Los cementerios suelen ser el sitio donde la caducidad de los seres humanos se erige en un paisaje inapelablemente desolado, a pesar del monumentario exceso que distingue el tributo a los muertos en la cultura latina. Pero los cementerios de origen anglosajón son aun más conmovedores en la sobriedad que apenas permite a los difuntos resaltar bajo un nombre y una fecha sobre una piedra pulida.
En un viaje a Bahamas en 1986, recorrí el cementerio de Nassau. Me impresionó el descuido: la yerba alta e insultante en su voracidad; lápidas ennegrecidas, y ensombrecidas bajo pinos dispuestos como en el desorden de una selva sin caminos. Pregunté a quien me acompañaba por la causa de aquel descuido, y dijo: “Cuando aquí dejamos a alguien querido, nunca más regresamos”. Era la ciudad del olvido convertida también en ciudad olvidada.
A principios de siglo, visité el cementerio de los americanos en la Isla de la Juventud. Y todavía no he podido despegarme de aquella sensación, mezcla de poética fatalidad y de insumisa rebelión contra el destino. Esa tarde no utilicé la libreta de apuntes. ¿Qué hubiera escrito que retuviera con signos vivos, hirientes, mis sentimientos? Y preferí que el rumor de las casuarinas, con sus hojas tan finas como pelo, grabara en mi recuerdo el melancólico fracaso del silencio y la piedra cuando intentan mantener la vida más allá del tiempo.
Sin embargo, me sorprendí. Esperaba ruinas y desidia, como en Bahamas. Y hallé el ámbito donde no parece que ya nadie va a guardar sus huesos. Los pineros lo conservan limpio, podado, como en plena faena digestiva. Le han puesto linderos a la manigua acechante, para preservar la precaria memoria de unos 280 colonos allí sepultados. Es lo único, además de un bungaló, sito también en Nueva Gerona, que resta de la presencia norteamericana en Isla de Pinos, actualmente de la Juventud, y que Colón llamó La Evangelista y después nombraron del Tesoro, y de los Baños, por los manantiales salutíferos de Santa Fe.
El primer colono enterrado en el cementerio de los americanos se llamó Freeman Cooper, alemán que ingresó en Cuba desde los Estados Unidos. Había nacido el 30 de enero de 1866 y después de varios años de trabajo falleció el 30 de noviembre de 1907. Su hijo Frank, norteamericano de nacimiento, administró la necrópolis hasta 1976, cuando regresó a su país. Yacen también allí míster Pierce, presidente de Isle of Pines Company, y míster Mills, dueño de otra empresa principal.
A partir de la ocupación militar de Cuba, tras la guerra hispano cubano americana, los colonos empezaron a desembarcar masivamente en Isla de Pinos, en una inmigración que, al igual que en algunas provincias, se plantaba con el propósito de ir echando las bases demográficas para consumar en algún momento políticamente oportuno, la anexión de Cuba a los Estados Unidos. En Camagüey fundaron La Gloria City, cuya historia Enrique Cirules contó en un libro inolvidable: Conversación con el último norteamericano. Y en la región oriental es conocido Omaja, pueblo que Jaime Sarusky, especializado en causas y accidentes de varias inmigraciones extranjeras en Cuba, recogió en un gran reportaje de sugerente título: Los fantasmas de Omaja.
Isla de Pinos ya parecía anexada a los Estados Unidos. La Enmienda Platt, en 1901, aplazó la definición sobre la soberanía de la segunda mayor isla del archipiélago cubano, porque en los hechos se la habían apropiado. Y sólo en 1926, por medio del tratado Hay-Quesada, este territorio pasó a la total jurisdicción de Cuba.
En 1901, Isle of Pines Company compró 21 120 hectáreas por 120 000 dólares, y más tarde las vendió en lotes diez veces por encima de su precio original. El fraude, más que la fecundidad de la tierra, convirtió a Isla de Pinos en una verdadera Isla del Tesoro para las compañías especuladoras. Sobre ese esquema publicitario –el tesoro oculto y la isla por descubrir-, los promotores de la colonización norteamericana entusiasmaron a centenares de pioneros que llegaron a contabilizar más de 2 000 propiedades, incluyendo los principales negocios, y fundaron pueblos norteamericanizados como Columbia, McKinley, San Pedro, Santa Bárbara, Los almácigos y San Francisco de las Piedras. Hacia 1913 residían allí más de 1 600 estadounidenses. Casi tantos como los pineros.
Estos datos, que quiebran con la rigidez de los hechos la emotividad romántica de mi crónica, me los cedió después el historiador Juan Colina. Porque aquella tarde en el ámbito del camposanto, donde el tiempo no existe, nada anoté. Bécquer esparcía las hojas de otoño de sus rimas; Thomas Gray hacía sonar las campanas de sus elegías, mientras el periodista reflexionaba en la caducidad de la vida. La experiencia hoy puede parecer patética. Ridícula incluso. Pero cualquier opinión no cambia la certeza de que la soledad y el olvido tienen nombres. Nombres inertes cuyo destino fue quedarse solos, sepultados en la vacuidad del dinero y el poder.
Kathleen
10/7/15 14:26
Me gustó mucho este artículo. Soy de Camaguey,ahora soy adiestrada, graduada de Socioculturales, y mi tesis fue sobre el potencial turístico de La Gloria City por todo lo q se está haciendo aquí en la cayería norte. Si el cementerio de alli de la isla lo sorprendió, el de La Gloria no tiene palabras que lo describan. Parece q uno está en el mismísimo oeste norteamericano. Y todavía funciona, y se mantiene la tradición de los enterramientos en tierra como cuando se fundó la colonia en 1900. Ir a ese pueblito es darse cuenta de la huella q los americanos dejaron, en cada esquina, en las tradiciones, en los descendientes, con sus apellidos en inglés y todo lo demás. Su artículo lo guardé, llevaba días por dejar un comentario pero estoy ocupada en el trabajo.
Duple
20/5/14 18:38
la verdad que le falto algo mas a esta obra escrita, pero aun con eso conozco el lugar ya que vivi cerca de el por varios años. en aquella epoca 1983 la vista los pinos que estaban en el cementerio le daban un toque muy especial. gracias por el escrito.
Nureya
25/10/12 9:48
Muy interesante. Coincido en que con los artículos de Luis siempre se aprende algo nuevo. Gracias
Livia
20/10/12 18:23
Siempre se aprende con el profe. No conocía este cementerio en las Isla. Me ha gustado más esta cultura sobria sajona, los lugares son menos sobrecogedores.
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