sábado, 28 de septiembre de 2024

Chernobyl: una historia personal

Desde Cubahora conversamos en exclusiva con Maribel Acosta, directora del documental junto a Roberto Chile, periodista y profesora de la Facultad de Comunicación de la Universidad...

Liz Armas Pedraza en Exclusivo 26/04/2021
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Treinta y tres años después, cuando Maribel llegó a tierra ucraniana para el rodaje del documental Sacha, un niño de Chernobyl, vio directamente las huellas de la historia y el vacío tan doloroso que suele dejar la muerte. (Fuente: Cubaperiodistas)

Cuando ocurrió la explosión en la central electronuclear “Vladimir Ilich Lenin” de Chernobyl, el 26 de abril de 1986, Maribel Acosta era una joven que, justo por esos días, comenzaba el camino en el trabajo periodístico. En aquel entonces, era difícil imaginar todo lo que supondría tal acontecimiento en su vida.

Treinta y tres años después, cuando Maribel llegó a tierra ucraniana para el rodaje del documental Sacha, un niño de Chernobyl, vio directamente las huellas de la historia y el vacío tan doloroso que suele dejar la muerte. Así, completó una historia personal sobre Chernobyl que nació en ella desde la infancia: Chernobyl como un símbolo, como símbolo de un lugar, como símbolo de un imaginario y como símbolo también de una época determinada que se acabó.

Desde Cubahora conversamos en exclusiva con Maribel Acosta, directora del documental junto a Roberto Chile, periodista y profesora de la Facultad de Comunicación de la Universidad. Lo que aquí se cuenta es una historia personal, a 35 años de la explosión nuclear.

Luces…

El recibimiento de la noticia en Cuba de la explosión nuclear en Chernobyl fue de impacto, como en todas partes del mundo, con esa información que fue llegando a retazos. Solo con el tiempo se cobró la dimensión de lo que había ocurrido. Por ese entonces, en 1986, el mapa del mundo era otro. Existía el antiguo Campo Socialista y existía también la Unión Soviética (URSS). No se nos ocurría que pocos años después iban a pasar tantas cosas que transformarían el mapa del mundo, y más que eso, la vida de millones de personas.

Entre 1986 y 1989 aquel aire de lo que iba quedando y a su vez, las noticias angustiosas que iban llegando sobre lo que pasaría luego, en el antiguo Campo Socialista y más tarde con la desintegración de la URSS. Ya en 1989 ocurre la caída del Muro de Berlín y con ello toda la consecución que dio al traste al Bloque Socialista, hasta que en 1991 se desintegra la URSS. Estos años fueron de conmoción total para todos.

El primer grupo de niños llegó a Cuba en 1990. Todavía existía la Unión Soviética, ya con todas las convulsiones que estaban sucediendo, pero estaba ahí. Por tanto, las personas de aquel primer vuelo venían de un país que, una vez que volvieran la mayoría, sería un país que ya no existiría. Eso para ellos fue desgarrador.

Vinieron a Cuba los familiares con sus niños enfermos, con cáncer, con enfermedades de la piel tremendas, con un impacto psicológico, un estrés postraumático abrumador. Algunos estuvieron años acá, digamos que seis o siete. Desde entonces, su vida cambió de algún modo con el contacto con Cuba, con el sol, con el mar, con la gente y con los médicos de aquí.

Este programa humanitario, que en principio tenía como objetivo atender a 10 000 niños, como dijo Fidel en la escalerilla del avión aquel 29 de marzo de 1990, finalmente permaneció 21 años y atendió a 26 000 niñas y niños de Bielorrusia, Rusia y Ucrania.

Yo era una joven periodista en los 90 y todavía tenía en mi memoria y en mi imaginario, los libros de mi infancia. Una vez que estuve en el rodaje del documental en el 2019 en Ucrania, fue impresionante, porque pude de algún modo enlazar aquellos libros llenos de imágenes, de la fantasía de un mundo eslavo extraño para nosotros, pero a la vez encantador. Lo pude constatar con aquellos mismos árboles, los pinos, los pasajes y aquellos mismos rostros.

Así, se completó una historia personal sobre Chernobyl que nació en mí como en muchos de nosotros en la infancia. Chernobyl como un símbolo, como símbolo de un lugar, como símbolo de un imaginario y como símbolo también de una época determinada que se acabó.

