Digan lo que digan, las redes son una fuente de inspiración para quienes, como yo, viven del cuento (literalmente). Sin salirme de mi propia experiencia vital, o la de personas que por diversas circunstancias me rodean, surgen historias para llenar decenas de cuartillas.
Basta una frase, un meme, una canción, para acceder a la nube de los recuerdos y descargar momentos ya olvidados, tal vez por la cotidianidad de una rutina bastante ajena a la de aquella Milo siempre inquieta de años atrás.
Toda esta muela es para agradecer a la gente de Senti2Cuba, y ahora también a la del grupo de cuidadores de Palomas, por la dinámica riquísima que generan, porque me ayuda a (re)crear el blog, y hasta me brinda temas para Oasis y Sexo sentido.
La semana pasada, a las amigas de Palomas se les ocurrió pedir la lista de las cosas más locas que quisimos hacer en la vida, y no hemos hecho, y las que no planificamos, pero se dieron, y abrazamos la oportunidad.
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De las primera pongo, en elevadísimo lugar, esquiar en una montaña y tirarme en un paracaídas. Estuve a un pelito de hacer ambas, pero me frenaron. Hoy me vale igual un vuelo en parapente, y hasta creo que será mejor, siempre que mi Sofía viajera esté ahí para hacer el video y compartir la emoción.
Anoto en esa lista ir a un club de swingers: algo bien al alcance de cualquiera en estos tiempos, pero mis parejas y amigos de perfil amplio no me hicieron la pala, ni siquiera en plan de antropóloga frustrada, aunque tanto juré que no me interesaba otro nivel de participación (¿O sí?).
También sumo el frustrado viaje a París, por buen juicio o por cobardía (¡ya ni sé!). Esa vez, hasta pasaje tenía en la mano, pero un rapto de madurez me congeló los deseos, tal vez por la experiencia de la aventura anterior en Frankfurt.
En la lista de lo cumplido, esa historia se gana el premio de lo más loco que logré hacer: me fui de Praga sin tique de regreso ni dinero o contactos, para forzar a mi esposo de entonces a recogerme en la estación y sumarme a su planeado fin de semana en casa de un amigo alemán.
- Consulte además: Viaje a la nostalgia
Ellos volvían en avión de un evento en España y decidieron quedarse par de días, pero esta loquilla no aceptó que la dejaran fuera de la visita a las ciudades de Colonia y Bonn, así que cogí una muda de ropa, una merienda y un cómic y me monté en el siguiente tren, rumbo a lo desconocido.
A las cuatro horas de esperar estaba un poco asustada, sobre todo porque los hombres me decían cosas que yo no entendía, pero adivinaba, y no sabía por qué… Hasta que llegaron mis salvadores y el anfitrión me explicó, muerto de la risa, que me había sentado a la entrada de un cine pornográfico.
En la lista incluyo los lugares bizarros donde disfruté ciertos escarceos eróticos, en especial trenes y guaguas, pero también la lanchita de Regla, la esquina de una estación de policía, una parada en la autopista a Pinar del Río (apenas a cubierto detrás de las bicicletas), playas, ríos y piscinas, el techo de la beca, las oficinas, un recodo del camino al Turquino, vaquerías, patios, zoológicos, Parque Lenin, la explanada junto al Morro… Normal, ¿verdad?
Mejor no cuento las ocurrencias en el curso DSN (Do Something Now) de El Arte de Vivir, porque son parte de un proceso hermosísimo que todos disfrutarían vivir alguna vez. ¡Y ahí sí que se rompen muchísimas barreras emocionales y mentales, a pura risa y complicidad!
- Consulte además: Recuerdos de mañana
Por cierto, esta crónica nace porque en la hora de la risa del grupo Palomas recordé la noche en que estaba con un grupo de amistades en una fiesta de farándula, y para ser barra abierta, el barman resultó bastante tacaño en sus preparados.
Mientras los demás planeaban como convencerlo de ser más generoso con el alcohol, yo me dirigí a él, le planté un beso demorado y aproveché los segundos de confusión para agarrar el Habana Club más llenito y llevarlo para nuestra mesa.
El joven tenía dos opciones: quedarse como si nada y aceptar mi osadía (cosa que hizo, y mi pareja también), o venir a exigirme que devolviera la botella, y en ese caso tendría que devolverme el beso. De cualquier modo, yo saldría ganando… sin discusión.
Me queda tiempo para sumar locuras, pero si no se dieran no importa: ahora miro atrás con placer todo lo vivido y mis mucosas se alebrestan pensando: ¡Qué me quiten lo bailao!!!”.
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