“Dos peces nadan uno junto al otro cuando de pronto, se topan con un pez más viejo que nada en sentido contrario, quien los saluda y dice, “Buen día muchachos ¿ Cómo está el agua?” Los dos peces siguen nadando hasta que después de un tiempo uno se voltea hacia el otro y pregunta “¿Qué demonios es el agua?”
Esta historia nos las cuenta el escritor norteamericano David Foster Walace, autor de “La broma infinita”. Para ser un pez, y vivir en el agua, hay que estar instalado en esa circunstancia; tal es el primer gran acierto de Calendario: es una serie que se coloca en nuestro tiempo, en el agua de nuestras impurezas y virtudes.
Cuando pasamos por al aula de noveno grado de la profesora Amalia, entramos a un país, con sus dilemas, grietas, esperanzas y dolores, diferencias sociales, impactos de las nuevas tecnologías, desapegos, valor de la amistad, amores líquidos vencidos por el sexo, la estela del vacío. Allí la verdad amarga no tiene afeites ni complacientes adjetivos: es, “al pan, pan; y al vino, vino”.
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El valor del maestro ha sido realzado con dignidad y limpieza; y todo sin renunciar a la fragilidad de quien enseña, sin callar las múltiples lecturas y miradas de los alumnos que no solo intentan aprender, también enseñan. Cuando algunos dicen que la juventud está perdida, Amalia prefiere encontrarse en la llaga de sus discípulos, ponerlos sobre sus propios pies, y echarlos a andar.
Encontramos en la primera parte, una polifonía, matices, multiplicidad de voces y experiencias; por eso no es difícil que alguna familia, o persona, encuentre su propio personaje, o drama, o escena. Puede ser la sobredosis de consumo del celular, o los complejos de una madre que hace una fiesta para su hijo con la precariedad de su realidad económica, o la escena del abrazo y las manos extendidas para decir adiós al joven que emigra a otro país.
Otros temas quedaron dando vueltas en la cabeza de los espectadores: así como hay una diversidad biológica, deber ser asumida la diversidad social, y tal ejercicio nos exige actos profundamente humanos, la piedad y la compasión.
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En la segunda parte, los muchachos, ahora en onceno grado, crecieron, y también la complejidad de los problemas..
La inocencia cede paso a cierta crudeza de comportamientos que van desde el consumo de droga, la violencia familiar, el desamparo, el robo por pagar una parte del techo, el alumno y los que intentan el soborno abierto a su maestro, hasta ese drama de familia que nos deja si aire, la madre que emigra y abandona a su hijo en manos de su abuelo, sin previo aviso, buscando mejor vida; es entonces que nos parece que un candil se apaga sobre la mesa sin mantel.
En estos tiempos de comida chatarra para el espíritu, y cuando captar la atención de la reflexión y la belleza, escasean en los anaqueles de los días, Calendario nos estruja la memoria y la ternura, regresamos al Jardín, ese poderío estético de Dulce María Loynaz, a un poema, un libro despertado con el asombro de una voz que parece decirnos: Desde la poesía nos negamos a rendirnos / Dijo el poeta, y se fue con la palabra a sembrar el mundo.
Pero al mismo tiempo, se corre el telón de las verdades y alturas de un país, las zonas de fango y luz; es una invitación para que todos los discursos comprendan el valor del arte y avancen hacia una interpretación de la realidad sin artificios ni eufemismos.
Y a pesar de todo, los muchachos de Amalia salen a sembrar el mundo, porque un par de manos han viajado hasta el rincón hondo, para sacar de lo más oscuro, una veta luminosa donde la fe en la vida no ha sido destruida. Esta serie nos arranca las lágrimas pero deja flotando en el viento un estado de gracia donde se salva la alegría.
Definitivamente, Calendario nos roba el corazón porque prueba el valor del amor. Cada domingo, sentados ante un televisor, un mundo de diversas edades y experiencias, se ha enfrentado a una historia capaz de conmover, y de abrir, aquella página de un apunte de José Martí: “Por el amor se ve. Con el amor se ve. El amor es quien ve. Espíritu sin amor no puede ver”. Calendario va nadando en el agua del amor, lo sabe, y nos salva.
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