Cámara…

Para mí la cercanía con Chernobyl, su historia, comenzó cuando en el 2015 conozco a la artista peruana Sonia Cunliffe y ella me pide que investigue sobre el tema, a partir de que estaba interesada en realizar una exposición de arte de archivo sobre el tema de los niños de Chernobyl en Cuba.

A partir de ahí, empecé a sumergirme en los archivos de Granma, Juventud Rebelde, la televisión y empecé a investigar sobre el tema. Por supuesto, también me vinculé con el doctor Julio Medina, quien fuera director del programa humanitario durante muchos años y él a su vez me hizo enlaces con Sacha, con Lida, su madre con otros médicos, con Vladimir Rudenko, otro de los niños que se quedó a vivir en Cuba, y a su vez con otros niños que en algún momento vinieron a Cuba de vacaciones, a ver amigos o algún de tema de enfermedad, que querían verse con los médicos cubanos aun cuando el programa ya no estaba funcionando.

Eso me fue metiendo en la historia, ya de un modo más visceral, más allá de la notica de prensa y del acercamiento periodístico que siempre tiene un límite de profundidad, ya sea por la velocidad con la que uno trabaja, por los requerimientos de transmisión o publicación que tiene sobre un tema específico.

La exposición estaba prevista para 2016, que era cuando se cumplían los 30 años de la explosión de Chernobyl. De esta manera, tuve alrededor de un año para irme sumergiendo en estas historias. Y  al sumergirte en historias, digamos con la cercanía humana de quienes las protagonizaron, tanto por parte de los médicos, como los pacientes, entonces empiezas a tener una dimensión personal de lo que es la historia.

Incluso, una dimensión personal de la proeza que hizo Cuba. Cuba no tenía experiencia en estudios radiológicos, de accidentes nucleares, no contaba con una larga trayectoria ni por asomo para enfrentar este tipo de problemas. Lo que sí tenía este país desde aquel entonces, era un robusto sistema de salud, un sistema institucional bien articulado y tenía, sobre todo, disposición y convicción moral y humana para ayudar.

La historia del programa humanitario comienza cuando el cónsul cubano en Kiev se dirige a Cuba pidiendo ayuda para los niños y niñas de Chernobyl. Inmediatamente, Fidel Castro responde que sí y manda un equipo médico multidisciplinar a Ucrania. Allí hacen un recorrido por todos los pueblos, buscan a los niños que estaban más enfermos y es que llegan a Cuba los primeros 139 niños y niñas en un vuelo de Cubana de Aviación.

Después empiezas a saber montones de historias. Una de las cosas que más me conmovió a mi eran las fiestas de 15 a las niñas que venían. Según me contaron los propios directivos de la administración de Tarará, en cada vuelo ya se sabían las niñas que iban a cumplir 15 años y entonces hacían una celebración colectiva. Para ellas, no era parte de su tradición, pero les encantaba, al punto de que cuando yo vuelvo a Ucrania ya en el 2019, Tania que es una de esas niñas que cumplió 15 años en Cuba, tenía su habitación llena de fotos de sus 15 en Cuba.

Para ellos, la estancia en Tarará y en Cuba fue un alivio no solo a los dolores del cuerpo que tuvieron, sino también de los dolores del alma. Y cuando todos hablan de Tarará, actualmente, la sonrisa va de oreja a oreja y lo califican como la experiencia más linda de su vida.

Como te decía, la exposición finalmente se inauguró con imágenes de archivo en 2016 en Lima, posteriormente esta exposición viajó a Estados Unidos a una feria de arte. Después se inauguró en La Habana en 2017 y más tarde, cuando sale la serie de HBO Chernobyl, el tema, la agenda, se vuelve a resignificar y nosotros entonces decidimos volverla a colocar en Cuba. Así, se inaugura la exposición en agosto de 2019 en la Fototeca de Cuba, acompañada de un Simposio Internacional, con madres, pacientes, los niños que se quedaron a vivir en Cuba, personal médico y paramédico, unas 70 personas que empezaron a contar sus historias sobre toda esa experiencia.

Ya para ese entonces habíamos comenzado el trámite con Graciela Ramírez, la directora en Cuba de Resumen Latinoamericano para producir el documental, que para mí era un sueño. Es decir, yo no descubrí las historias después el documental. Yo quería hacer el documental desde que me fui sumergiendo en las historias que desde el punto de vista personal me fueron pareciendo más cercanas, que aquilaté la historia humana que tenía frente a mí. Lo que no había soñado que podría hacerse de manera tan rápida, tan efectiva, con tanto entusiasmo y con tanto apoyo como lo hizo Resumen Latinoamericano.

