Puede decirse que, 20 años después, Matanzas tiene su revancha.
Por allá, por 1992, Henequeneros, que así se llamaba el principal equipo yumurino, era nombre de campeón y marchaba hacia un tercer título en fila.
Había ganado en temporadas consecutivas, 1989-1990 y 1990-1991, y se encaminaba a establecer un dominio trienal, que solo Industriales había podido implantar hasta entonces en Series Nacionales.
Pero aquel año olímpico, los Leones, con el DT Jorge Trigoura al mando, lograron el primero de apenas dos títulos en los '90 (cuando tuvo un grupo muy talentoso) y el séptimo de su historia. Henequeneros debió conformarse con la segunda posición. Fue en la XXXI Serie Nacional.
De aquellas fechas a las que corren, desaparecieron Forestales y Citricultores, y en lo adelante ya no fueron 18, sino 16 los equipos participantes. Eso, hasta que en la 51, los contendientes del torneo doméstico aumentaron a ese insípido número primo que es el 17.
Varió la cifra de partidos (de 48 a 65, de ahí a 90, y ahora 96) y se modificó el modo de definir el campeón cubano, hasta el punto de exigirle 12 victorias en postemporada al equipo con ambición de ceñirse la corona.
Cambiaron muchos otros detalles que modificaron el juego aquí. El aluminio se hizo madera, las pelotas botaron mucho y poco y mucho y menos, los pantalones aumentaron de talla y las medias se escondieron. Desapareció el doble juego dominical, la mayoría de las serpentinas ya no se lanzaron de noche, surgieron las tobilleras y coderas, se fueron generaciones de ganadores, llegó una hornada de jugadores distintos, subieron el box…
En fin. Todo, o casi todo, pasó de un extremo al otro. También cambió el béisbol en la Atenas de Cuba. Y mucho, aunque apenas se le trocó el nombre a su selección principal.
A partir de la XXXII Serie ya no se llamó Henequeneros, sino Matanzas, y dejó de ser el equipo ganador, contendor de Sile Junco y Jorge Luis Valdés, para convertirse en el sotanero, el hazmerreír integrado por un sinfín de jugadores de calidad y el DT de turno.
Casi con los mismos hombres de aquella dictadura, no se clasificó a la postemporada de 1993. Y de ahí en más, hasta 2011, se dio el lujo de no calificar ni una sola vez a la pos-temporada. Ni en una sola Serie logró lo que Isla de la Juventud, Metropolitanos u Holguín. A donde más alto llegó fue al noveno puesto, el lugar donde la mediocridad va a peor en la pelota cubana.
A peor fue, considerándose a sí mismo inferior al resto, pese a los muchos nombres ilustres en sus plantillas, algunos preseleccionados o miembros de las selecciones nacionales. Así, una y otra vez, hasta convertir el Victoria de Girón en un desierto de arcilla y cemento. Así, hasta la Serie 51, hasta darle una drástica vuelta de hoja a esa historia.
El grupo, quizás menos talentoso que todos sus antepasados, salió de las mazmorras, que ya era su dominio, y se incluyó entre los mejores ocho del torneo, los mejores cuatro de occidente. Y lo hizo con la mejor marca de todas (de todas, porque terminó con los mismos triunfos que Villa Clara —ya eliminado—, una novena a la que venció en los seis partidos del compromiso particular).
Hubo obstáculos, no fue fácil, no ha sido cómodo el camino. Algunos jugadores con posibilidades de hacer realidad el sueño, fallaron —y fueron separados del equipo—, o se incorporaron tarde porque no confiaban en sus fuerzas, porque no creyeron en el proyecto que se les presentó.
Además, debió convencer a los árbitros de respetarle, con un juego serio, sólido, exquisito, coherente. Debió meter en costura a más de un rival, debió tumbar a muchos ases del box, debió amarrar a muchos maderos destructores. Debió sudar, luchar, penar… antes de triunfar, antes de llegar primero que todos al estambre.
Y en cuartos de final, en el primer play off de todos sus jugadores —dos excepciones confirman la afirmación—, tras estar de nuevo a la zaga, 1-3 versus Sancti Spíritus, construyó motivaciones y carreras con material de campeón, para vencer en tres juegos a hilo y aumentar los metrajes del filme de Hollywood en que convirtieron su desempeño desde noviembre de 2011.
Ahora, vísperas del inicio de la final de la Liga Occidental, a donde llegaron de la mano, la pericia, la magia y el no sé qué del DT Víctor Mesa, la hornada de jugadores del Matanzas que enfrenta a Industriales debe revisar esta historia.
Ahí, entre 1993 y 2011, por largos e innobles años, tienen una historia para no querer repetir, para odiar; una historia que les puede ayudar a comprender el gran salto que protagonizan, una historia que, también, los puede motivar para querer, a cómo de lugar, continuar escalando. Ahí, desde noviembre último, tienen una historia para querer perpetuar.
Sí, para continuar empinándose, sí, sí… por sobre Industriales, por sobre cualquier rival.
Tiene, Matanzas, la oportunidad de vengar la condena que sufrió después de aquel subtítulo de 1992. Está al alcance de su ambición, de su carácter, de su historia. E Industriales es su rival de turno. Tiene una oportunidad impensada hace unos días y debiera aprovecharla. O al menos, intentarla con todas sus armas.
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.