No hay como los hechos y las experiencias para desenredar prejuicios y madejas teóricas, para desinflar extravíos “pirofláuticos” como los que padecí; para librarnos de repetir los que otros repitieron, por estar en el grupo, como “una gracia”. Así me pasó, pues por un tiempo subvaloré la Medicina y a los médicos.
Me recuerdo en la casa de mis abuelos, discutiendo con mis tías sobre lo empírico de esta profesión y las falencias de esta carrera que acusaba de memorística. Ponía en dudas que fuera una ciencia; comparada con las “ciencias exactas”, con la Química, la Física, la Matemática. Y lo hacía yo, recién becado en un IPVECEB, en el pre de ciencias exactas “Floro Pérez”, pero en la especialidad de Biología que era la menos “exacta” y también blanco de burlas y subestimaciones.
Ya en la Universidad, me reí, y hasta me atreví a compartir con mis tías, el viejo chiste de la cafetería de cerebros. Donde las raciones más caras eran las de masa encefálica de médicos y los más baratos las de los físicos, porque… me da vergüenza repetirlo.
Luego, tuve “la suerte” de enfermarme y de no poderme explicar con ninguna fórmula, ni teorema, mis tan comunes dolencias. Y lo más contundente, la vivencia de depositar en médicos y enfermeras, la confianza de que devolverían la sonrisa a mis mulaticas ingresadas en el Juan Manuel Márquez de Marianao, en el Pediátrico del Cerro o en el Marfan-Borrás del Vedado; la esperanza de que otra vez inundarían mi casa la tranquilidad y felicidad de verlas sanas.
Me abochornan aquellos disparates juveniles cuando con una llamada a mis tías, con una consulta telefónica al lejano Santiago, despejo zozobras y tranquilizo a mi esposa, cuando se nos atiborran la cabeza y el alma con: “¿eso será normal?, “¿tendrá cura?”, “el medicamento está en falta, ¿cuál otro resolverá?”…
Ahora, hablar de médicos, es como hablar de familia, de personas que mucho aprecio y reconozco. Ya no solo las tan mencionadas tías (Reina y Prudis, si lo que quiere saber), sino, además, tres primos-hermanos, decenas de compañeros de trabajo y de misiones internacionalistas y una relación de pareja que estuve en Venezuela.
En aquel país, me convertí en el más convencido defensor de este abnegado sacerdocio. ¡Cuidado, con decir cerca de mí que estaban allá, incluso arriesgando sus vidas, solo por un interés material!
Conocí a los héroes del Delta Amacuro, médicos, enfermeros, rehabilitadores, operarios… ubicados en los intrincados caños de Curiapo, Pedernales, Tucupita y Casacoima; asistiendo a los antes vilipendiados wuaraos y caribes, navegando en canoas y andado en las precarias caminerías, entre bohíos atestados de mosquitos y una humedad sofocante, donde no hay agua potable ni llega la electricidad, donde no hay cobertura telefónica y las cartas llegaban tres meses después.
Allí admiré a los que por dos años cumplían en las barreras, donde comienza el Atlántico o culmina el Caribe, como se quiera ver; y de otro donde en una época de año aparecían unos insectos como el comején, que los obligaba a apagar la luz y a meterse antes de las 6 pm, empapados con agua bajo los mosquiteros; a riesgo de que su piel se le llenaran de ronchas. Por aquellos lares conocí a la doctora Tatiana que se salvó de milagros, que estando sola en unos de estos apartados ambulatorios se enfermó de Denque y tuvo que navegar bajo el sol, y con mucha fiebre, por decenas de horas, y que a duras penas, cuando llegó a la zona de cobertura, pudo a avisar a sus compañeros que la recibieron con una ambulancia.
Allá en Anzoátegui, escuché los pasajes de “realismo mágico de Germán”, de sus largos días africanos repitiendo el espagueti con sardinas y del camino custodiado por serpientes que atravesó cientos de veces, bien oscuro, cuando lo llamaban del hospital. Y los más recientes, del médico y trovador Lazarito en su escabrosa experiencia en Pakistán, como integrante del Henry Reeve.
