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miércoles, 27 de noviembre de 2024

Crónica de un niño pobre

Desde los cinco años me he criado entre iglesias católicas. Allí los curas siempre me decían: lo que quieras, pídeselo a Dios y Él te lo concederá. Yo juntaba entonces mis manitas y pedía por el fin de la pobreza. Las escenas que a continuación serán narradas transcurren en la Ciudad Maravilla; la que tanto amó Eusebio Leal y en cuya pasión pretendo emularle...

José Ignacio De Jesús De Smedt Machín en Exclusivo 17/06/2023
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-Señor, por favor, me puede pagar un helado. Tengo hambre. No es el primer niño pidiendo dinero o comida que me encuentro, tampoco será el último; en estos tiempos he notado un alza de ellos y en múltiples situaciones. (Pedro Pablo Chaviano/Cubahora en el Blog KaraZusia) (Pedro Pablo Chaviano Hernández / Cubahora)

Lo confieso: soy cristiano, aunque quienes me conocen bien saben que creo en Dios, no en los dogmas como tal. Estas palabras nunca las he visto como un tabú, tampoco he hecho como San Pedro, quien negó conocer a Cristo tres veces antes que cantara el gallo.

Como sea, desde los cinco años, un poco más, un poco menos, me he criado entre iglesias católicas. Allí los curas siempre me decían: lo que quieras, pídeselo a Dios y Él te lo concederá. Yo, con la inocencia propia de la edad, juntaba mis manitas y pedía por el fin de la pobreza.

Siempre había visto las imágenes de los niños en África y me desconsolaba el verlos descalzos, sin ropa apenas, cargando agua o royendo un trozo de pan. Yo también era de familia humilde, pero, ante tales brechas, podía presumir de ser millonario.

¡Ah, la niñez! Era una época linda. Por aquel entonces el mundo y todos parecían iguales ante nuestros ojos. No existía el negro, ni el blanco, ni el pobre; el traidor era aquel que no te prestaba un juguete y la mayor preocupación pasaba por hacer las tareas temprano para salir a mataperrear o que mamá o papá nos buscase a las 4 y 20 en la escuela.

Pero crecí. Si de mí dependiera quedaría como Peter Pan: Un eterno niño. No hablo de la edad, eso no me es preocupante sino de aquellas cosas que uno descubre cuando pasan los años. Envejecer se siente como destapar la Caja de Pandora y que salgan de una vez todos los problemas, y muchos sienten perder el derecho a la esperanza que radica al fondo

Uno de esos problemas es, ya lo decía, la pobreza. Yo que me críe en ella, oía decir que ser pobre resultaba una virtud. Para mí nunca ha sido más que una retórica moralista, porque nunca vi nada de virtuoso en las imágenes de niños famélicos royendo un trozo de pan en África; como tampoco lo noto en los mendigos que piden monedas o en quienes duermen en las calles de La Habana Vieja.

Sí, las escenas que a continuación serán narradas transcurren allí, en la Ciudad Maravilla; la que tanto amó Eusebio Leal y en cuya pasión pretendo emularle.

Para mí La Habana Vieja siempre será un lugar pintoresco, pese a sus edificios en peligro de derrumbe y desperfectos. Sus calles están llenas de magia, música y vida, entre Obispo, las plazas, parques; donde lo antiguo y la historia encuentran en sus estructuras verdaderos santuarios.

Aquella noche estaba en la Plaza Vieja, al final de Teniente Rey. Una heladería llamada Mango era el lugar escogido para encontrarme con una chica. Ya sentados consumiendo, siento que alguien me jala la camisa. Unas manos negras lo hacían, pero no cualquieras, estas eran únicas.

  • Señor, por favor, me puede pagar un helado. Tengo hambre.

No es el primer niño pidiendo dinero o comida que me encuentro, tampoco será el último; en estos tiempos he notado un alza de ellos y en múltiples situaciones. Recuerdo ahora a uno de 12 años que me propuso tener sexo con chicas. ¡Tan joven y chulo!

Aquella persona no se diferenciaba mucho de las demás: sucio, vestido con ropas viejas, algo rotas. Quizás hasta en la fama tuviesen parentescos, las personas especulaban con que él también era un descarado o un millonario. Solo una cosa tenía en especial: era un niño, quizás de siete u ocho años.

Quienes piden dinero en la calle cargan esa fama, contra su voluntad, como también lo hacen con su profesión. Las personas en la calle les tildan de descarados o de hacerse millonarios pidiendo dinero, mientras pasan con la vista larga. Nadie piensa por un momento en sus vidas, en cómo llegaron allí, en lo que realmente necesitan. Como en la parábola de aquel hombre en la Biblia: lo miró, y siguió su camino pasando de largo.

Como sea, para aquel niño yo era su opción inmediata. Parecía haberlo intentado en más de una ocasión con quienes allí estaban, pero sin éxito. No supe qué hacer, el silencio me consumía las palabras y los actos, mientras él seguía pidiendo su helado, yo callaba, pensando en los privilegios que tenía a esa edad. Otra vez, comparativamente, podía especular de haber llevado una vida de ricos.

¿Cómo llegó aquel niño? No lo sé, para mí prefiero que siga siendo un misterio, aunque tengo mis sospechas. Como en las películas, probablemente, su madre le había mandado a pedir dinero u comida para poder entrar a la casa, o a lo mejor se prostituía mientras su hijo pasaba hambre y aguantaba más de un maltrato.

Finalmente reaccioné, abrí mi billetera y le compré su helado. Como me enseñaron desde pequeño: donde comen dos, comen tres. Ya se iba, pero antes un regalo: “Mire señor, tenga”, dijo mientras me daba una rosa de origami, para no perder la inocencia propia de la edad, pese a las circunstancias.

La noche cambió para mí, el helado no me supo igual. Pienso nuevamente en mi Yo infante, en aquel niño humilde que hoy escribe esta crónica. Quizás, desde mi inocencia de la edad, pedía en una iglesia por el fin de la pobreza en el mundo pensando en las escenas futuras. Hay cosas que duelen al crecer, como decía, sin duda, esta duele mucho más.

A lo mejor disfrutó su helado, quien sabe cuándo pueda volver a tomar otro. Lo que sí es seguro, es que, en cada iglesia, ya de adulto, seguiré pidiéndole a Dios que acabe con la pobreza. Ya la conozco, y no hablo de verla por las fotos o vídeos. Aún no me ha escuchado, sé que lo hará algún día.


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José Ignacio De Jesús De Smedt Machín

Un periodista que hace lo que puede y como puede

Se han publicado 1 comentarios


Jenny
 25/6/23 0:05

Me conmovió.

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