El imperialismo norteamericano, en el contexto de las guerras no convencionales del siglo XXI, usa una estrategia llamada Caos Constructivo, diseñada en la década de los 70 por el ideólogo norteamericano Z. Brzezinski.
Se trata de una serie de operaciones geoestratégicas a nivel global puestas en práctica por el imperio norteamericano en las 201 guerras en las que ha intervenido, de las 211 que se han dado en el último siglo a nivel global. Su involucramiento no fue ni es con el objetivo de ganar esas guerras, sino de destruir esas realidades y sobre todo la herencia de dignidad que han erigido los diferentes procesos revolucionarios.
El propósito global de esta estrategia es crear zonas estables para los aliados de los poderes imperiales y zonas inestables para los adversarios políticos, a través de la destrucción de infraestructuras, desmantelamiento de instituciones, descapitalización de las mayorías y empobrecimiento ideológico y ético de los pueblos, que en conjunto luchan por su autodeterminación, la justicia social y la soberanía nacional.
El imperialismo ha pasado, en su estrategia en nuestro continente en el último medio siglo, de los antiguos golpes de Estado de los tiempos del Plan Cóndor en los años 70 y 80 a una nueva fórmula, con nuevas teorías y nuevas tácticas, pero sus promotores internos y foráneos siguen siendo los mismos en el marco de la restauración conservadora en Nuestra América, y tiene el objetivo de lograr la sumisión de los pueblos y naciones ante el modelo imperial.
No hay soberanía ni emancipación sin provocar la respuesta reaccionaria de un imperialismo en decadencia que reutiliza las desgastadas banderas del miedo para intentar minar el consenso alrededor de lo alcanzado en esta nueva etapa política y frenar el buen ejemplo de futuro y esperanza que construye la Revolución Sandinista.
Nada nuevo bajo el sol. “Ya sabemos lo que viene después de las batallas que llevan a las victorias, cuando son revolucionarias. Viene la contrarrevolución, ese es un principio que está instalado a lo largo de la historia de la humanidad, y toda contrarrevolución luego tiene su revolución”. (Cmte. Daniel Ortega, 2016).
La injerencia norteamericana quiere detener esa autonomía, ese ejemplo de soberanía que no conviene a los imperios.
La idea de nación que quisieran para el llamado por ellos “patio trasero” es un gobierno neoliberal en el que el Estado privatice sus funciones estratégicas (la inversión social, la salud, la educación etc.), manteniendo intacto su aparataje jurídico-institucional, necesario para mantener en equilibrio el status quo y su sistema de acumulación de la riqueza en pocas manos.
Los grupos de poder domésticos (los gobiernos peleles y vendepatria de los que hablaba el General Sandino) deben bajo esta lógica garantizar el funcionamiento de esos aparatos político-burocráticos, como base territorial del negocio de esos gobiernos y del negocio de las transnacionales amigas del gobierno de turno.
Por tanto, es indispensable que estos grupos de poder nacionales mantengan su presencia en los partidos tradicionales, financiándolos y maniobrando los equilibrios de la política, para escenificar lo que los imperios llaman “democracias modernas nacionales”.
Se trata de un moderno teatro de la política, en el que las mayorías tienen un peso nulo. Gobiernos proempresariales, como el actual gobierno de Macri en Argentina, y el de Bolsonaro en Brasil, cuyo objetivo imperial a largo plazo es cerrar el ciclo de emancipación abierto por la Revolución Cubana en 1959, reafirmado por la Revolución Popular Sandinista en 1979 y luego por la Revolución Bolivariana en 1999, protagonistas de este nuevo ciclo histórico, y así aplastar la herencia de dignidad que cada uno de estos procesos ha dejado dentro de sus pueblos y en el resto de nuestro continente americano.
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