Los niños son inquietos, gustan de jugar todo el tiempo en compañía de otros de su edad o incluso, de mayores; casi siempre hablan mucho y buscan en los demás la posibilidad de intercambiar y sentirse seguros. Si, por el contrario, son retraídos, callados, alejados del resto de las otras personas y reacios a cualquier intento de interacción social, la señal de alarma es activada de inmediato, ante el temor de que sean autistas o, cuando menos, raros. Sin embargo, ¿cuántas veces nos hemos preguntado, los mayores, a qué se debe esa "rareza”?
Está claro que el autismo es un trastorno que obedece a una anomalía en las conexiones neuronales, debida a mutaciones genéticas, y que está caracterizado, en consecuencia, por graves déficits del desarrollo.
Luego de la detección de los síntomas autistas puede esclarecerse, desde el punto de vista científico, las especificidades de su cuadro clínico y su pertenencia o no a determinados síndromes relacionados. Pero también los especialistas pueden percatarse de que realmente un niño no es autista, aunque lo parezca, según explica la doctora Nadieska Benítez Gort, especialista en Psiquiatría Infantil del Hospital Pediátrico Juan Manuel Márquez, en la capital cubana.
“La etapa más importante en el desarrollo psicológico, cognitivo, físico-motor, sensorial, en fin integral, de un individuo es la de sus primeros cinco años de vida. Desde el primero, e incluso antes, la interacción social es vital, primero con sus progenitores, luego con otros familiares cercanos y más tarde con otros niños. En un inicio es torpe y se cae con facilidad, por eso necesita del juego, que es la mejor manera de adquirir habilidades motrices, tanto finas como groseras. Estas últimas se refieren a la sencilla movilidad, el salto en un pie, el lanzamiento de una pelota con precisión, y las primeras, a aquellas que tienen que ver con un control más específico, como sostener un lápiz, jugar a las bolas, etc.
“Podemos ver niños con conductas autistas sin que realmente lleguen a serlo, diagnóstico al que se arriba, no fácilmente, luego de un exhaustivo interrogatorio de los familiares y exploraciones iniciales. Las causas estriban en la subestimulación, es decir, en la estimulación artificial a la que se somete al infante, desde que es un bebé.
“Un niño que desde pequeño se somete a una estimulación artificial durante horas, o sea, a un bombardeo de información como el que ofrece la televisión en sus variantes de dibujos animados, videos musicales, juegos de participación, entre otras, es un niño que deja de desarrollar las habilidades que le corresponden, que se logran con la socialización”, detalla Benítez.
- Sin embargo, se plantea desde el punto de vista científico que el desarrollo de las habilidades de un niño será mayor en la medida en la que sea más estimulado...
- Sí, por supuesto, pero hay que tener en cuenta la calidad y cantidad de esa estimulación. Cada etapa requiere dosis diferentes y aumentarlas depende, en gran medida, de la propia reacción del niño, que, en todo caso, debe ser positiva.
“La familia, principal responsable del trastorno, tiene el convencimiento- erróneo- de que la televisión los hace más inteligentes desde tempranas edades y, sobre todo, para que se esté tranquilo y no haya que vigilarlo en sus andanzas por la casa o fuera de esta, le encienden el televisor y acomodan al niño en su coche, su cuna o en un asiento propio frente a él.
“Casi siempre se trata de padres muy ocupados, que delegan su función en abuelos, ya mayores, que prefieren la tranquilidad del pequeño, o de padres que aunque sí asumen su rol, están igualmente ocupados en las labores de la casa o del trabajo. Cuando acuden a consulta debido a que su ingreso al preescolar o a la escuela muestra señales evidentes de aislamiento, rechazo a los juegos colectivos e introspección, o cuando son alertados por alguien que los halla “extraños”, su principal temor es precisamente que sean autistas”, aclara la psiquiatra.
Les alivia saber que no lo son, agrega, pues el autismo es congénito y no desaparece, aunque se logren muchas cosas mediante el trabajo especializado y diferenciado con un autista, aún más en edades tempranas.
“Realmente estos niños con conductas autistas provocadas, cuyo componente biológico y neurológico está en perfectas condiciones, reaccionan de manera diferente a la interacción en consulta y pueden ser niños normales, luego de un diagnóstico precoz y una terapia y rehabilitación adecuadas. De no ser identificados y tratados, lógicamente, puede redundar su condición en un retraso mental”, acotó.
-Los beneficios de la televisión para los niños son mundialmente conocidos. Sin embargo, es el ejemplo más concreto de esta estimulación artificial “dañina”...
-Sobre todo en estos tiempos, en los que se vive la vida de una manera muy rápida y agitada, la televisión casi siempre es el apoyo para esa falta de tiempo de la que siempre nos quejamos. Pero en el caso de un niño, ni siquiera eso puede ser una justificación.
“Está demostrado que el niño desarrolla sus potencialidades de atención-aunque incompleta-, no muy detallada ni sostenida, a partir de los tres años de edad, más o menos. Aún en ese momento, la televisión debe ser asistida y comentada, es decir, un adulto debe acompañar al niño y propiciarle el interés por lo que está mirando y oyendo, con simples preguntas que corroboren esa atención y despierten sus motivaciones. Antes de esa edad, si el niño puede hacerlo, en mayor o menor grado, es porque se trata de uno de estos niños que están adaptados a esa rutina de subestimulación, que están acostumbrados a esa soledad.
“Por ejemplo, el niño normal, que tuvo su estimulación adecuada y en su momento, hace uso de los beneficios de la televisión destinada a él -lo cual también es un aspecto a tener en cuenta- en el rico empleo del lenguaje. Es capaz de traer a colación vocablos propios de los materiales audiovisuales, aunque no sean de un uso frecuente en nuestra habla cotidiana. Puede elogiar un par de zapatos y decir que son bellos, fabulosos, geniales...y eso nos llama la atención, para bien. Por otra parte, esos niños que tuvieron la “televisión obligada” pueden aprender de memoria y cotorrear, sin mucho sentido, las palabras de ese tipo.”, precisó Benítez Gort.
De cualquier modo, enfatizó la especialista, el pronóstico para estos niños con conductas autistas por una subestimulación es favorable, pues la evolución, magnitud y posibilidades de su condición son muy diferentes a las del autista. Pueden cambiar luego de una identificación y un manejo adecuado, lo cual puede orientarlo incluso un psicólogo, bien entrado, sin que sea menester remitirlo a una consulta de psiquiatría.
“No obstante la certeza de una mejoría, es imprescindible que se cuiden más los hábitos de crianza de un niño, porque si falla lo que le concierne a esa primera etapa de su vida, es como un edificio sin cimientos que, aunque puede repararse, también ese daño pudo evitarse”, concluyó la especialista.
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