Cuando el cuatro de abril de 1870, José Martí, por su amor a Cuba, entra castigado al horror de las canteras de San Lázaro, su madre doña Leonor sintió un gran dolor, no podía comprender el camino escogido por el hijo nacido de padres españoles, es que los hijos no se parecen a sus padres aunque lleguen con el sello inconfundible de una herencia.
Muchos jóvenes a lo largo de la historia de Cuba, mostraron el mismo amor de Martí y lucharon por su Patria. Esa reserva moral es fuente de ejemplos e impulsos. Pero no se puede hablar de continuidad de sueños y aspiraciones, sin contemplar la discontinuidad que implica todo presente que se vive entre el pasado y el futuro. Las circunstancias ejercen el papel de madres con la realidad de otro tiempo.
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Por eso el asunto no es criticar con el dedo excluyente y sancionador, o decir que los jóvenes están perdidos sin remedio, sino interpretar el mundo que les ha tocado vivir; padres y maestros perdemos esa posibilidad, si quedamos anclados en otro tiempo que ya no es el que respiran nuestros hijos, y todo ello, sin renunciar al acto de trasmitir la experiencia de una identidad cultural, decencia, dignidad, en fin, los valores de ser una buena persona.
No hay juventud general y abstracta, sino jóvenes concretos: unos estudian, otro trabajan, otros hacen las dos cosas a la vez para aliviar la carga de sus padres y ser independientes. Jóvenes que emigran y dejan solos a sus abuelos para cumplir el difícil sueño de mejoras materiales a costa de nuevos y viejos dolores removidos; otros que cometieron errores y ya visten el uniforme de presidiarios; jóvenes que consumen droga porque un amigo les dijo que era bueno y quisieron probar a espalda de sus padres, que a veces viven ajenos a tantas amenazas.
Todos esos jóvenes, y otros que no aparecen en las noticias, no son perfectos, son nuestros, nos pertenecen con sus llagas y virtudes, y el gran desafío ético y pedagógico es elevarlos por encima de nuestros hombros, sin convertirnos en los infalibles educadores que olvidan el oficio y los lejanos días de otras juventudes.
Son necesarias más preguntas que respuestas, preguntas compartidas para estimular el diálogo si falsos paternalismos ni poses magistrales. Algunos se desconectan de la política porque los discursos no le rozan el corazón, no quieren ser espectadores sino actores, y ese paso choca con el grueso forro de dogmas e incomprensiones.
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Hay que buscar en ellos, los modos de ver desde sus ojos nuevos en un mundo que exige profundidad de crítica y reflexión. No lo tienen todo para ello, pero conservan lo que muchos viejos perdemos, la alegría de la audacia.
Si en tiempo de redes digitales, pasan buena parte del día en ese mundo virtual, ¿cómo conectarnos a sus aprendizajes, influencias, consumos culturales para que no sean esclavos de otras dominaciones, se conviertan en creadores y eduquen a sus propios mayores? En el aula de una universidad encuentro algunas respuestas a esa pregunta.
El asunto es saber por qué mundos andan sus pasos, cuáles son sus sueños, cuál es el país que quieren, qué periodismo les gusta, por qué Martí, quien entró a las canteras de San Lázaro aquel cuatro de abril, ya no es referente ni objeto de lectura por muchos jóvenes, y sin embargo se emocionan hasta llorar cuando descubren el Martí de la piedad que salva a los que quisieron asesinarle.
Es preciso un enorme cuarto de confianza que nos devuelva el espacio de la Edad de Oro, para conversar y aprender de nuestros jóvenes, diversos y contestatarios; nos urge el zafarrancho de la verdad que no deje espacio a la imitación de viejas simulaciones.
Ahora suben por la calle San Lázaro hasta la Universidad de tantas luchas, y es preciso recordarles la sangre, el desespero de doña Leonor, y el grito de muchos sacrificios; otros hunden el azadón en el surco, escriben un poema o una canción. Otros cosen una herida en un salón lastimado por penurias y fiebres.
No pocos hacen algo útil a los demás, y ya tienen hijos. Confiar en los jóvenes es no olvidar lo que un día fuimos, a ellos siempre les pido que me contaminen con su entusiasmo para que no envejezca el pensamiento ni los sueños; y terminen, muchachos, por dar un paso más allá de la última huella de sus padres.
Angélica María
9/12/23 20:25
Extraño beber de tus sabiduría cada mañana de domingo, desde las ondas radiales de una isla en el caribe. Pero sigo intentando llenarme de entusiasmo para que, ni mis sueños ni mis pensamientos envejezcan, mientras ayudo a mis alumnos a dar un paso más allá del que di yo después de usted y más allá del de mis padres. Con un abrazo martiano te abrazo desde el amparo de los pinos en un isla que añora tus pasos, profe Julito.
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