si las creó algún marinero hambriento de compañía femenina, tras meses de interminable navegación.

Sólo sé que aquí, en mi isla de ensueño, anduvieron regalando su magia voluptuosa.

Un mito universal

Aquellas monstruos-hembras, siempre con su canto engañador, eternas hechizadoras de marineros, iniciaron su historia en la Edad Antigua, donde hallamos a Ulises atado a un mástil para poder disfrutar de sus voces, o a Orfeo, cuya música servía de antídoto al encantamiento de ellas. Y pasarían también por la Edad Media y por el Renacimiento, poblando la imaginación de todos los pueblos.

 Será la “sirena” para quienes hablamos castellano. Mermaids  en inglés; sirène en francés. En las Islas Británicas, también se habla de las white ladies y las lake ladies, respectivamente damas ataviadas de blanco o damas del lago. Los eslavos tienen su rousalky y los catalanes la dona diagua.

Según reportan los especialistas, aparecen sirenas entre malgaches, indochinos, malayos. El monstruo embrujador se ha mostrado lo mismo en la costa de Guinea que en las Américas.

Se supone que el mito surge gracias a la existencia de mamíferos acuáticos como el manatí americano y la vaca marina del Océano Índico: las mamas de las hembras y los genitales de ambos sexos guardan cierto parecido con sus correspondientes en la especie humana.

Lo demás…bueno, lo demás corrió a cargo de la imaginación desbocada. Y el mito de las sirenas tiene su variante –cómo no iba a tenerlo--  también entre nosotros. Para recibir de ello cumplida noticia, hemos de mover nuestras coordenadas hasta Jagua, la más bella bahía cubana, junto a la cual hoy admiramos a la señorial ciudad de Cienfuegos.

Sirenas en el sur cubano

 Sí, allá, en la bahía cienfueguera, los pescadores juran y vuelven a jurar que han trabado conocimiento –íntimo, según algunos--  con la mitológica especie de las sirenas.

Asegura la gente de mar que el origen de estos seres portentosos se remonta hasta la época en que aquellos parajes, aún no habitados por los europeos, eran la residencia de una estirpe feliz y juguetona.

Sí, juguetona gente lo fueron en grado extremo. Así, cuenta la leyenda que en el cacicazgo de Jagua las cosas no andaban muy bien que digamos, por el carácter alegre y despreocupado de sus pobladores.

Dígase de una vez que las costumbres se habían relajado totalmente, y que aquellos indocubanos sólo pensaban en el baile, el juego de pelota o batos y el jugueteo amoroso. Y del corazón de la palma extraían un líquido que, tras su fermentación, se tornaba en un vinillo que les alegraba el espíritu.

Sigue diciendo la leyenda que en Jagua no se salía de un fiestero areíto para entrar en otro.

Se puede comprender entonces que sus conucos o sitios de labranza estuviesen poco menos que olvidados y que nadie se ocupara en sembrar, aprovechando el novilunio, la nutritiva yuca que debía alimentar a la aldea.

Lo que era más grave: ablandados por la molicie ya eran incapaces para rechazar a los merodeadores, que venían a robarse lo mismo las cosechas que las mujeres.

Los principales de la aldea de Jagua decidieron consultar a su dios, El Cemí, para poner coto a la vida de baile, embriaguez y lujuria en que se encontraban inmersos.

Y El Cemí –sigue contando la leyenda—se pronunció según el moderno criterio de los franceses, que cuando averiguan quién es el culpable pronuncian: “¡Busquen a la mujer!”.

Sí, porque el dios de los indocubanos dijo que aquella vida de disipación era provocada por los cantos y bailes sensuales de las mejores danzarinas de  la aldea.

Gentes pacíficas a las cuales le eran extrañas las costumbres sangrientas, decidieron que las causantes del mal no debían ser ejecutadas, sino que bastaba con el destierro. Por ello, resolvieron trasladarlas hacia un lugar apartado, según algunas versiones al cayo Carenas –en la misma bahía--, según otras, hasta la remotísima isla de Gran Caimán.

Engañadas, subieron las bailarinas a bordo de una piragua, convencidas de que tenían por destino algún paraje donde se efectuaría alguno de los acostumbrados areítos.

Ya navegando con rumbo sur, Caorao, el dios de las tempestades, desató su furia toda. La frágil embarcación zozobró y las bailarinas perecieron ahogadas. Pero, según cuenta la tradición oral, el dios de las aguas, compadecido de las bellas náufragas, las transformó en mujeres marinas.

Y hasta hoy marinos y pescadores de Cienfuegos juran y vuelven a jurar que, cuando se levanta viento fuerte, por allá aparecen ellas, asustándolos con sus travesuras, o trastornándolos con su belleza.


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Argelio Roberto Santiesteban Pupo

Escritor, periodista y profesor. Recibió el Premio Nacional de la Crítica en 1983 con su libro El habla popular cubana de hoy (una tonga de cubichismos que le oí a mi pueblo).


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