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miércoles, 27 de noviembre de 2024

Una parte de Cuba y su cultura detrás del lente (+Fotorreportaje)

Hay una construcción misteriosa que hace de la tierra el habitáculo de lo mejor de los dioses, pero que a la vez por eso mismo no cae jamás en el silencio…

Mauricio Escuela Orozco, Antonio Rolando Hernández Mena en Exclusivo 04/06/2023
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Fotorreportaje La Habana_Cubahora
Darlo todo por Cuba, poner rodilla en tierra por sus valores nacionales, son horizontes que valen la pena, aunque no haya retribución otra que el amor. (Antonio Rolando Hernández Mena / Cubahora)

Texto: Mauricio Escuela
Fotos: Tony Mena

La Cuba de todos es una hermosa muchacha que nos besa la frente en los peores momentos. Quiero tener esa imagen romántica, casi salida de un filme de héroes y de batallas, de sacrificios y de cargas de caballería. Y es que hay algo de numantismo en la construcción de la identidad criolla. Hechos en lo más rudo de los tiempos, forjados al calor de las dificultades, los nacidos aquí poseemos una frase muy peculiar: ya veré cómo invento para sobrevivir. Así imagino a los cubanos de las épocas coloniales, resistidores de la bota que los ahogaba, pero siempre hallando la victoria en las alternativas de la existencia. ¿Qué sino fue el comercio de contrato y contrabando de los siglos XVII y XVIII? La vida en el archipiélago fue siempre ese caminar contra los vientos huracanados no solo de la naturaleza, sino de las muchas dolencias impuestas por la situación geográfica, la historia, el peso de la belleza y de las muchas tragedias. Uno de los ejemplos de resistencia más preclaros acaba de partir de este plano hace unos días. Se trata del gran Antón Arrufat. La huella de la literatura y de la persistencia estaba en su rostro. Un hombre puede caer, quizás hasta ser destruido y aun así no ser derrotado.

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La Bahía de La Habana tiene sus encantos (Antonio Rolando Hernández Mena / Cubahora)

Tal metáfora fue descubierta por Ernest Hemingway en sus estancias en nuestro país. Su contacto con los pescadores y la gente de pueblo lo hizo un sabio. La construcción de la obra El viejo y el mar está transida de cubanía, de la maravilla de un espíritu hecho para el triunfo, la vida, el esplendor en las peores condiciones materiales. Ese pescador que regresa una y otra vez a alta mar pareciera ser la nación que persiste en alcanzar sus sueños, a pesar de que le son escamoteados. En cada idea de país existen una utopía, una idea de la perfección, un paraíso que todos intentan recobrar, pero que se pierde una y otra vez. La imagen pertenece a John Milton, pero no por ello deja de ser también muy nuestra. A fin de cuentas, somos hijos del romanticismo que nos legara Heredia, quien vio a Cuba a partir del frío y de la distancia de unas cataratas norteñas. Hubo en esa dicha, un acercamiento a lo metafísico, a lo entrañable. Como dijo Fernando Ortiz, toda entidad posee un intríngulis que lo define y que vertebra lo que deseamos ser. Somos lo que soñamos y a partir de ese ideal se establece lo sólido.

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Vista superior de la Bahía de La Habana (Antonio Rolando Hernández Mena / Cubahora)

 

En Cuba hay una huella de ancestros que nos invita a sobrevivir y a brillar en medio de lo más oscuro. Aunque haya dolor y cueste vidas, la soberanía deberá mantenerse y ser ese faro de ejemplo para el mundo. La misma musicalidad de nuestras palabras, dichas con el tono y la melodía propios del habla nacional, nos indica que poseemos un sitio ganado entre las naciones y que eso hay que cuidarlo. Mucho que ha costado llegar hasta ahí. La historia recoge el ejemplo de dos grandes hombres de nombre José. El primero era un alma luminosa y un genio de la política, que hizo de la poesía una manera de vida certera. El segundo llegó a lo más alto de las artes y supo dar el ejemplo de resistencia desde el dolor personal y el combate contra la mediocridad. Martí y Lezama conforman un complejo entramado de significaciones y de viajes al imaginario que no podrá ser igualado, mucho menos puesto en el silencio del oprobio. Eso es lo que se conoce como el amor a la patria, que no es otra cosa que la trascendencia más allá de las formalidades.

