Una mirada llena de desprecio fue la respuesta de aquella señora a la pareja que subió de la mano a la guagua en la que viajaba de regreso a casa. Bastó ese gesto, acompañado de susurros y labios fruncidos, para recordar que, en esta sociedad, el amor sigue siendo un privilegio condicionado para algunos.
Tal vez aquella pareja ya había caminado antes sin temor, o tal vez cada paso de la mano seguía siendo una pequeña batalla contra la inseguridad. Solo ellas lo saben. Pero lo que quedó claro en ese instante es que la libertad de amar aún se enfrenta al peso de los prejuicios.
Las reacciones en la guagua no fueron distintas a las que se repiten en calles, plazas y reuniones familiares: miradas inquisidoras, comentarios cargados de ignorancia y rechazo disfrazado de “opinión”. Es como si, de repente, todos olvidaran que el derecho a la felicidad no depende de a quién tomemos de la mano. Este tipo de actitudes no son solo manifestaciones aisladas de desagrado, sino síntomas de una estructura social que sigue imponiendo normas sobre lo que se considera “aceptable”.
El problema con los prejuicios es que no solo afectan a quienes los padecen directamente, sino que también perpetúan un ambiente de miedo y autocensura. Muchas personas LGBTIQ+ crecen sintiendo que deben esconder su identidad para evitar el rechazo, lo que tiene un impacto profundo en su bienestar emocional. El amor, en todas sus formas, debería ser motivo de celebración, no de juicio.
- Consulte además: Hacia una sociedad libre de discriminación
A pesar de los avances en derechos y reconocimiento legal en muchos países, el cambio cultural sigue siendo lento. Las miradas de desprecio, los comentarios hirientes y los actos de discriminación siguen siendo parte del día a día de muchas parejas del mismo sexo. No se trata solo de aceptar la diversidad, sino de comprender que la orientación sexual de alguien no debería ser un tema de debate ni de controversia.
Se trata de auto examinarnos, para pensar hacia dónde vamos y qué camino es el que nunca debemos seguir. Aceptemos el amor, el respeto y el no juzgar. Finalmente, el más claro ejemplo de un camino que no podemos tomar es rechazar estas relaciones que también emanan amor.
Tenemos que eliminar esos tabúes que paso a paso nos convierten en personas carentes de empatía, que odian a sus semejantes porque no piensan igual, porque no se ajustan a patrones atrasados y machistas, que nos impusieron en otra época, solo así haremos de nosotros personas mejores y más tolerantes.
El amor, cuando es auténtico, desafía cualquier límite impuesto por la intolerancia. La verdadera pregunta es: ¿cuánto tiempo más seguirá la felicidad de unos siendo motivo de incomodidad para otros? El cambio comienza cuando dejamos de ver el amor como una amenaza y empezamos a reconocerlo como lo que realmente es: un derecho humano fundamental.
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