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viernes, 22 de noviembre de 2024

Sexo o Técnica de choque (+Video)

Crash es una muestra bizarra de la enajenación placentera que pueden enfrentar ciertas personas como parte de sus parafilias...

Daryel Hernández Vázquez
en Exclusivo 31/08/2021
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01 - Fotograma - Crash
Crash especula, con el diseño de una anti – tesis, sobre los diferentes cánones estipulados en la realidad objetiva.

La mente humana, definiéndola como un espacio habitable lleno de espejos donde el reflejo diminuto de una mota de polvo puede generar la compleja forma de un monstruo, o el recuerdo casi borroso puede llegar a transformarse en nuestro mayor temor, un pavor tan poderoso que nos paralice en el acto. Esto se debe a partir de la desvirtuación de la delgada línea existente a nivel psicológico entre el miedo, el placer y el dolor, los cuales tomados en profundidad simulan transitar en un mismo carril, partiendo de la abstracta violencia que deviene de cada uno epidérmicamente hablando. Este lugar sería donde David Cronenberg (Naked Lunch, Videodrome, Scanner), probando su propia medicina dentro del tratamiento de la violencia en sus disímiles aspectos, es adicto a llevarnos con sus películas. Entregarnos un universo plagado de suspenso, terror, psicosis, trastornos, vicios, incoherencias y los lacónicos límites al que el ser humano puede llegar.

David Cronenberg como exponente del arte subliminal psicológico del terror, principalmente del terror corporal, de las exploraciones del subconsciente humano en sus extremos, cosa que refleja en sus largometrajes con una experticia que roza lo irracional y bizarro como los mismos temas que aborda, nos regaló en el año 1996, Crash, una joya del cine de autor.

Crash es una exploración explosiva desde la perspectiva de un conjunto de parafilias, enfermedad de este tipo poco común en sí, llevada desde una óptica extremista y sutilmente minuciosa. La discreción entre sus expresiones físicas y mentales no son del todo religiosas. El filme tiene la peculiar expresión de hacer divagar a sus espectadores sobre la capacidad y los límites a los que se somete el ser humano, y la facilidad con que este osa romperlos.

En Crash, no es objetivo de Cronenberg escapar de la decadencia y el libertinaje. De esto trata la película. Mientras nos adentra en el mundo tóxico y enfermizo de una parafilia en particular, el director nos desenlaza un enrevesado contexto casi científico de las diferentes formas que se ingenian los personajes para llegar a alcanzar el placer, el óptimo placer. Tanto desde las formas muy personales dentro de las químicas corpóreas, hasta la introducción forzosa de los objetos de placer (casi todo lo que tiene que ver con los automóviles), que en la película están tratados como parte de una venenosa historia hollywoodense filmado con una fotografía cruda y de forma directa, elevando el tono realista por encima de la complejidad ficcionada.

Crash parte en un principio con una ligera y ardiente competición entre James Ballard (James Spader), un exitoso productor de cine y publicista (claro, porque en estas historias el dinero no puede ser un problema), y su esposa Catherine (Deborah Kara Unger), quien, aparte de ser una hermosa y suculenta mujer, se esfuerza demasiado por parecer interesante, tanto que se le sale por encima del tono y la cadencia de su voz a susurros. Ambos buscan expresar su congeniada libertad sexual con otros individuos, comentándose los detalles pertinentes y legándole una importancia relevante al orgasmo de sus correspondientes víctimas sexuales.

En un giro conveniente de la trama, necesario para comenzar su desarrollo y la inmersión a un mundo prohibido, oscuro, repleto de sexo y turbios acercamientos a la muerte; Ballard tiene un accidente de tráfico que, junto a la Dra. Helen Remington (Holly Hunter, co – protagonista de la cinta quien comparte el mismo trastorno venidero), es enviado al hospital con lecciones graves. Esto produce una disminución del apetito sexual en Ballard, lo que lo lleva a buscar nuevas experiencias y explicaciones a la rareza de su condición inmediata. En este tipo de filmes es muy común la preocupación por la falta del orgullo viril masculino.

Ballard comienza, después de par de encuentros incómodos, una singular seducción con un cigarro y la importante presentación de Vaughan (Elias Koteas – Look who´s talking too, Exótica, The Thin Red Line; posiblemente el desarrollo de una película completa sobre este personaje y sus trastornos fuese igual de espectacular y tóxica, rozando los extremos de la relevancia y la mediocridad), a mantener una relación físicamente explosiva con Remington. Esta, primeramente, lo conduce a ese éxtasis de revivir su accidente a través del sexo (donde el protagonista encuentra la movilidad de sus placeres nuevamente), después lo guía hacia un grupo liderado por Vaughan donde comparten una variedad de fetiches por los accidentes automovilísticos, en particular la recreación de muertes de famosos. Fetiches muy específicos y estructurales. Confiando en la posibilidad de modificar el cuerpo humano con extremidades aerodinámicas producidas por la deliberada violencia de sus acciones o la de los Otros, así sea conscientemente. Aquí se devela, además de los autos generalmente clásicos o casi desmantelados, los sitios oscuros y distintivamente sucios, y los brutales accidentes, su bizarro amor por las cicatrices y las prótesis, desbordando un placer que se expande a nivel grupal por límites insospechados, similar a una terapia grupal (un tanto dantesca) de psicodrama. Eliminando las barreras entre lo mecánico y lo orgánico, y generando así un choque de ideales.

