Este septiembre, justo el pasado día 13, se cumplieron los primeros veinticinco años del encuentro en que, bajo los auspicios del entonces presidente norteamericano William Clinton, el asesinado primer ministro israelí Yitzhak Rabín y el líder palestino Yasser Arafat concluyeron un acuerdo que se suponía acercaría el fin del drama generado en Palestina desde fines del cuarto decenio del pasado siglo.
En efecto, en aquella fecha de 1993, al decir de no pocos medios de prensa de la época, las negociaciones realizadas en Oslo, la capital noruega, “establecieron una serie de disposiciones —firmadas por israelíes y palestinos— para sentar las bases que dieran lugar a una solución permanente al conflicto de Oriente Próximo”.
En sustancia, la dirigencia de la Organización para la Liberación de Palestina, reconocía el derecho a la existencia del Estado judío bajo determinadas condicionantes, en tanto, Tel Aviv daba crédito a la OLP como representante de la población árabe palestina.
Vale recordar que a instancias de los sectores reaccionarios de Occidente había sido impuesto en territorio palestino un ente institucional bajo dominación sionista, que protagonizó la masiva expulsión violenta de los pobladores árabes y el establecimiento de una diáspora forzosa que se extiende hasta nuestros días.
Israel ha devenido además punta de lanza de los hegemonistas norteamericanos en Oriente Medio, incluida la formación y sostén de agrupaciones terroristas como el denominado Estado Islámico, a la vez que constituye el principal receptor de la “ayuda” militar de los Estados Unidos al exterior.
Desde aquellos años la crisis palestina subsiste como un permanente foco de tensiones, y la resistencia de su pueblo, desplazado de la patria, resulta una de las epopeyas de liberación más relevantes de los últimos decenios.
Por demás, cada demanda de la comunidad internacional contra los desmanes sionistas ha enfrentado el veto inamovible e impertérrito de los Estados Unidos, y los esfuerzos por lograr la paz y promover negociaciones válidas han terminado en un rotundo fracaso.
Analistas llaman la atención que desde los acuerdos de Oslo hasta el presente Tel Aviv ha acrecentado el cerco a los palestinos con sus ataques a Gaza y Cisjordania, el crecimiento desmedido de las colonias judías en nuevas tierras robadas a la población árabe, y elevadísimos niveles de represión que han costado la vida a miles de desplazados.
Y, mientras, al advenimiento a la Oficina Oval de Donald Trump y su publicitado intento de lograr lo que gusta denominar “el acuerdo del siglo” entre sionistas y palestinos, no ha hecho otra cosa que agravar un escenario ya extremadamente candente a partir de su escandalosa complicidad pública con los sectores israelíes más viscerales.
Vale citar la bochornosa decisión de Trump de reconocer a Jerusalén o Al Qud como la capital del Estado sionista y el haber trasladado su embajada a esa ciudad, lanzando por el piso su presunto papel de “mediador imparcial” en todo posible arreglo, junto al sensible recorte de su cuota a las agencias de la ONU encargadas de entregar ayuda humanitaria a los refugiados palestinos.
“Acuerdo del siglo” en fin, que realmente significa un epitafio para las esperanzas palestinas de lograr un entendimiento equilibrado al brutal drama al que ha sido sometida toda una nación.
Luego no espeten los voceros gringos y sus socios sionistas cuando entidades palestinas no descansen en su llamado a la lucha masiva y abierta contra tales planes, como una de las vías para devolver la paz, el progreso, la estabilidad y los derechos nacionales a su pueblo.
Alejandro
19/9/18 8:25
Vuando se firmo el acuerdo de Oslo me alegre mucho pensamdo que se terminaba la pesadilla de la guerra, pero lamentablemente me equivoque
Términos y condiciones
Este sitio se reserva el derecho de la publicación de los comentarios. No se harán visibles aquellos que sean denigrantes, ofensivos, difamatorios, que estén fuera de contexto o atenten contra la dignidad de una persona o grupo social. Recomendamos brevedad en sus planteamientos.