Por: Paula Giménez y Matías Caciabue
En la República Democrática del Confo (RDC), un país del centro de África con más de 100 millones de habitantes, está siendo escenario de un drama humanitario de enormes proporciones. En el este del país, una región muy rica en recursos minerales, la reaparición de un grupo armado en 2022, un conflicto siempre latente, ya se cobró la vida de miles de inocentes y obligó al desplazamiento forzado de 6,9 millones de personas.
UNA HISTORIA DE VIOLENCIA Y DESPOJO
La historia del Congo es la historia más sangrienta de toda África. Y eso es mucho decir. Tras la Conferencia de Berlín de 1884-1885, donde los Estados de Europa se repartieron el continente madre, el actual territorio de la RDC quedó en manos de Bélgica como una posesión personal (1905) del Rey Leopoldo II, que lo nombró,
Tras una primera explotación del marfil, hacia fines del siglo XIX cobra auge la explotación del caucho para abastecer la incipiente revolución industrial automotriz. Allí comienza un verdadero calvario para los habitantes del Congo. Un ejército privado, llamado “Fuerza Pública”, que contaba con unos 19.000 hombres, obligaba a los pobladores del Congo a traer una cuota diaria de caucho. Quién no lograra esa cuota, se les amputaba la mano derecha. Las mujeres y niñas eran usadas para obligar a los hombres a trabajar, abusando de ellas y muriendo de hambre en el campo.
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En 1908, debido a las críticas internacionales que comenzó a rodearlo, el Rey Leopoldo II cedió sus posesiones al Estado. La colonia es renombrada como Congo Belga y el Rey es indemnizado por la pérdida de sus posesiones “privadas”. Sin embargo, no es juzgado por sus crímenes.
Antes de la ocupación imperialista, la población congoleña era aproximadamente de 30 millones de personas, un número que se redujo a la mitad. Según algunas estimaciones, el dominio del “Carnicero de África” -como se lo empezó a conocer al Rey belga- se cobró la vida de unas 15 millones de personas, un número que duplica a los más de seis millones de judíos, homosexuales, gitanos y disidentes políticos que fueron exterminados en los campos de concentración de la Alemamia nazi. Recién en el año 2020, con el auge global que despertó el movimiento antiracista Black Lives Matter, la Corona de Bélgica reconoció, a través de una carta muy timorata, que en el Congo eran responsables de una “masacre”.
Con el fuerte surgimiento de los Movimientos de Liberación Nacional hacia fines de los años cincuenta del siglo XX, en el Congo Belga emerge el Movimiento Nacional Congoleño, un partido político anticolonial dirigido por el emblemático Patrice Lumumba, quien sería el Primer Ministro de la RDC tras la independencia en junio de 1960. Para conseguir su objetivo, Bélgica le impuso a los independentistas congoleños la absorción del total de la deuda externa del país europeo, con lo cual la RDC nació teniendo que devolver un préstamo que jamás recibió, hundiendo al país en una dura crisis económica desde su nacimiento.
El panafricanismo antiimperialista de Lumumba preocupó a los Estados Unidos, particularmente desde su pedido de asistencia militar a la URSS, tras la negativa de occidente, para aplacar el intento de secesión de Katanga, una provincia al sur del país. La CIA y el gobierno belga rápidamente operaron un golpe de Estado. Mobutu Sese Soko, designado por Lumumba como Jefe del Ejército de la naciente República Democrática del Congo, pagó con traición su propio acceso al poder. Primero, tras bambalinas, y luego, como Presidente.
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Mobutu gobernó la RDC con mano de hierro desde 1965 a 1997, con una contradictora impronta nacionalista. Incluso rebautizó el país en 1971 como Zaire, nombre que tuvo el país hasta su caída en 1997, y africanizó el nombre de todas las ciudades del país. Fue uno de los líderes más corruptos de la historia moderna. Su patrimonio llegó a ser mayor que la deuda externa del Congo. El apoyo estadounidense se fue apagando tras la disolución de las URSS. Murió en Marruecos tres meses después por un cáncer de próstata.
Su caída se debió al resultado de la Primera Guerra del Congo (1996-1997), un conflicto derivado del genocidio perpretado en el vecino país de Ruanda en 1994. Allí fueron exterminadas 800 mil personas, abriendo un extenso conflicto que es la raíz del actual drama humanitario en el este de la RDC. La guerra comenzó cuando Mobutu apoyó a la facción genocida, ligada al grupo étnico de los hutus, y en 1996 decretó que los tutsis, el grupo étnico perseguido en Ruanda, debían retirarse del Congo bajo la amenaza de muerte.
