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domingo, 17 de noviembre de 2024

¿Sueño o pesadilla?

Macedonia sigue entre esplendores del pasado y cuitas actuales...

Elsa Claro Madruga en Exclusivo 13/10/2018
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Macedonia
Un alto porcentaje de la población es albanés, muy beligerantes en cuanto a exigir derechos, con espacios en las esferas del poder.

Historiadores y analistas oficiosos no concuerdan sobre el dilema de Macedonia. Unos le niegan validez a sus exigencias y otros las debaten. Es una vieja disyuntiva y, en momentos anteriores, implicó no solo a Grecia, principal reclamante de lo que considera hurto del nombre y parte de símbolos y esencias culturales, sino además tuvo reclamos de Bulgaria y la “provincia de Vadar”, nombre este último bajo el cual se conoció a la región cuando incluida trozos de Albania y el actual Kosovo, aparte de parcelas de Serbia.

La sola mención de esa circunstancia ayuda a percatarse de los motivos que le aportan conflictividad a aquello que pudiera parecer un ¿simple? cambio de nombre. Recordemos que en 1991 esta antigua provincia yugoslava proclama su independencia, asume vida propia como República de Macedonia, y, de inmediato, recibe la oposición permanente de Atenas. El país heleno consideró ofensivo el empleo por otros, como credencial de identidad, de lo que por derecho ancestral les pertenece.

En la larga disputa han existido factores para alimentar esa noción entre los griegos pues los macedonios de Skopje se dieron a la tarea a inicios de los 2000 de plantar monumentales esculturas de Alejandro Magno y su padre, Filipo II, así como edificaciones a tono con las proporciones de las efigies de esos reyes macedónicos de la antigüedad helena, en pleno centro de la capital. Esa especie de confiscación histórica incrementó el malestar y rechazo griegos.

Sin embargo, tras maquillar lances y cambiarle el título a tales obras escultóricas, el gobierno de Alexis Tsipras aceptó que esa zona eslava tuviera como denominación distintiva el de República de Macedonia del Norte (Repúblika Severna Makedonija), en lugar de Antigua República Yugoslava de Macedonia, este último apelativo el otorgado por la ONU de forma transitoria hasta tanto fuera concertado otro.

A mediados de junio pasado los ministros de Exteriores macedonio y griego, Nikola Dimitrov y Nikos Kotzias, firmaron el acuerdo, avalado por el premier eslavo-macedonio, Zoran Zaev y el propio Tsipras, a quien este hecho le costó, en principio, una moción de censura por parte de sus aliados en el gobierno. No prosperó el veto, pero una encuesta ciudadana sí descalifica (el 72 % desea que su país se retire del acuerdo con Macedonia) el cambio nominativo de unos vecinos tampoco suficientemente convencidos del talante a través del cual se propone reconocerles.

Dentro de las esferas oficiales eslavo-macedonias se discrepa sobre qué hacer. El presidente del país, Gjorge Ivanov, y el vice, Aleksandar Nikolovski, han insistido por diferentes vías contra el propósito. A escala de población tampoco hay coincidencias. La consulta realizada el pasado mes no tuvo la afluencia requerida para considerar válido el certamen. Menos de la mitad de los posibles votantes acudió a urnas y, según sus oponentes, la pregunta sometida a juicio fue manipulada. Quien esté leyendo estas apreciaciones puede valorar por sí mismo si lo sujeto a sufragio al finalizar septiembre es limpio o sórdido:

“¿Estaría usted en favor de la membresía en la UE (Unión Europea) y la OTAN (Organización del Tratado del Atlántico Norte) con la adopción del acuerdo sobre el nombre entre la República de Macedonia y Grecia?”.

El sí a esa interrogante apenas fue del 36,91 %. Previo a esa consulta, las autoridades de Skopje introdujeron arreglos en las estructuras económico-administrativas correspondientes, según lo demandado por ambos organismos a la cuales desean ingresar.

Mientras en Atenas Tsipras era sometido a cuestionamientos y a escala popular se movían sentimientos nacionalistas genuinos (también los extremistas se sumaron), en Skopje amanecía octubre cruzado por aires amenazantes. Los desacuerdos internos o con Grecia en cuanto al nuevo nombre del país hicieron asomar la posibilidad de un adelanto para las elecciones legislativas y aún permanece abierta esa posibilidad.

Bien visto, y según la visión de distintos observadores, esta pequeña nación, carente de grandes recursos o desarrollo industrial suficiente, tiene dificultades más apremiantes que llamarse Pedro o Juan, por tanto, poco prudente es invertir elevadas sumas para darle vida a un linaje reconocidamente original de otros.

El millón y medio de habitantes disminuye debido a la importante emigración en busca de soluciones vivenciales, dado el paro laboral de dos dígitos, carencia de inversiones e inestabilidad económica permanente. Por eso el interés en ser miembros del pacto comunitario o ingresar a la alianza del Atlántico, suponiendo alcanzar con ello amparo defensivo.

Se dan paradojas, como ser Grecia su principal socio comercial, pese a más de dos décadas y media de fricciones substanciales. No faltan situaciones enojosas y temores de orden étnico. Un alto porcentaje de la población es albanés, muy beligerantes en cuanto a exigir derechos, con espacios en las esferas del poder.

Entre quienes estudian este problema sería la ubicación geográfica de Macedonia, por encima de otras razones, lo que explica la conflictividad característica de esta zona. La ubican como el enclave desde donde es posible cruzar en todas latitudes a los inquietos Balcanes. Eso ha funcionado a lo largo de los anales de la región como “una encrucijada de imperios, culturas y religiones”.

Como se verá, el escenario es digno de las abigarradas tragedias antiguas y las complicaciones de una intranquila región donde fue destruida la Federación de Yugoslavia y, dentro del presente y turbio momento mundial, pudiera, por muchos motivos, rarificar cuanto no necesita pérfidos aditivos. Posee ya suficiente veneno.


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Elsa Claro Madruga

Analista de temas internacionales


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