La violencia inmersa en el largo está atribuida a esa pequeña, pero no invisible, necesidad de suprimir el comportamiento correcto, o políticamente correcto de las personas. Mostrar sin simulaciones o mascarillas la aparente dicotomía, no exactamente entre el bien y el mal (cosa que también se encuentra expuesta por las claras), sino entre las diferentes conductas, la guerra entre las subdivisiones de la personalidad que nos completan como ser, como ser pensante, social y conductual. A este nivel consciente es donde se trabaja la cuestión clave del argumento, si nuestras formas de percibir los objetos y materias de la realidad van indicadas por un camino natural y culto, creándose la posibilidad de que la belleza de los mismos, de su diseño, su función, su estatismo temporal o momentáneo no es solo una justificación para participar de un libertinaje, que a ojos de la sociedad no es políticamente correcto. Viendo que no es una simple masturbación del ser, ni mucho menos una perturbación de la piel. Aclaró también, que nuestra forma “natural” de merodear alrededor de los objetos otorgándole una condición casi religiosa o poderosa sobre su objetivo funcional, es una especia de fetichismo. Esta incógnita en donde se detiene en profundidad el guion es lo realmente interesante de la cinta.

David Cronenberg tiene el hábito, dentro de sus disímiles composiciones, de colocar personajes fuertes; a que me refiero, la imbricación de sus protagonistas y los papeles secundarios inmersos en su trama, teniendo en cuenta argumento, actuación, personalidad y por así de decirlo, trastornos dentro del libreto y fuera de este, son brutalmente construidos para que funcionen como un sistema de engranajes, correspondiéndose unos con otros y así darle forma a la historia dentro del cuerpo de la película y a dónde quiera que nos lleve él en su rol de creador. Lo que le falta a uno lo rellena el otro. En este aspecto, me atrevo a mencionar la composición actoral de grandes comedias (saliéndome un poco del orbe temático) donde esta simple fórmula ha hecho historia, contando con filmes como: See no evil, and Hear no evil, Some Like it Hot, los filmes de Abbott y Costello, y la lista podría continuar. Estos filmes referencian una compenetración dinámica de sus protagonistas, donde sus expresiones no se dirigen a chocar sino a complementarse para crecer dentro del escenario amén de que la historia sea algo simple sacado del bolsillo.

Como en Naked Lunch (1991) o A History of Violence (2005), Crash posee un elenco de actores que fungen como pilares esenciales en el entramado. Para no decir que el arte de esta película se debe a la intervención de sus actores. En un nivel superficial sonaría a algo muy obvio, sin embargo, cada uno de estos personajes encarnan un nervio diferente del cuerpo argumental del largometraje, en cada uno de los espacios redondeados por la línea central que lleva la cinta.

Dibujemos el espectro de la colisión de estos personajes. Ballard es la típica alusión de un dandi moderno. Atractivo, exitoso, conquistador de trincheras, un personaje que no ve más allá de su propia prepotencia cimentada en su orgullo de seductor y su matrimonio liberal. No obstante, está prepotencia elevada a mil pedestales se ve en peligro cuando entra en su vida los trastornos de Vaughan, quien sería todo lo contrario a la imagen del protagonista: ponzoñoso, vulgar, peligroso, influyente. No podríamos trazarlo enteramente de antagonista debido a su peculiar relación con cada personaje, donde funge como centro. Esta contrariedad de personajes es llamativa y posee un poder de desdramatización que evoluciona en el avance de la película. Ballard automáticamente en el descubrimiento de sus deseos siente una fuerte atracción por Vaughan, quien es todo lo que no es él (dos polos contrarios que se atraen en sí). El extremo de toda la precariedad de este mundo. La delgada línea entre el bien y el mal, y su poderosa mezcla, dibujada en el arte asiático. Plenamente concentrado en sus objetivos y conocedor de sus íntimos placeres.

Vaughan lega como líder su realidad al resto del grupo, lo que infiere poco a poco en Ballard, quien convierte esto en una óptima necesidad. Necesidad de vivir las mismas experiencias, de sentir las emociones con carácter identitario, de dejarse sucumbir al precio que haga falta. No importa acudir a la sumisión y violación de su esposa, a una desviación sexual, a atentar contra su vida de forma anti - natura. Permitiendo ser tutorado por este “inminente mal” que no sería bien catalogado como mentor, la verdad, más bien una especie de precuela de la novela Amistades Peligrosas. “Creando un demonio”.

