Imaginémoslos, a él y a ella, con medio mundo de distancia. El exilio, la tuberculosis, la Revolución con mayúsculas aun desde su engendro. Corre 1931. Asela logra entrar a Rusia. Lo cuida. Varias cartas suyas ha recibido en los últimos años donde la muerte, su incorregible sombra, se anuncia casi a llantos desde las letras. Moscú es muy frío.
Para finales de año, ella retorna a Cuba y él... allá queda. Cuatro meses pasan, es febrero del 32, Asela descubre su embarazo y algunos "camaradas" del Partido ponen en duda su honra, su fidelidad. Qué asco la distancia y...
"¡Qué asco [le escribe Rubén] y qué desencanto producen esos rencores personales, esos miserables enredos, esas acusaciones sucias de que me hablas! ¡Y estar yo tan lejos de ti! […] Debes poner solo en claro la acusación rufianesca […] y decir que en cuanto a tu vida —en tanto no atente contra los intereses del Partido— es absolutamente libre y como comunista aclarar —y tu marido te lo reconoce— el derecho de acostarte con quien se te antoje. Nuestra moral no es la moral de esos canallas que resultan una especie de putas de la peor especie y beatas con remilgos hipócritas. No quiero demorar más esta. Por eso termino. Sé fuerte. Cuídate y vive para nuestro hijo".
Es el 27 del segundo mes y, por vez primera, en sus epístolas conocidas, Villena hace mención a su futura hija. El nueve de marzo, en otra misiva, le comentará a Asela que "Tu situación económica me preocupa ahora más que nunca, por el estado en que te hallas, que necesariamente significa más gastos".
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Pero Asela está sola o casi sola y sus pensamientos, sus nervios, su vida, todo... va de puntas. Él, torpe, trata de calmarle innecesarios miedos: "Creo que no debes intranquilizarte por lo que tienes dentro; que indudablemente es un muchacho y no un fibroma", escribe el 23 de marzo.
"Me entero por esta última de la radiografía que te has hecho, a mi ver bien inútil: no sé qué temor tienes de que pueda haber un tumor en el sitio de un muchacho. Además no debes dudar del diagnóstico escrito, que se refiere a la “sombra pequeña de un feto”, le dice, también torpe, el 31.
Las tormentas no dejan de aparecer, la enfermedad va y viene, el embarazo avanza, los médicos le dicen, a Rubén, que volver, el viaje, sería en su condición un suicidio. También habría de entrar a escondidas al país, no podría, oculto como el momento se lo impera, trabajar, por lo que pasaría a ser un estorbo, un enfermo, una carga, un inútil.
"Quisiera estar a tu lado, como en los días que hicimos fracasar la promesa de nuestro hijo. ¡Quién sabe! No sé cuál de los dos, tú o yo, es más desgraciado. Yo me siento tan vencido que sé que nunca volveré a ser lo que fui: una energía que aumentaba ante la dificultad", musitaba Rubén hacia el 12 de mayo.
Rubén está en medio de la encrucijada de su vida: "Yo comprendo que mi deber es cuidarme, pero mi propia curación me hace abandonar deberes que siento por igual", le escribirá el 26 a Asela, mientras que el último día del corriente, arremete con más dolor:
"Los médicos dicen que no debo trabajar; acaso todavía en Moscú me retendrán quién sabe cuánto tiempo; y yo tengo también el deber de ser de piedra pª todo lo que es mi vida personal. Debo mejorarme, debo procurar volver a ser útil a lo nuestro, y la alegría enorme de la lucha, o la sola esperanza de volver a ella, y la seguridad de la victoria al cabo, debe ser bastante para compensar lo que renunciamos. Al fin, nuestras vidas personales son bien mezquinas. Al vivirlas, cualquiera que sea nuestra conducta, recibiremos golpes que marcan y duelen pª siempre".
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El 25 de julio, Asela recibirá en radiograma: "SUFRO NO ESTAR CONTIGO FELICIDADES BESOS". Rusela ha nacido el 21 pero Rubén no tiene cómo saberlo. Transcurre más de un mes sin carta de Asela, desespera él. Vuelven los fantasmas. El 30, escribe:
"No creas que me pongo romántico y pienso en ti solo como una buena madrecita: sacrificar exigencias biológicas del organismo a las exigencias de la lucha social (o a cualesquiera otras) no es dable hacerlo a muchos sin sufrir una verdadera deformación que al cabo redunda en perjuicio de sus mismas actividades. Hay que ser un hombre y un luchador, al mismo tiempo y debe vivirse la vida integralmente, sin mutilaciones morbosas. [...] besos; pª ti y pª pedazo de nuestras vidas que acaso nunca me dirá papá. Tu Rubén".
Transcurren más días... Rubén no confía en volver a pisar Cuba, en volver a dar un beso a Asela, en conocer a Rus... y aunque todo esto pasará, efímeramente, pero ocurrirá, cada carta sabe a la antepenúltima de su existencia:
"Sigo pues, sujeto a estas oscilaciones —etapas más o menos agudas de una enfermedad que en general no cede, sino avanza— separado de hecho de casi toda actividad, acercándome a la invalidez completa y al fin, largo y doloroso, mientras el mundo avanza, la R. se acerca; allá, en la isla minúscula y ardiente, las masas combaten […] y hasta, como símbolo de este dinamismo magnífico a tu mismo lado se agita, llora y reclama, la miniatura de una nueva persona, que a pesar de ser fruto de un doloroso amor, rechaza el dolor y aspira imperativamente al placer y la victoria. […]
"Una crisálida humana, concreción de esperanzas, ha surgido allá lejos. A tu lado hay ya una nueva vida: nuestro deber es templarla pª que a través de la verdad terrible alcance la rosa de felicidad que pª nosotros fue inasequible", escribe el seis de agosto y el 12, tras comprobar que "Como de costumbre, después de una recaída, mi organismo ha reaccionado y me siento mejor", cierra epístola con lacerante envío:
"[…] y para ti y la pequeña intrusa chillona el amor del ausente".
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Los fragmentos aquí expuestos han sido extraídos del tomo III de la correspondencia de Rubén Martínez Villena, El útil anhelo.
manuel rodriguez gonzalez
24/1/22 15:43
Muchas gracias Mario Ernesto por acercarnos a la vida de nuestro Villena,todo un ejemplo par nuestra juventud, considero que se debe publicar mas en nuestros medios.
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