La tónica que se respira en Turquía es de emociones encontradas. Amor desmedido u odio visceral, sin mucho espacio para los matices. Todo vinculado a Recep Tayyip Erdoğan, reelegido como jefe del país con notas altas (52 % del voto) y sin recurrir a una segunda vuelta, según pronosticaban ante el ascenso en el interés ciudadano en torno al candidato socialdemócrata Ince Muharrem, quien obtuvo 30 % en urnas y se queja de la cobertura propagandística otorgada al partido islamista Justicia y Desarrollo (AKP) y las escasas opciones para el resto de las formaciones contendientes.
Con el reestreno de Erdoğan se abre paso una administración de corte presidencialista que lleva a uno que otro comentarista a comparar la etapa a iniciarse como similar a la V República, puesta en marcha por Charles de Gaulle en 1959, cuando introduce fuertes cambios a la constitución francesa y concluye la desgastante y polarizadora guerra en Argelia.
Los adversarios del dirigente islamista consideran al que se inicia como un régimen unipersonal, porque concentra en el mismo cargo al jefe del Estado y al del ejecutivo. Erdoğan, por su parte, cree que con la nueva estructura se logra mayor independencia entre los poderes actuantes y se evita el influjo de cuanto designa como “la oligarquía burocrática”.
Las capacidades del mandatario, es obvio, aumentan. Podrá emitir decretos sin previa aprobación de los diputados. El Parlamento refuerza su independencia con respecto al ejecutivo actuante, pero a cambio pierde herramientas de examen y vigilancia sobre quien gobierna. Ante aspecto como ese, el órgano de supervisión democrática del Consejo de Europa expuso sobre el sistema: “…carece de los mecanismos de control para evitar que se convierta en autoritario”. Criterio parecido al que emitieron con respecto al gobierno polaco, cuando recién adoptó cambios en su aparato judicial. Ya se sabe que las comparaciones son cojas, pero saludable acudir a ellas.
Varias de estas mudanzas están desde el pasado año en vigor, luego de ser aprobadas en referéndum las modificaciones a la Carta Magna. Si esas renovaciones concitan repudio o incertidumbre, recabará mayor nivel sobre el influjo a lograr por el ultraderechista MHP (Partido de Acción Nacionalista, por sus siglas en turco), partido de nacionalismo extremo que le permitió mayoría a Erdoğan con su 11,2 % de sufragios en las legislativas, realizadas parejo con las presidenciales.
Entre los problemas que debe encarar —casi con cierta urgencia— se encuentran, ante todo, los de orden económico, pues la falta de inversiones extranjeras y los conflictos derivados de la participación en la guerra en Siria, así como variables financieras foráneas que impactan en la economía turca trajeron consigo situaciones a reparar si quieren mantenerse dentro de los 20 países más ricos, posición forjada con los megaproyectos de infraestructura impulsados por Erdoğan, a quien se le reconoce, además, el impulso dado a la enseñanza, con la gratuidad de ese servicio y la apertura de una importante cantidad de nuevas universidades (había 75 y ahora son 205).
Ankara no figura en este momento en la lista de favoritos de Estados Unidos y Europa. A partir del 2016, cuando ocurre un intento de golpe de Estado, varios renglones de las tendencias exteriores turcas cambiaron. Erdoğan tiene la certeza de que Fethullah Gülen —exiliado en EE. UU. y se sospecha que favorecido por Washington— fue la cabeza de la fallida intentona. El extremo no se ha probado, pero el acontecimiento cumple su segundo aniversario en julio y determinó un viraje en varias maniobras del gobernante turco, quien restringió ciertos compromisos con sus aliados de la OTAN (Turquía tiene, después de E.E. U.U. el segundo mayor ejército de esa Alianza) y da vía a un acercamiento a Rusia luego de enconos muy intensos, basados en intereses económicos comunes y, en menor medida pero no carentes de valor, coincidencias políticas.
Esos pasos no son vistos con simpatía por los aliados norteamericanos y europeos suficientemente resentidos por las determinaciones que cambiaron la política de favorecer a grupos anti-Al Asad o de rebeldía fabricada por intereses exógenos, y de practicar una hostilidad remarcada contra Damasco.
El sultán, como prefieren llamarlo algunos, no es simpatizante del presidente sirio, pero reorientó posiciones, molestando con ello a sus socios occidentales. El viraje merece análisis por separado, pero imposible no mencionarlo en cualquier referencia al país y sus procederes pues fue capaz de “mantenerse firme” ante los reclamos de Barack Obama o algunos miembros prominentes de la UE y hacer frente, con bastante éxito, a los problemas internos y a los de orden regional, ninguno simple.
De igual forma cabe citar la situación con los kurdos. Erdoğan había colaborado en una relativa relajación de las restricciones en torno a la gran minoría kurda, la más significativa entre todos los países que albergan a esa etnia despojada de territorio. Hubo varios desencuentros internos, potenciados luego tras el intento de golpe de Estado, después del cual emprende una cruzada de saneamiento contra sus opositores y mete a los kurdos en el saco represivo, aunque no estuvieran involucrados en el suceso. Asunto muy serio por ventilar sin demasiada espera.
En esa línea de prioridades se inserta el tema migratorio. Turquía tiene unos tres millones de refugiados, en su mayoría sirios y un acuerdo con Europa para contener la emigración que, es muy probable, se renueve a corto plazo. El tema implica a la economía y tiene peligros demográficos susceptibles de enconarse, cuando si tiene razón el economista Mustafa Sönmez, ha llegado “…el fin de la dolce vita (…). El gobierno no lo tendrá fácil. En el mejor de los casos, si genera confianza, podrá acceder a créditos que le permitan sobrellevar una crisis”.
Con cargas de este tenor sigue su andadura Erdoğan enfilado a llegar hasta el 2023, cuando la Turquía post-otomana arriba a un siglo de existencia, quizás hasta con más desafíos que los emprendidos entonces por la naciente república.
Por supuesto, que de este país o sus asuntos capitales queda mucho por ver y contar.
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