"Alguien hizo una guerra que no se debería haber hecho y ahora convoca elecciones sin hablarlo con los aliados, con las Naciones Unidas, con los libios". El criterio pertenece a Mateo Salvini, Ministro del Interior de Italia, un político que genera polémica, pero a quien se le otorga prudente respaldo cuando formula criterios como este, al parecer, atinado.
De acuerdo con algunas opiniones, su punto de vista se basa en la aparente rivalidad que mantiene por diversos motivos –migración mediante- con el presidente de Francia Enmanuel Macron, quien organizó en mayo pasado un encuentro entre las dos principales figuras actuantes en Libia, Fayez al-Serraj, jefe del Gobierno de Unidad Nacional (GUN) auspiciado por la ONU y con apoyo occidental, y su contrario, el general Halifa Haftar, quien favorece al grupo de Tobruk, un segundo gabinete asentado en la ciudad de igual nombre.
El arreglo permitió convocar para diciembre elecciones generales en el destrozado país norafricano. De inicio, la noticia fue manejada o la tomaron en condición de avance para tan peliagudo problema, pero las probabilidades de efectuarlas están muy comprometidas. Desde agosto vienen ocurriendo enfrentamientos entre cuerpos armados de los muchos surgidos tras los bombardeos de la OTAN en el 2011 que con la “dictadura de Gaddafi”, destruyó una prosperidad y un orden deseable en las actuales circunstancias.
"La narrativa de la Séptima Brigada, que lideró la invasión de la capital desde la cercana localidad de Tarhuna, menciona que querían desplazar a los grupos que controlan Trípoli y poner fin a los grotescos niveles de corrupción. Esta narrativa explota una creciente fuente de descontento popular, ya que líderes armados y otras élites se han enriquecido a niveles de miles de millones de dólares mientras la calidad de vida de los ciudadanos se ha degradado. Sin embargo, tras este mensaje lo más probable es que lo que quieran es tener una posición de control en la capital y convertirse de facto en proveedores de seguridad para el GAN, lo que les permitiría acceder a los mismos mecanismos de corrupción y cometer los mismos fraudes financieros que las milicias de Trípoli". Evaluación de Tarek Megerisi, investigador del European Council on Foreign Relations.
El enfoque de los eurodiputados españoles Marina Albiol y Jon S. Rodríguez, de Izquierda Unida, esclarece: “Una de estas milicias, la Séptima Brigada, ha decidido iniciar una revuelta contra otras milicias con presencia en la capital, Trípoli. Hasta ahora, todos estaban bajo el paraguas del GAN, pero este pacto parece haberse roto y en la capital se registran niveles de violencia similares a los peores momentos de la guerra. Organizaciones internacionales como Médicos sin Fronteras han denunciado la falta de acceso de la población a recursos básicos y el peligro al que se enfrentan zonas enteras de la capital que se encuentran en el fuego cruzado”. Esta y otras fuentes se refieren a los emigrantes africanos como víctimas de esas facciones a cargo de gestionar las cárceles donde les internan, y aprovechando el descontrol sumado al poder en sus manos, les explotan en calidad de mercancía sexual o los venden como esclavos.
En el territorio controlado por ese gobierno con reconocimiento internacional operaran alrededor de cinco agrupaciones armadas. Tienen el dominio real de las circunstancias y la situación misma, sobre los emigrantes y en lo referido a instituciones financieras locales, pues se denuncia que especulan con la moneda nacional y las divisas extranjeras. Son negocios que han enriquecido de manera exponencial a una oligarquía blindada por la fuerza de las armas y la arbitrariedad rampante.
Paradójicamente, gobiernos europeos y el norteamericano, incluso, suministran fondos al Gobierno de al-Farraj, aparte de cantidades destinadas a ponerle freno a los desplazamientos humanos pese a las denuncias sobre las facciones libias de referencia por haber convertido la emigración en deleznable industria.
Los secuestros a cambio de dinero son otro acápite en crecimiento y fuera de todo control. En medio se pueden encontrar extorsiones de todo tipo, abusos, torturas o asesinatos. Un conjunto de acciones, entre las por igual censurables, encaminadas a cimentar poder político-económico nacional para esas facciones.
"Según políticos, líderes armados y burócratas en Trípoli, el GNA se ha convertido en una mera fachada, detrás de la cual los grupos armados y sus intereses asociados llevan la voz cantante". Así define el escenario actual el investigador alemán Wolfram Lache.
Francia parece entender que el asunto se limita a dos facciones, las inmersas en pugna, y las puso en contacto para concordar comicios, pero la realidad se impone siempre y según observadores sobre el terreno, en la Libia actual existen varias estructuras diferentes adjudicándose condición de estado o aspirando a serlo. Los citados Gobierno de Acuerdo Nacional (GAN) y el Gobierno de la Cámara de Representantes (de Tobruk), son los mayores en cuanto a territorio conquistado y tienen fuerzas irregulares sobre las armas favoreciéndoles, y organizaciones judiciales, económicas o bancarias -de alguna manera funcionan o lo intentan- en ambiente de tan extraordinaria complejidad.
Pero de igual forma coexisten otras facciones en disputa por el dominio total. Uno es el autodenominado Gobierno de Salvación Nacional y el otro lo preside el Daesh o Estado Islámico. Ambos, a semejanza de sus dos mayores contrincantes, bregan por controlar el petróleo, fuente de ingresos sabida.
Las refriegas de las últimas semanas surgieron, además, por mantener o lograr el predominio sobre el aeropuerto de Trípoli. Pero como en esa gama de intereses y anarquía participan familias, clanes, tribus, sectas extremistas y cuanta asociación antigua o actual pueda imaginarse, los objetivos varían según lo que se persiga en cada momento. Y eso siempre tiene que ver con intereses privativos, no con las urgencias ciudadanas o de la región.
Apreciando de lejos o cerca ese pandemonium, vale otorgarle razón a cuantos afirman imposible o muy arriesgado hacer elecciones sin antes restablecer, medianamente, algún tipo de equilibrio interno que, con entera seguridad, es asunto más peliagudo a conseguir que cuanto se suponía fueron a instalar allí hace siete años desde fuera, con tan irresponsable torpeza.
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