Numerosos analistas internacionales sostienen que el actual gobierno de Ruanda apoya encubiertamente al M23 desde hace años. El gobierno de Kinshasa, capital de la RDC, denuncia que todo tiene un fin desestabilizador, y que es una maniobra ruandesa para controlar los territorios del oriente congoleño, donde están ubicadas importantes minas de oro, diamantes, coltán, cobalto y manganeso. El M23 plantea que su objetivo es proteger a la población local tutsi que desde hace tiempo se queja de persecución y discriminación.
El M23 fue derrotado militarmente en 2013. Eso los forzó a suscribir un acuerdo de paz con el gobierno congoleño en Ruanda. Sin embargo, el conflicto siempre estuvo latente. Alegando que se habían incumplido las promesas de paz, el M23 volvió públicamente a las armas en 2021 y, con fuerza, en junio de 2022. Los combatientes del M23 están bien equipados, pero el grupo niega contar con el apoyo de la vecina Ruanda, como afirman el gobierno de Kinshasa y las Naciones Unidas.
La reelección del presidente Félix Tshisekedi en la RDC, en diciembre de 2023 y con más del 70% de los votos, parece haber agudizado el conflicto en el oriente congoleño, particularmente en la provincia del Kivu del Norte. En su capital, la ciudad de Goma, residen unos 2 millones de habitantes, y en los últimos meses su población se ha visto incrementada debido a la llegada de cientos de miles de desplazados provenientes de localidades cercanas. Estos viven hacinados en enormes campamentos de refugiados, marcados por la violencia sexual sobre las mujeres y las dificultades para acceder a agua potable y alimentos.
Los principales enfrentamientos armados se libran en la localidad de Sake, la segunda ciudad de Kivu del Norte, ubicada al oeste de la capital. Los grupos armados tienen el control de las montañas circundantes y realizan incursiones periódicas que son resistidas por las Fuerzas Armadas de la RDC, junto a la Misión de Estabilización de las Naciones Unidas en la República Democrática del Congo (MONUSCO) y la recientemente arribada Misión de la Comunidad de Desarrollo de África Meridional en la República Democrática del Congo (SAMIDRC), bajo el patrocinio de Sudáfrica, lo que señala que la situación en la RDC es un elemento de desestabilización política continental.
Desde el recrudecimiento del conflicto, las estimaciones de la OIM, la agencia de Naciones Unidas para las Migraciones, indican que en la República Democrática del Congo un total de 6,9 millones de personas se han visto obligadas a abandonar sus hogares. El drama humanitario continúa en aumento, en el quinto país más pobre del planeta, con el 60% de la población viviendo con menos de 2,15 dólares diarios. “Los combates han agravado aún más una situación humanitaria que ya era terrible”, afirmó Bintou Keita, Jefe de la MONUSCO, el pasado 20 de febrero.
Actualmente, casi no llegan alimentos, combustible e insumos a Goma, la capital de Kivu del Norte. El M23, mientras que se niega el paso a los miles de desplazados que intentan abandonar la ciudad por temor a una invasión.
LOS RECURSOS DEL CONGO, ENTRE CHINA Y LOS EEUU
La vecina República de Ruanda es un actor clave en este conflicto. Pese a su sistemática desvinculación, hasta la propia ONU ha reconocido en numerosas oportunidades la asistencia militar y logística permanente de Ruanda a la insurgencia del M23. De hecho, el pasado 17 de febrero, las Fuerzas Armadas congoleñas (FARDC) acusaron a Ruanda de haber perpetrado un ataque nocturno con drones sobre el aeropuerto de Goma, una capacidad militar que el M23 por sí mismo nunca mostró.
Según varios analistas, como la argentina Silvia Perazzo, el presidente ruandés, Paul Kagame, que gobierna ese país desde el fin del genocidio, hace 30 años, tiene como proyecto la conformación de una “Gran Ruanda”, lo que significa anexionar el este de la RDC, donde están los recursos naturales codiciados para el desarrollo de la cuarta revolución industrial, como el coltán.
