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jueves, 21 de noviembre de 2024

Un senador analfaburro

Mino vio coronado su éxito al ocupar un escaño en el senado de la “República” desde donde mostraba su desinflada cultura universal...

Argelio Roberto Santiesteban Pupo
en Exclusivo 26/04/2012
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Capitolio de La Habana
Capitolio de La Habana

Nuestras coordenadas hoy se mueven hasta ese lote capitalino que enmarcan las calles Prado, Dragones, San Martín e Industria, donde, en tiempo `España, se ubicaron la estación ferroviaria y el jardín botánico.

Allí hoy hallamos al Capitolio, edificación discutida: según algunos, una joya arquitectónica; de acuerdo con García Márquez, un “esperpento neoclásico”.

Sí es indiscutible que quienes mandaron a construir aquella mole estaban ansiosos de tirar la casa por la ventana: baste con decir que la cúpula es mayor que la de su homólogo washingtoniano.

Aquella masa de cantería, mármoles y bronces, albergaba las dos cámaras legislativas. Y por muchos años, para todo visitante a La Habana, la única prueba indiscutible de su presencia en la capital era una foto con el Capitolio como telón de fondo.

EL PROTAGONISTA

Para no ofender a nadie, dígase sólo que este personaje nació en algún sitio montuoso del occidente cubano, en cuna humilde.

El pequeño Epaminondas Pérez —a quien siempre llamarían Mino— no se distinguía marcadamente de ninguno de los contemporáneos que asistían con él a la remotísima escuela rural. Exceptuando un aspecto: él fue el dolor de cabeza del maestro a quien tocó en desgracia aquel puntico del mapa dejado de la mano de Dios, donde El Diablo había dado las tres proverbiales voces, y nadie las oyó.

Y no es que Mino fuera de la tribu de diablejos que esparcían por el aula dos productos extraídos del cercano monte: las semillas pestíferas y el picapica, polvito que ponía a rascarse con furor al alumnado completo.

No. Mino fue más bien un niño tranquilo, hasta aplicado en los estudios. No obstante ello era, repito, la gran preocupación del maestro rural. ¿Razón? Bueno… pues puede decirse de muchas formas. Que el pequeño era duro de entendederas. Que tenía pocas luces. Que su aprovechamiento escolar siempre resultaba deficitario… Pero, circunloquios aparte, sépase de una vez que el pobre Mino era definitivamente, colosalmente, enciclopédicamente bruto. Afirman los que lo conocieron que hubo hombres de Neandertal más brillantes, y que un cromañón, puesto a su lado, se hubiera parecido a Albert Einstein.

Pero los años pasaron y, aunque no se transformase su masa encefálica, Epaminondas Pérez, alias Mino, se vio coronado por el éxito: con sus tres neuronas paralíticas, antes de cumplir cuarenta años… ¡ocupaba un escaño en el Senado de la República!

Ah, con cuánto orgullo ascendió la escalinata del Capitolio, flanqueado por las colosales estatuas que personifican El Trabajo y La Virtud Tutelar del Pueblo. Cuál no sería su engreimiento al escuchar cómo los taconazos de sus botines charolados eran devueltos por el eco en el Salón de los Pasos Perdidos.

No sabía Mino que allí mismo, en el Capitolio, se iba a desinflar su fatua altanería.

LOS HECHOS

Para comprender la desgracia final del senador Epaminondas Pérez hay que saber que en Cuba —se dice que traída por los chinos— fue muy popular la charada, que asocia a cada número con lo que llaman un bicho. Así, uno es “caballo”; dos, “gallo”; tres, “marinero”…

El día en que Mino se desinfló hacía uso de la palabra en el Senado uno de esos oradores que, como decimos por esta tierra, tratan de dar jamón de cultura. Y el discurso estaba empedrado de citas donde mostraba su erudición, hablando de “calendas griegas” u “horcas caudinas”.

Y el bueno de Mino, como si le estuviesen hablando en japonés. Pero no resistió más cuando, en medio de la arenga, su colega mencionó el “18 Brumario”. Se viró para el más cercano senador y, con voz que para su desgracia se oyó en todo aquel hemiciclo, preguntó:

—Cheo, ¿qué nuevo bicho de la charada es el 18 Brumario ése?


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Argelio Roberto Santiesteban Pupo

Escritor, periodista y profesor. Recibió el Premio Nacional de la Crítica en 1983 con su libro El habla popular cubana de hoy (una tonga de cubichismos que le oí a mi pueblo).


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