Nadie podría decir con exactitud cuántas veces su figura monumentaria ha llenado fotogramas de películas y memorias de cámaras digitales, pero, sin duda, la imagen del apóstol cubano en la Plaza de la Revolución José Martí tal vez sobrepase a la de otros personajes históricos y emule con los más populares del continente.
Millones de personas procedentes del exterior que en número cada vez más creciente visitan el país—dos millones 700 mil en el año 2011—, suelen añadir a su paseo habanero una jornada fotográfica en la emblemática Plaza, atraídos por el imán de este sitio histórico, presidido por la figura en mármol de nuestro Héroe Nacional y escoltado con reproducciones escultóricas de dos indiscutibles exponentes de la última gesta de liberación: los comandantes Che Guevara y Camilo Cienfuegos.
Conocen algo de historia del lugar. La llamada entonces Plaza Cívica se comenzó a construir en este otrora pantano, en los años 50 del pasado siglo y el monumento a José Martí se instaló allí en 1958, resultado de un concurso que se consumaría con motivo del cincuentenario del Apóstol, jolgorio auspiciado precisamente por los usurpadores que mancillaron el legado del maestro.
La ejecución de la obra fue costeada con el aporte financiero popular, y como otros muchos proyectos públicos, la corrupción imperante se alió al desinterés de las autoridades gubernamentales para exagerar presupuestos, robar salarios de trabajadores y prolongar su terminación más allá de lo concebible.
El área monumental tiene un diámetro de 78, 50 metros y consta de una pirámide de mármol con 28 metros de ancho y una altura de 112, 75 metros hasta la torre de remate y de 141,995 hasta los faros y banderas.
Es el punto más alto de la ciudad de La Habana desde el cual se pueden apreciar, en días claros, la estampa de la capital en 60 kilómetros alrededor.
La estatua de José Martí en los bajos y exteriores del complejo está conformada por 52 bloques de mármol y tiene una altura de 18 metros.
Completa el conjunto el Memorial José Martí, en la base del monumento, inaugurado el 27 de enero de 1996. En su interior se leen 79 pensamientos del insigne revolucionario grabados con letras color oro, distribuidos en los cinco salones expositivos que allí existen. La parte superior es una réplica de la planta baja.
BAJO LA CEÑUDA MIRADA DEL MAESTRO
La Revolución se encargó de terminar el proyecto y darle un nuevo uso, que incluye los edificios aledaños donde radican la Biblioteca Nacional, el Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, el Teatro Nacional y el Ministerio de Comunicaciones.
Detrás de la Plaza, de unas suaves colinas boscosas que semejan la epopéyica Sierra Maestra, emergen las sedes de los máximos órganos del Partido y el Estado: Comité Central y Consejo de Estado.
Desde 1959 esta explanada se convirtió en el gran antiteatro del pueblo, lugar de gigantescas concentraciones populares convocadas por los dirigentes de la Revolución.
Con la singular oratoria participativa de los discursos del Comandante en Jefe y líder de la Revolución Fidel Castro, se identificó en todo el mundo esta Plaza como masivo parlamento nacional y tribuna internacional, desde la que se refrendaron históricas decisiones reivindicativas de la soberanía nacional, la justicia social y la solidaridad entre los pueblos del continente..
Fue denominada Plaza de la Revolución José Martí a partir de julio de 1961, efeméride recordada por su vinculación con el medio siglo de la aplastante derrota mercenaria de Playa Girón, celebrada allí con un desfile de las milicias populares y el Ejército Rebelde, y que, para honor de los cubanos, contó con la presencia del primer cosmonauta del mundo, el piloto y comandante soviético Yuri Gagarin.
Pocos meses después, el 22 de diciembre de 1961, el entonces Ministro de Educación, Armando Hart Dávalos, en compañía de una joven alfabetizadora de la brigada Conrado Benítez, alzaban en el mismo escenario la bandera de Cuba como territorio Libre de Analfabetismo.