Foto tomada de Cubaperiodistas

Acción…

La investigación prácticamente ya estaba hecha. Por tanto, empezamos a trabajar en el guion, se sumó Roberto Chile que es alguien con una trayectoria profesional maravillosa y que, por supuesto, fue protagonista acompañando a Fidel en muchas de estas acciones a lo largo de los años en las visitas del presidente a Tarará, en el encuentro con los niños, etc.

Entonces el documental empieza a tomar cuerpo con un proyecto ya firme de rodaje, que empieza en Cuba en octubre de 2019, luego en Ucrania en noviembre de 2019, lo que casi fue un milagro, porque nosotros estuvimos dudando mucho si ir en noviembre o no a Ucrania por el tiempo, por el frío, porque oscurece muy temprano y se iba a complicar mucho el rodaje. Después vimos que fue una muy buena decisión, porque si no lo hubiésemos hecho así, hubiese sido imposible hasta hoy por la pandemia. Nosotros fuimos tal vez, el último equipo de prensa que llegó hasta Chernobyl antes de que comenzara el coronavirus.

Foto tomada de Cubaperiodistas

Entonces, durante la pandemia editamos, procesamos todo el documental, por supuesto, con mucha dificultad por la situación, pero logramos terminarlo gracias a que cumplimos un rodaje en tiempo ante esta emergencia que ninguno de nosotros había pensado que iba a ocurrir.

Cuando comenzamos el rodaje del documental, ya había pasado la exposición y tenía mis vínculos personales con Sacha y con Lida, la madre de Sacha. Ella es una mujer de mi edad, una mujer con un hijo, una mujer que vivió una tragedia humana tremenda.

Sacha enfermó cuando tenía un año y Lida lo llevaba de un médico a otro. Ella siempre dice que se dio cuenta de la tragedia que estaba viviendo cuando veía que todos los hospitales estaban colapsados. Sacha empezó a tener problemas de tiroides, pero nadie certificaba exactamente lo que tenía. Lida quedó sola, el padre de Sacha no la acompañó en todo este momento tan trágico de su vida. Por tanto, Lida, con sus padres, los abuelos de Sacha, emprenden este empeño de buscar una salida para curar al niño, y ahí es cuando da con los médicos cubanos.

Sacha viene a Cuba cuando tenía 6 añitos. Aquí le descubren un tumor de hipófisis maligno de tres milímetros. Estuvo un año ingresado en el hospital Juan Manuel Márquez con quimioterapia y radioterapia, que enfrentó de una manera muy valiente y que realmente fue muy duro para él y para su madre. Lida, que llegó sin saber una palabra de español, cuando termina aquel año con Sacha en el hospital ya sabía y hablaba español.

¿Cómo me adentro de una manera más visceral con esta historia? A partir de la amistad con Lida. Solíamos ir juntas a Tarará, a sentarnos allí en la playa, hablábamos mucho y empezaron entonces las historias del alma. Las historias más duras, las historias que realmente conmueven.

Lida me cuenta que cuando ella regresa a Ucrania en 1996 ya Sacha estaba curado, fueron allá a ver a su familia, a decidir qué hacer. Entonces, se dieron cuenta que ya no tenían que ver con ese lugar, ni ella ni Sacha. Ya había caído el Campo Socialista, ya ese era otro país. Ella se sentaba con sus amigas a hablar y, sin embargo, se sentía tan ajena a lo que estaba mirando. Decidieron regresar y permanecer en Cuba.

Así, empieza el empeño de Lida, que es una madre y una mujer enorme, para conducir a Sacha en el camino de los estudios en Cuba, hasta la Universidad. Sacha comenzó luego la carrera de Estomatología, antes había estudiado en la Secundaria, después en la escuela rusa y encaminan su vida aquí. Y hasta hoy.

Sacha junto a su madre en la graduación de la carrera de Estomatología (Cortesía de Maribel Acosta)

Después Sacha se enamoró de una muchacha como él, que estudiaba también Estomatología. Se casaron, tuvieron su primera hija, Valeria. Después tuvieron a su segundo hijo Víctor, que nació justo en junio de 2020 en medio de la pandemia, ambos sanos, preciosos, encantadores.

