Tras el accidente vino el dolor, tras el dolor vino la solidaridad. Toda crónica de una tragedia trae consigo la esencia humana que nos mueve a unos hacia el bien y a otros, por suerte pocos, a la frialdad y la indiferencia. Pero Cuba es tierra de martianos. La chimenea de la Termoeléctrica Antonio Guiteras cayó encima de los cuerpos de los trabajadores que se hallaban laborando para que el país disponga de un servicio que resulta vital. Nada los había frenado, ni la falta de piezas de repuesto, ni el clima, ni las incomprensiones, ni las fake news que pululan a veces en las redes y que intentan desacreditar un asunto tan serio.
El sonido de las ambulancias volvió a detener la vida en la ciudad de Matanzas, donde hace un tiempo aconteció el siniestro de unos tanques de combustible que estallaron para segar la vida de varios jóvenes. De inmediato en las mismas redes donde a diario tanto se debate, aparecían muestras de preocupación de los buenos cubanos. La gente ofrece lo primero que tiene y muchos lo hacen desde la esperanza, la necesidad de saber que existe aún una huella de humanismo y solidaridad. Toda crónica entraña ese dolor compartido, todo siniestro pareciera ser un golpe definitivo que nos derrumba y que resta deseos de vivir. Pero el recuerdo del arcoíris sobre el cielo de Matanzas es demasiado reciente. El día en que se hizo el acto en homenaje a los caídos durante la explosión de los tanques, primaron en la ciudad el silencio, la hermandad entendida en pocas palabras. Y el cubano es así, gigante ante lo duro, sensible y jamás indiferente. Los colores de un doble arcoíris tiñeron la atmósfera y ello fue interpretado de diversas formas y mitologías.
Pareció que esta chimenea nos iba a robar los colores, esos colores que los trabajadores llevaban tanto tiempo buscando en lo hondo de la oscuridad, dentro de la Termoeléctrica más importante del país. El inicio de la primavera y la proximidad del verano siempre nos preocupan en Cuba, pues indican que sube el consumo de energía y que vamos a requerir de la fuerza de la Guiteras. La labor en dicho centro se torna tensa, difícil constante. Hay que asegurar la producción porque en los meses duros todo pareciera cuesta arriba e incluso los rudos hombres, esos bregados en la batalla cotidiana, sienten el peso de la responsabilidad. Nunca estaremos lo suficiente agradecidos a ellos. Pero el azar es terrible y en medio de la semana santa, esa en la cual existen tantas tradiciones y cuidados, surgió el imprevisto. ¿Fatalidad, hecho casual? Las investigaciones dirán, pero por ahora es digno destacar lo pronto del actuar de las autoridades, la prestancia del personal de rescate y de los doctores y enfermeras, lo hermoso de los mensajes de apoyo por toda Cuba.
Para nadie es un secreto que se viven tiempos duros. No solo por los altos precios, sino porque requerimos que se estabilicen las instituciones, que funcionen las instancias, que se ordene lo que está en desorden. Pero lo que nunca nos va a fallar es el humanismo, eso es algo que tenemos heredado y que va dentro de la savia heroica del pueblo. Cuba ha debido hacerse a sí misma entre el dolor y la concurrencia de la voluntad doliente de los hijos, es como una madre que sabe que podrá contar con lo que ha sembrado. En esa certeza ontológica se decide la patria como categoría y como praxis. No se trata de un ejercicio banal ni obsoleto, sino de una manera de asumir la filosofía más acabada y sólida posible. Los tiempos son duros, sí, pero no empañan una esencia que nos hace auténticos. Nadie se destiñe en esta tierra fácilmente y menos cuando de colores se trata, de ahí la metáfora del arcoíris y la esperanza que ello implica.
Por eso, aunque las ambulancias nos hayan puesto sobre aviso de la tragedia, la ciudad de Matanzas y toda Cuba supieron qué hacer. Habrá quién ahora mismo use el suceso para denigrar nuestro sistema eléctrico, también quién no agradezca o vea en lo que pasó una oportunidad para el ataque; pero más allá de todo egoísmo, la esencia colectiva se conmueve, actúa y ejerce ese encanto imprescindible: el amor.
Los colores no se fueron de Matanzas, sino que aparecerán en el cielo en cualquier momento. Esta semana santa trágica demostró que el alma de los hombres posee una dimensión inabarcable y que aun dentro de la oscuridad más densa surge una fina sinfonía de luz. A ese instante están abocados ahora quienes atienden a los heridos o consuelan a los familiares. Podrá pasar el tiempo, pero no, la vida entregada a una causa de hermandad. Ese arcoíris que no se desvanece, esa iridiscencia que nos guía y comunica, van de la mano del silencio respetuoso y de la seguridad de que nada ha sido en vano ni carente de sentido.
Durante la primavera y el verano aumenta el consumo en Cuba y con ello, el gasto de energía. El accidente en Matanzas expresa la voluntad de los hombres para asegurar que fluya la electricidad a cada hogar y fábrica. Ellos son los héroes de esta inmensa circunstancia cotidiana. Solo queda, ahora, merecerlos y darles el justo lugar de honra.
Tras el accidente vino el dolor, tras el dolor, la solidaridad. El ciclo de los colores sobrepasa el cielo y es un arcoíris infinito.
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