Las mujeres son arrastradas a este mundo no de forma obligatoria, sino por una voluntad placentera ofrecida desde un comienzo. Su lucha interna circuncida a los personajes masculinos que frisan en la misma expresión de sus deseos, ellas llegan a formar parte de su placer cosificándose para y por su propio interés. Donde no existe una celosa guerra, apropiadamente, es el mero disfrute dentro del caos y la perversión. Una (Catherine - Deborah Kara Unger), la imagen de la seducción, de la belleza carnal y sensorial, auditiva, interesante y apetecible; recae en este universo con tal de probar las experiencias de su esposo quien, en este trance peligroso, un tanto fuera de sí, permite que ella comparta los acontecimientos y se mezcle en ellos. Sería un punto de apoyo, que en algún momento también serviría para gozar. Por otro lado, la Dra. Remington convencida de su nuevo rol post accidente, resurgida de un breve rencor hacía Ballard mas conducida por sus nuevos impulsos carnales. Acuñada en esta nueva página de su vida donde el cumplir sus propias fantasías dentro de la parafilia es su cometido, con nada que perder, con todo perdido, es lo único que puede hacer. Funcionaría como un cuerpo conductor hacía este nuevo mundo carente de supuestas fronteras. Pese a su nítida materia dentro de la historia, su papel se mezcla tan íntimamente con este argumento que queda así por la posteridad temporal del filme, no muere, no se deja matar en la trama, pero tampoco evoluciona más allá del crecimiento que obtuvo dentro y fuera de la escena. Sintiendo que su objetivo estaba cumplido, y viviéndolo, así termina.

La otra actuación, la más significativa a valoración, legada a un rol secundario, pero sumamente importante para dejar la verdadera ilustración de lo que se está hablando en la historia, lo posee Rosanna Arquette (Pulp Fiction, The Whole Nine Yard, Joe Dirt) con Gabrielle. En este papel con no menos de cinco líneas que decir, Cronenberg refleja la capacidad mecánica, adictiva y sexual que puede llegar a tener un ser humano en el óptimo escenario posible de este tópico cinematográfico. Sobre los hombros de Arquette recae la figura idealizada por el pleno desarrollo que pretende la trama, tan cerca y tan deseada. Gabrielle al igual que Vaughan son personajes que comprenden la simbiosis modificables y mecanicista de la ficción hecha imagen. Uno funge como teoría y deseo, mientras la otra es la práctica hecha carne y metal. Observándose que su pasión no es vivir a partir de esa segunda oportunidad legada, más bien es existir dentro de su nueva generación cognitiva, capaz de sacrificarse por alcanzar sus fantasías y el puro éxtasis.  - Esto es lo que tratamos de explicar aquí -.

Entonces, de lo único que no se habla en el rodaje, ni ha hablado este humilde cinéfilo, lo que sería una acotación muy válida, es la carencia de insinuaciones sentimentaloides durante los 100 minutos de filme. Empero, no es hasta el final y como recompensa de toda la descarga de sexo, violencia y lenguaje de adultos del largometraje cuando se desvela la hermosura de una relación matrimonial. De su lucha interna por sacar lo mejor de la relación a flote.

Los minutos finales corren cuando James Ballard persigue amenazantemente a Catherine, cumpliendo el último plan de un fallecido (casi suicidado) Vaughan, su obra maestra. Entre choques y choques asciende la película, el calor se apodera de los personajes, el miedo, la desesperación. Ballard asesta el golpe final y desestabiliza el auto de Catherine que se avalancha fuera de la carretera (un desastroso accidente que muestra la propagandística fortaleza del xxx). Ballard acude asustado, se cerciora que su mujer está bien tras algunos leves moretones, y en un golpe de excitación por encima del susto consuma con su esposa. Con el encuadre perfecto creado, una escena similar a otra que ya nos había encandilado al principio de la cinta repleta de sensualidad, hacen el amor. La belleza de este encuadre que se nos va alejando, dándole privacidad a los amantes, está dado no solo por el hecho que es una adecuada forma de darnos un cierre, donde después de todo el viaje atormentado la relación de ambos se mantiene intacta, visto ese mismo viaje como un tortuoso juego de placer y miedo. Sino que, también, entre los entramados de la aventura por el fetichismo ha ocurrido una casi religiosa, iluminada y seductora elevación entre los amantes que quedan abrazados sobre el césped.

Un agradable chiste sería si Cronenberg terminara preguntando: ¿Qué no cabe en el arte de amar?


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Daryel Hernández Vázquez

Licenciado en Ciencias de la Información en la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana. Cinéfilo y editor. Aspirante prematuro a director de cine. Novelista, poeta y loco.


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