Compartí tediosas jornadas, durante varios meses, hasta los domingos, con el personal de un Policlínico luchando contra el Mosquito Aedes Aegypti, pesquisando activamente, cortando las trasmisiones, para que el Dengue no se volviera endémico, como sucede en muchos países tropicales. Los vi imponerse frente a la indolencia y la indisciplina de algunos, como doblegarse antes las suplicas de otro para que no lo ingresara, como estaba indicado. En unas de esos combates por la vida conocí al actual Ministro José Ángel Portal, como a tantos otros que “bajaban” a donde se ganan tantos y otros, menos, se pierden.
Por eso, no me asombraron tantas historias de entrega desmedidas y de heroicidades que se hicieron cotidianas durante esos largos meses de enfrentamiento a la Epidemia del Covid 19. Compartidas por los medios, por las redes o susurradas bajo el nasobuco en las colas. Ellos estuvieron en el principal frente, decenas de ellos se ofrendaron en cuerpo y alma, para siempre. A estos héroes les debemos la sobrevida.
Mi prima Aurora, que cumplió misión internacionalista como su madre y mi otra tía, estuvo en la Zona Roja. Estuvo en varias ocasiones hasta 25 días sin ver a su hijo de apenas 2 años, calculó que sumó hasta 6 meses en un año, sin abrazarlo. Aun le daba el pecho cuando la llamaron preguntándole por su disponibilidad. Podía “agarrarse” de esta condición, pero sabía del gran peso de su ausencia, sobre el descanso y la seguridad de sus compañeros. En una sala de terapia vio pacientes desmoronarse en unos segundos, jóvenes, gestantes, viejos que se les perdían “entre las manos”, como me cuenta. Un día azaroso, en medio de tanta asepsia, vociferó una palabrota contra la terrible enfermedad, ¿qué no lanzaría al infierno, qué de sí no ofrecería por salvar otro abrazo, otra sonrisa, un nuevo día para cualquier ser humano? Aun se le asoma alguna lágrima y se le quebranta la voz al rememorar aquellas horas…
¿Qué de sí no ofrecerían por salvar otro abrazo, otra sonrisa, un nuevo día para cualquier ser humano? (Cortesía de la Doctora santiaguera Aurora Ortiz)
Siempre se han vestido de grandes los médicos de mi país, aquí y en tierras muy lejanas. En hazañas reconocidas por la Organización Mundial de la Salud (OMS) contra el Cólera en Haití y contra el Ébola en África; enfrascados en salvar a los accidentados en el Saratoga y en los supertanqueros de Matanzas.
Son las “joyas” de nuestra República Socialista. ¡Mira que los atacan, mira que esparcen “cascaras” para intentar manchar su ejemplo, que si “trata”, que si “esclavos”, que si “agentes del G2 vestidos de batas blancas”…! ¡Cuán potentes sus actos de humanismo! ¡Qué expansiva sus muestras de solidaridad y altruismo!
¿Cómo no apoyar, entonces la respuesta de la doctora Taymí Martínez Naranjo directora del Hospital Faustino Pérez de Matanzas a las falacias de los odiadores contra su centro asistencial?
Uno siente un orgullo de vivir en sus barrios, al topárselos en el elevador, un día con olores de hospital y otro con las manos grasientas, tratando de arreglar el destartalado carro que heredó de su viejo también médico. Uno apunta, emocionado, al verlo en la TV, “ese el de la primera fila que sostiene la bandera es José Antonio, militó en mi C/B de la UJC”; “ese con cara de Quijote que expone en una Taller Internacional de Inmunología es Serrano, el más talentoso y cordial de los de mi grupo en la Floro”, “esa hermosa viróloga que entrevistaron en la Mesa Redonda me recibió en el IPK cuando inicié allí mi vida laboral.
Contingente Henry Reeve en Paquistán. (Tomado de cuenta del MINSAP)
Así son esos héroes que llamamos médicos, consagrados y sabios como Carlos J. Finlay, firmes y tiernos como el médico guerrillero Ernesto Guevara.
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