La creciente indignación en la capitalina ciudad de Kinshasa se hace sentir. Las protestas se dirigen contra Ruanda, pero denuncian también la complicidad de las potencias occidentales, particularmente los EEUU, Francia, Reino Unido y Bélgica. Así pasó en marzo de 2023, cuando el presidente francés, Emmanuel Macron, visitó el país. La colorida manifestación congoleña enarboló banderas de Rusia e imágenes de Vladimir Putin, convirtiendo -extrañamente- al premier ruso en un líder antiimperialista.
Más allá de estos hechos “de superficie”, la discusión estratégica es sobre el control de los territorios y la propiedad de los recursos estratégicos. En el este de la RDC se concentra más del 70% del coltán del mundo, una roca conocida como “oro negro”, que al procesarse permite extraer el tantalio y el niobio, metales raros superconductores de la electricidad, resistentes a la corrosión y con una enorme capacidad para soportar temperaturas muy elevadas.
Según el analista Nicolás Hernández, “La tonelada de estos metales se cotiza en el mercado en hasta en 400.000 dólares; mientras un niño que trabaja 14 horas en una mina artesanal en RDC cobra menos de dos dólares por lo extraído en una jornada”. Según UNICEF, habría unos 40 mil menores trabajando en las minas de mineral en el país.
El Coltán y los minerales y metales asociados son fundamentales para el desarrollo de la denominada cuarta revolución industrial. El mismo se encuentra presente en la producción de los teléfonos celulares, computadoras, aparatos electrónicos, satélites, centrales nucleares, entre otros. Además, este tipo de materiales adquieren una mayor relevancia para la transición mundial a energías limpias, dado que, al igual que el litio, son fundamentales para el desarrollo de baterías.
En la actualidad China es el principal socio comercial de la RDC. En mayo de 2023, la República Democrática del Congo y la República Popular de China rubricaron un acuerdo de cooperación estratégica integral. Del otro lado, Ruanda es un serio aliado de occidente en el África Central, hasta con un acuerdo de cooperación militar por más de 200 millones de dólares.
Silvia Perazzo, magíster en Historia de África Contemporánea, entrevistada en la señal televisiva Telesur, indicó que “Cuando Estados Unidos, durante la administración del presidente Obama en el año 2012, cortó la cooperación con Ruanda por el apoyo al M23, se firmó a los pocos meses un acuerdo de paz. Durante el Gobierno de Donald Trump no se modificó esta situación y se mantuvo una relativa calma en la región. Sin embargo, la Administración Biden retomó la cooperación en 2021 y meses después reiniciaron las hostilidades”.
Es decir, pareciera que hay un vínculo directo entre la cooperación de EEUU con Ruanda y el drama humanitario en el este de la RDC, un país que tiene a China como su principal socio comercial.
PALABRAS FINALES
En la República Democrática del Congo cerca de la mitad de la población es católica. En ese marco, en enero de 2023 el Papa Francisco visitó el Congo en un contexto donde la violencia ya había recrudecido en el este del país. El jefe de la iglesia de Roma, ante una enorme concentración religiosa dijo: “Tras el colonialismo político, se ha desatado un ‘colonialismo económico’ igualmente esclavizador.
Así, este país, abundantemente depredado, no es capaz de beneficiarse suficientemente de sus inmensos recursos: se ha llegado a la paradoja de que los frutos de su propia tierra lo conviertan en ‘extranjero’ para sus habitantes. El veneno de la avaricia ha ensangrentado sus diamantes. Es un drama ante el cual el mundo económicamente más avanzado suele cerrar los ojos, los oídos y la boca. Sin embargo, este país y este continente merecen ser respetados y escuchados”.
Poco más de un año después de esas palabras de Francisco, occidente sigue con los ojos, los oídos y la boca cerrados. Al igual que en Gaza, en el oriente congoleño se vive un drama de sangre y de muerte que llama a preguntarnos por nuestra condición humana en tiempos de la cuarta revolución industrial. Sólo tenemos una certeza, la República Democrática del Congo no puede ser el capítulo 4.0 de “los condenados de la tierra”.
*Giménez es Licenciada en Psicología y Magister en Seguridad y Defensa de la Nación y en Seguridad Internacional y Estudios Estratégicos. Caciabue es Licenciado en Ciencia Política y Secretario General de la Universidad de la Defensa Nacional UNDEF en Argentina. Ambos son investigadores del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE).
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