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lunes, 25 de noviembre de 2024

Mella, el militante, los ideales

El legado político de Julio Antonio Mella guió a otras generaciones de cubanos que años después llevaron a cabo la gesta que condujo a la plena independencia y soberanía de Cuba...

Lázaro Pino en Exclusivo 10/01/2014
3 comentarios
J_Mella
A 85 años de su muerte, Mella sigue siendo un líder.

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"Joven, bello e insolente, como un héroe homérico". Así describió Pablo de la Torriente Brau a Julio Antonio Mella, sin dudas, el símbolo más elevado de una generación cercenada en la apoteosis de su fogosidad juvenil. Él, Antonio Guiteras, Rubén Martínez Villena y el propio Pablo, son cuatro de los pilares sobre los cuales despierta el nuevo siglo cubano de aquel letargo de la ignominia, que mutiló el proyecto martiano de república y patria, de unidad y cultura.

En las páginas más elementales y simplistas de la historia de Cuba, la imagen de Mella suele circunscribirse a su presencia en el momento fundacional del primer Partido Comunista en la Isla —constituido en 1925—, junto a algunas pinceladas de su quehacer como líder emergido de las aulas universitarias. En la narración de aquel primer hecho, habitualmente se menciona la convergencia, en ese instante, de Mella y Carlos Baliño, quien había acompañado a José Martí en la creación del primer partido cubano creado en 1892 para juntar a los patriotas en la lucha por la libertad de Cuba y Puerto Rico: el Partido Revolucionario Cubano.

Sin embargo, de manera usual, tal confluencia se presenta más como una continuidad recuperadora desde el pasado —no sin razones: recordemos que aquella República instalada hacía poco más de dos décadas era la negación más absoluta del apotegma martiano de que su ley primera fuese "el culto a la dignidad plena del hombre"—, que como un emerger continuador hacia el futuro. Y esa emergencia que apunta a lo por venir, traslucida en esa ocasión fundacional, tiene en Mella, en su tránsito fulminante desde el liderazgo estudiantil habanero hasta adalid del movimiento revolucionario continental, una de las expresiones más sublimes de la vocación militante, en su sentido más puro y consecuente.

Mella descendió de la Colina universitaria para adentrarse en el sentir del pueblo, de los trabajadores y acompañado, remontar los límites de la Historia. Desde antes —y como siempre ocurre con este tipo de seres, hombre-héroe, hombre-mártir-, por ciertos resquicios extraños, incomprensibles, llega la prefiguración de su destino. Sutilezas o predestinaciones.

"Además de llorar o sublimizarme, con las grandes obras de belleza, gusto de improvisar arengas vehementes. Más de una vez en mi locura, me he creído frente a un ejército y lo he arengado vibrantemente. Otras veces he pronunciado solo largos discursos cual si estuviera en el Parlamento, defendiendo alguna ley grata a mi espíritu", anota en su diario el 16 de abril de 1920, durante su primera estancia en tierra mexicana. Será así, justamente, como lo verá Lezama Lima, durante una manifestación en el Parque Zayas, en marzo de 1925; y así lo reflejará en las páginas de Paradiso —bautizado Apolo, certeramente—, en todo su ímpetu y fuerza, al frente.

Hierve el pensamiento, con una violencia solo comparable con el deseo de esa edad: estalla más allá del cuerpo mismo, que queda estrecho, en una fiebre. En México, en medio de la nostalgia por la patria — añoranza de amores, amigos, fiesta, suelo-, el combate entre instintos y pasiones, "el constante soñar para hacer triunfar mis ideales":

"Ver unidas a las Repúblicas hispanoamericanas para verlas fuertes, para verlas respetadas, dominadoras y servidoras de la libertad, diosa.

"He allí mi ideal", confiesa el 7 de mayo, también de 1920.

Junto al ideal, la decisión: "Y siempre en la lucha, hasta que llegue el tiempo, que llegará. No importa cuándo. ¡Es mío!", escribe cuatro días más tarde.

A finales de 1922, esa determinación ya se ha hecho realidad, en la fundación de la Federación Estudiantil Universitaria (FEU). Pero lo más sorprendente, a la luz del tiempo, es la vorágine —como un relámpago, lo definió alguien, con exactitud—, el torrente de un estudiante que, exactamente tres años después de aquellos arrebatos de sinceridad y premoniciones en su diario, y solo a cinco meses de la creación de la FEU, se dirige al proletariado en un manifiesto, llamándolo a la unidad, a la fortaleza y ofreciendo la hermandad y el abrazo del estudiante; "así unidos marcharemos a la conquista del Ideal".