 

Esa frase: “inventar para sobrevivir”, pareciera un recurso de un pueblo en apuros. Sin embargo, ha sido dicha por la misma gente que ha logrado una cultura universal de artistas que hacen de este país un centro desde donde emana lo mejor. Es un sol moral que limpia cualquier miseria que nos aqueje y que hace de estas tierras el manantial dorado que fuera visto en los sueños del conquistador. Cuba, primero llamada Juana, ha hecho de su existencia un bregar por la identidad, por el hallazgo, por la vida auténtica en medio de las peleas entre lo real y lo que se aspira, entre la idealidad y un universo que nos reta y que posee las resonancias de lo terrible. ¿Acaso no era eso lo que venció Lezama? En su gloria de la calle Trocadero el poeta lograba la trascendencia de la obra, no importaban el silencio ni la soberbia, ni que luego no hubiese un estrado sobre el cual detenerse a dar loas y a recibir prebendas. La resistencia de lo auténtico es así, un alma encantada que nos habita, que ilumina los rincones de la identidad nacional y que posee las sabidurías de los ancestros a flor de piel. Tanto Martí como el espíritu de Trocadero son fuerzas motrices que saben vivir en la ruina hermosa de los peores tiempos, ya que en tales azares se forjan la realidad bella y la inmensidad del ser.

 

Cuba es más que un conjunto de conceptos y de formaciones identitarias, va hacia lo íntimo, lo humanista. Hay una construcción misteriosa que hace de la tierra el habitáculo de lo mejor de los dioses, pero que a la vez por eso mismo no cae jamás en el silencio. La nación joven posee milenios de existencia en quienes la soñaron y la vieron en las luces de la nebulosa. La patria posee una metafísica que la precede y que le da la entidad necesaria para ser la base de todo el mundo por nacer. Ya en los pensamientos de los ancestros caminaban Lezama, Martí, Heredia, Varela, Ortiz…Y en esas iridiscencias hay que hallar los conflictos, los choques que hacen de la nación un continente infinito de confluencias. Porque se trata de eso, de la conciencia colectiva, de la trascendencia de un ser que no se queda quieto, sino que posee su fuerza en las mutaciones. Cuba no va solo en los símbolos, sino que posee un empuje derivado de la magia de los tiempos. Hay que hacerla en las visitas a lo más hondo, como si fuésemos Orfeo. La nación sale hecha pedazos de ese otro mundo y se rescata en la construcción benevolente de los hijos.

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Vista del Faro en la Bahía habanera

 

En las obras de arte de los siglos XVIII y XIX, Cuba aparece como un paraíso perdido en medio del mar. De sus hijos lo que se resalta es lo raro, lo anecdótico, pero más allá de eso, en la tierra existe una metafísica. Tal verdad, que no surge en aquellas visiones primarias, se ha ido develando en lo más sencillo y puro. La patria no depende de las aproximaciones edulcoradas desde afuera, sino que se levanta en una soberanía inmensa y fuerte. Ese sentimiento no es palabrería, no se trata de fuego de artificio, sino que corre por la sangre, se hace realidad en las acciones y duele cuando no lo vemos del todo realizado. A la nación le sobran hijos que la amen y que estén dispuestos a todo, pero hay que rescatar la savia primigenia, esa que caminaba en los tiempos de la nebulosa, del sujeto indefinido, de cuando vagábamos solitarios.

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Faro del Complejo Morro-Cabaña (Antonio Rolando Hernández Mena / Cubahora)

 

A Cuba la soñaron quienes no la veían cotidianamente. Martí, en su distancia, hizo de la patria su amada, su hogar, el ideal dorado. Antes, Varela nos trajo las ideas de la soberanía cierta. Toda grandeza parece locura cuando aún las nubes no se despejan del horizonte y están delate de nosotros. La tierra se ha mostrado en su esplendor y en sus dolores solo para que sepamos que la belleza posee el precio de los justos. Darlo todo por Cuba, poner rodilla en tierra por sus valores nacionales, son horizontes que valen la pena, aunque no haya retribución otra que el amor. Todo sea por pagar la deuda con los dioses tutelares que nos dieron a luz en los tiempos de la neblina, cuando nada éramos.

 

En las obras de arte del presente, la nación aparece dibujada con las ideas de los mejores hijos. Ya el momento del silencio de los siglos pasados es cosa fuera de toda lógica. La voz nos la hemos dado a partir de las batallas. Se trata de una metafísica propia que no debe caer. Más allá de todo símbolo, la patria es la existencia real de los valores y su concreción en las personas. Nos definen las acciones.

 

El horizonte, mientras, será siempre el utópico bregar. Allí está la aspiración mayor.

 

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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación

Antonio Rolando Hernández Mena

Licenciado en periodismo, he trabajado como fotorreportero en los periódicos Trabajadores, el habanero, la Agencia Cubana de Noticias y actualmente en la Asamblea Nacional del Poder Popular


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