Pero ciertamente, por más robusto que aparente ser el mulo, sus patadas no pueden con una pared de acero. Y eso es lo que viene sucediendo con el intento de la administración de Donald Trump de poner caritas y dictar exigencias a un coloso que no pocos analistas otorgan ya el título de primera economía del planeta a tono con su posición de líder internacional en la producción y suministros de bienes y servicios.
Hay un primer asunto a tomar en cuenta: Rusia y China han sido identificadas en nuestros días por los círculos más reaccionarios dentro de los Estados Unidos como los principales enemigos de sus planes hegemonistas universales, por lo que hostilidad y encontronazos no han faltado y no faltarán en las relaciones mutuas a tono con el interés gringo de deshacerse de semejantes oponentes.
Por añadidura, con relación al coloso asiático, y a pesar de haber recibido “amistosamente” al presidente Xi Jinping en su feudo floridano a inicios de su mandato, la soberbia congénita de Donald Trump lo ha llevado a atiesar las cuerdas bilaterales de manera burda y peligrosa, desde amenazas militares en el Mar de China, tensiones con relación a Taiwán, o demandas y sanciones contra Beijing al que acusa de filibustero económico.
El jefe de la Oficina Oval se desgañita por tanto en reclamos a China por la vigencia de una legislación interna que estimula la inversión extranjera y que ha sido ampliamente acogida, entre otras, por las empresas estadounidenses; por sus sólidos avances en ramas claves como la informática, la comunicaciones, la militar o la automovilística, sin contar su desarrollo acelerado en la entrega de múltiples bienes de consumo, incluidas la mismísimas banderas norteamericanas de todas las dimensiones que no pocos ciudadanos de aquel país gustan colocar en sus puertas y jardines.
Y al grito de pretendida justicia y equidad, Trump (que ciertamente no cree en el beneficio mutuo en sus vínculos con los demás, sino en ponerles el pié incluso de forma violenta) pretende a partir de este marzo implementar su cacareada y a la vez criticada internacionalmente subida de aranceles a los productos chinos importados por los Estados Unidos, de diez a veinticinco por ciento, si Beijing no accede a “limitar” su “dañina política económica”.
De hecho, las dos naciones promulgaron una tregua en el posible inicio de una virtual guerra arancelaria y comercial, y en días recientes delegaciones oficiales de ambas partes han estado envueltas en negociaciones al respeto, tiempo en el cual el presidente gringo ha intentado proyectar la idea de que sus bravuconadas han despertado el temor entre las autoridades chinas, y que finalmente los Estados Unidos logrará torcer el brazo a los “infractores” de ultramar.
De hecho, con su habitual altanería, Trumb declaró que no veía posible un encuentro con Xi Jinping a fines de este febrero, en que viajará a Viet Nam para su segunda reunión con el líder norcoreano Kim Jong-un, quien- dicho sea de paso- con la conversión de su país en un Estado nuclear, ha obligado a la Casa Blanca a acudir a negociaciones bilaterales de primer nivel sobre el largo y peligroso contencioso en la Península de Corea.
China, mientras tanto, ha advertido que no cederá en temas estratégicos con respecto al enfrentamiento económico con los Estados Unidos, del cual es el mayor acreedor desde hace ya un buen tiempo, un episodio que mantiene encendida la ojeriza de los sectores reaccionarios norteamericanos que han sido incapaces, mientras dedican sumas astronómicas a la guerra, de incentivar las ramas productivas civiles ni sus niveles de calidad y competitividad.
Y no es un asunto nuevo. Recordemos, por ejemplo, que hace apenas unas décadas, antes de la irrupción comercial china, el gran enemigo económico era Japón, un país que, todavía privado entonces por los acuerdos de fines de la Segunda Guerra Mundial de contar con un sector industrial militar, desbordó los mercados gringos con sus masivas y asequibles producciones de alta tecnología en bienes de consumo y medios de trasporte, entre otros rubros de alta demanda.
¿Entonces dónde están las culpas ajenas?
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