Bajo la ceñuda mirada escrutadora del maestro, la Plaza fue testigo ese histórico año de dos entre las más trascendentes hazañas de la Revolución: una en la defensa armada del país, y la otra , en la liquidación del analfabetismo, soporte clásico de la dominación imperial.
Singulares hechos de carácter imborrable, incluidos las sesiones públicas de varios Congresos del Partido, tuvieron colofón en este escenario, donde también se despidieron a prestigiosos héroes y dirigentes históricos de la Revolución, se lloró con impotencia ante el terrible crimen terrorista de Barbados, se meditó desde la fe católica sobre el destino de la Patria, y también se bailó y cantó con pasión juvenil en conciertos Por la Paz y otras efemérides memorables.
Cada masivo momento que se celebra en este simbólico púlpito trae consigo, además del ferviente compromiso participativo, para muchos aficionados al arte de la fotografía, el atractivo de llevar consigo el recuerdo gráfico de la presencia personal, familiar o el encuentro entre conocidos, con un punto común de identificación: la imagen monumental de José Martí, pensativa y reposada.
EL CUBANO ANÓNIMO MÁS CONOCIDO
El cubano de más larga trascendencia en la historia nacional y universal no dejó para la posteridad muchas imágenes de su figura adulta, salvo pocas de su estancia en España, Nueva York, Cayo Hueso, Montecristi o Jamaica, ni tampoco de su corta vida guerrillera como jefe de la Revolución que organizó en el exilio y encabezó en la manigua, pocas semanas antes de su caída gloriosa en combate.
Tampoco lo conocían la mayoría de los cubanos de la isla, ni habían escuchado su verbo apasionante y la lógica de sus pensamientos escritos que, al decir de los contemporáneos que disfrutaron ese privilegio, silenciaba todo a su alrededor.
La censura de la Metrópoli española lo tenía prohibido. Sus continuadores en el trono neocolonial no podían eludir su nombre y mención de alguna frase, con fines utilitarios al carro imperial, pero sabían bien cuán peligroso era ese hombre indoblegable de palabra subyugante.
Según las distintas versiones iconográficas que se conservan, Martí solo fue retratado algo más de 50 veces en sus 42 años de vida, mucho menos de lo que cualquier niño de ahora conserva como recuerdos de su primer año de existencia.
No obstante, el nombre del revolucionario, maestro, poeta, periodista y pensador cubano era de frecuente mención en círculos de intelectuales y políticos continentales y su fama como tribuno la avalaban millares de personas.
El misterio de la modesta figura del hombre de la edad de oro se agiganta con el tiempo. Es el revolucionario de todos los siglos, cuya imagen merece guardarse como recuerdo de haberlo conocido, aunque sea en la figura de mármol que preside la Plaza de la Revolución cubana.
Ciento cincuenta y nueve años después de su nacimiento, varias generaciones de cubanos lo siguen venerando, a él, enemigo del empaque falso, genuino cultor o de la modestia.
Y más aún, continúan guiándose por sus prédicas de salvar a la Patria por encima de diferencia de opiniones, alertándonos de que no han cesado los peligros sobre Cuba y el mundo, y urgiendo a unir voluntades por encima de cordilleras y océanos, para impedir que sobrevenga inevitable, aquello que él predijo:
“…el deber urgente de nuestra América es enseñarse como es, una en alma e intento, vencedora veloz de un pasado sofocante , manchada sólo con la sangre de abono que arranca a las manos la pelea con las ruinas, y la de las venas que nos dejaron picadas nuestros dueños. El desdén del vecino formidable, que no la conoce, es el peligro mayor de nuestra América; y urge, porque el día de la visita está próximo, que el vecino la conozca, la conozca pronto, para que no la desdeñe”.
Guillermo Azofeifa Vargas desde Fb:
27/1/12 10:20
El Maestro!!Sin duda alguna un Iluminado!
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