Cuando hablo con Lida de estos tiempos difíciles, siempre me dice: “tranquila Maribel, todo es posible, todo se va a solucionar, no está pasando nada malo. Yo desde que viví lo que viví me di cuenta que todo es relativo, y tengo lo que siempre soñé: mi hijo vivo, dos nietos maravillosos y una vida que se la debo a este país”. A mí siempre me hace bien estar con Lida, porque ella siempre te devuelve lo mejor de los seres humanos.

Lida y Sacha en Tarará (Foto Cortesía de Maribel Acosta)

Entonces para mí el documental es más que una obra de realización con la que un profesional siempre sueña. Logramos grabar en Cuba, ir a Ucrania y dar seguimiento allá, ir con Sacha al pueblo donde nació, reencontrarnos con su familia, ir a Chernobyl que fue dramático ver allí la destrucción, la tristeza, los paisajes ralos, la huella todavía hoy de la inmensa tragedia humana. Más de 100 pueblos fueron levantados de raíz.

Por tanto, no se cortó solo la tierra, el aire, se cortaron las vidas de miles de personas que vivían allí, que tenían un futuro, que tenían sueños. Y todo eso se fue de repente. Hay análisis que muchos han hecho, hasta dónde los errores, hasta dónde la displicencia, hasta dónde, digamos la ineficiencia. Todo eso es cierto, también lo es los miles de personas que murieron para apagar los fuegos, la vida de los liquidadores que estaban allí enfrentando la destrucción, sabiendo que iban a morir, y lo hicieron en nombre de su país y en nombre de la patria.

Este documental también me enseñó que cuando te acercas a cualquier tema, por duro que sea, siempre tiene muchas miradas que valen la pena atender y que vale la pena mirar sin prejuicios. Para mí ha sido muy importante también porque los estudios de memoria me convocan cada vez más. Llevo años acercándome a ellos, en particular los estudios de memoria del Campo Socialista es algo que me interesa de manera también personal, porque tiene que ver con mi infancia, mi adolescencia y mi juventud.

Foto tomada de Cubaperiodistas

Aquello que se acabó de un modo tan abrupto, yo he tenido la necesidad de irlo recuperando en sus detalles, en sus aparentes pequeñeces a lo largo de estos años. La vida me ha dado esa oportunidad por este documental, por conocer a Lida, a sus amigos, a Sacha, a este mundo que te va dando aristas y por los estudios académicos en la Facultad de Comunicación, como parte de un proyecto que me ha permitido también, digamos que encausar los estudios de memoria. Cada vez más soy una convencida de que en la investigación de la memoria, en la recuperación de la memoria, de la forma más desprejuiciada y sana posible, está la garantía de un futuro también sano.

Entonces con “Sacha”, el documental, no solo para mí ha estado la vida profesional. El documental en este momento está siendo traducido a muchas lenguas, al inglés, al francés, al portugués, al ruso, al ucraniano, al árabe. Se está programando en muchos canales del mundo, de hecho, el próximo día 26 será programado en la Televisión ucraniana y si bien nosotros teníamos muchos planes a lo largo de este tiempo, con la exposición, por ejemplo, que estaba programada para mayo de 2020 en el Museo Nacional de Chernóbil, no se pudo hacer por la pandemia, sé que podrá hacerse cuando esta situación se normalice y ya además con el documental acompañado.

Poster del documental

Del mismo modo que en Liubliana, en Eslovenia está programado hacerlo también y así en distintos lugares del mundo, que nosotros estamos pensando que podría significar, no solo el recorrido de este viaje del documental por el mundo, sino también de esta historia, que es la historia humana de miles de personas y que es la historia también de una pequeña Isla asediada, bloqueada, que sí sabe el significado del término resiliencia, de sobrevivencia y del término vida.

Todo esto ha significado “Sacha”, pero sobre todo para mí, en la trayectoria profesional, un completamiento de piezas que uno va haciendo en su vida y que te hacen crecer como ser humano, porque cada vez estoy más convencida que la vida sin ética, sin valores humanos, sin convicciones, es solo supervivencia.

La vida es todo lo otro: solidaridad, la convicción, la memoria, la lealtad. Ese es el camino de la vida y ahí es donde creo que está la importancia de cualquier legado en lo profesional y lo personal.

*Hoy el Canal Educativo retransmitirá a las 8:30 pm el documental Sacha, un niño de Chernobyl


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Liz Armas Pedraza

Amante de los datos y el deporte. Periodista y cubana.


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