Los precavidos invisibles

Quizás la Zafra de los Diez Millones (1969-1970) haya sido la etapa en que más imprevistos sucedieron en toda la historia de Cuba, pues al destinar todos los recursos de manera prioritaria a alcanzar una decena de millones de toneladas de azúcar, los demás sectores podían quedar a la deriva en no pocas ocasiones.

Al incumplirse la norma de molida de un central por falta de materia prima, antes de hacer cualquier análisis, se decidía incrementar la cifra de macheteros para aumentar los cortes de caña, lo cual implicaba que quienes quedaban en las faenas habituales debían realizar el trabajo del movilizado hacia la zafra.

Y si faltaban baterías, gomas o cualquier pieza de repuesto para los vehículos empleados en la cosecha de la gramínea, se tomaban de donde más cerca estuvieran para evitar la paralización del tiro de caña, pues lo fundamental era garantizar molidas altas y estables.

Cualquier taller de reparación podía ser designado para arreglar algún equipo con tal de que la contienda azucarera funcionara sin pérdida de tiempo, aunque ello implicara paralizar algún otro artefacto que de manera directa o indirecta también influyera en el desarrollo de la molienda.

En ese contexto, los estudiantes de Periodismo de la Universidad de La Habana fuimos enviados a varias provincias para realizar las prácticas profesionales reflejando en los medios de prensa aquella colosal movilización de hombres y recursos para alcanzar el objetivo supremo de los diez millones de toneladas del dulce grano.

Las seis provincias cubanas tenían como hoy municipios, pero más pequeños, agrupados en regiones. Por eso, además de las publicaciones provinciales, se hicieron las regionales con sus boletines de zafra, y en este caso se llamaba Escambray por estar en una zona con ese nombre en la antigua Las Villas.

Al indagar en qué centro de trabajo realizar un reportaje, alguien nos hizo varias sugerencias, que resultaron ser los mismos que siempre eran visitados anteriormente por colegas profesionales que ya se sabían de memoria esos lugares.

Como principiantes al fin, y con la edad de estudiante reflejada en todo el cuerpo, teníamos el porte y aspecto ante el cual alguien podía explayarse sin ningún reparo: ¿Ustedes son los periodistas nuevos? Seguro que también van para (nombró un grupo de centros de trabajo) que son los que más gestionan para resolver los problemas que se les presentan.
Le riposte: Los precavidos valen por dos, y esos son los destacados. Los demás debieran hacer lo mismo.

Hoy quisiera tener la grabación del sermón con el cual estuve en total desacuerdo, y conocer el nombre de esa persona y el centro de producción o servicios al cual pertenecía, pero al creer que no tenía razón, no le presté atención a esos datos. Ahora estoy completamente de acuerdo.

Las ideas expresadas fueron las siguientes: No eran precavidos, sino todo lo contrario, y dijo textualmente que “trabajan a la guerrilla”. Sus razonamientos: Si fueran precavidos, no se les hubieran presentado problemas, y si algo precavieron fue saber a dónde acudir para hallar las soluciones de lo que no se anticiparon en evitar.

Al notar que no le presté mucha atención, sus últimas palabras fueron: tú verás cómo a mí también me sacan en la prensa, porque voy a dejar que haya problemas y después los resolveré para que vean cómo nos esforzamos.
No creo que lo haya hecho, más bien pienso que continuó comportándose correctamente, y su colectivo no fue objeto de un reportaje, pero la enseñanza ha perdurado.