En noviembre de 1923, otro antecedente colosal en esa travesía desde una militancia estudiantil, hacia una social y política: la creación de la Universidad Popular José Martí, instituida sobre dos principios esenciales, "el antidogmatismo científico, pedagógico y político y la justicia social"; abierta a la renovación permanente, según las necesidades que vaya requiriendo el empeño fecundo de "formar en la clase obrera de Cuba y en cuantos acudan a sus aulas, una mentalidad culta, completamente nueva y revolucionaria". En su plan de estudios y claustro, Mella será incluido — ¿podría no serlo?— como profesor de Historia de la Humanidad y de Cuba.

La creación de esta universidad, era continuación coherente del primero de los deberes del estudiante, aprobados por aclamación, un mes antes, en la declaración del Primer Congreso Nacional de Estudiantes, redactada por Mella: "divulgar sus conocimientos entre la Sociedad, principalmente entre el proletariado manual, por ser este el elemento más afín del proletariado intelectual, debiendo así hermanarse los hombres del Trabajo, para fomentar una nueva sociedad, libre de parásitos y tiranos, donde nadie viva sino en virtud del propio esfuerzo". Es la certeza —declarada en una misiva de inicios de 1924—, de que "la Reforma Universitaria es parte de una gran cuestión social, por esta causa, hasta que la gran cuestión social no quede completamente resuelta, no podrá haber Nueva Universidad".

Este es el Mella que llega a la fundación de la organización política comunista, el 16 de agosto de 1925, marejada cubana de un estremecimiento que recorrió al mundo en 1917, desde el imperio de los zares. Por eso su presencia allí es anticipo de futuros, madurez en medio de la juventud: precursor, adelantado. Casi inmediatamente, al año siguiente, vendrá el exilio, luego de aquel episodio que lo eleva en la altura del estoicismo, su huelga de hambre de diciembre de 1925, en protesta contra un proceso judicial y prisión injustos.

El sentido de la militancia en Mella se abrirá entonces, con mayores bríos, a una dimensión internacional. Será México el principal escenario de sus acciones, y las organizaciones revolucionarias de ese país, espacio para su actividad militante. Allí fundará, continuidad martiana, la Asociación de los Nuevos Emigrados Revolucionarios de Cuba. Hasta allí lo seguirá la garra y la saña, convertida en disparo en la oscuridad, por la espalda, el 10 de enero de 1929.

Lo escrito entonces, ante el asesinato, confirma aquel devenir tempestuoso del joven, de las aulas a la vida: "Julio Antonio Mella, líder estudiantil y obrero que con sus arengas vibrantes o con sus escritos sencillos sin retóricas ni metáforas, pero enérgicos y viriles había descubierto ante el proletariado continental la odiosa tiranía imperante en Cuba, poniendo de manifiesto innumerables crímenes cometidos por la feroz dictadura machadista; el luchador incansable que a martillo y coraje quiso crear nuestros derechos de hombres: es el gladiador inmortal que con sus grandezas y hazañas servía de proverbial enseñanza y de saludable encomienda a las generaciones actuales", escribió Teodosio Montalbán, uno de sus compañeros en tierra mexicana, miembro del Directorio Estudiantil Universitario de 1927.

La declaración del Partido Comunista Cubano ante el hecho, escrita por Villena, comenzaba reconociendo la insuficiencia de las palabras "para decir el dolor de una clase, la angustia de un pueblo, la tristeza y la cólera de los oprimidos. Los trabajadores de Cuba, de América y del mundo, están de duelo porque ha caído un luchador valiente, fuerte y necesario". Inaugurador del martirologio cubano del siglo XX por la libertad y la justicia, su grito gigantesco y magnífico —nuevo grito de mártir, como él mismo había titulado un folleto en que daba a conocer a las víctimas todas del tirano—, es la síntesis de una vocación militante revolucionaria, que trascendió desde las organizaciones estudiantiles, hasta el empeño de la transformación social: "¡Muero por la Revolución!".


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Lázaro Pino

Se han publicado 3 comentarios


ojosnegros
 12/1/14 20:27

Julio A. Mella sigue siendo un ejemplo de lo que debe ser un lider estudiantil revolucionario. solidario con conocimiento politico y social, con valor heroismo y sobre todo con amor.Como boricua le agradezco su fuerza y enteresa a su afan por la independencia de Puerto Rico, eso no lo podre olvidar nunca .Los hombres que luchan por la libertad nunca mueren.

Yoan Jorgen desde FB
 10/1/14 15:11

Unos de los cubanos mas ilustres de sus tiempos ejemplo para las juventud dentro y fuera del país su asesinato fue otro ejemplo de cobardía, gloria eterna para el

Margarita García
 10/1/14 15:11

Mella será inolividable para los universitarios cubanos, en especial los de La Habana cada acontecimiento en torno a él lo recuerdan muy bien

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