Cuando comienza a salir una parte de la investigación de los hechos de lo que aconteció en la Finca de los Monos, las reflexiones en torno al papel de la prensa y de la transparencia no paran de venir a mi mente.
En este caso, como en otros relacionados con el impacto de las redes sociales y del poder de las narrativas; no conviene detenernos en lo meramente formal, sino que hay que ir a las raíces sociológicas de todo y ver sin cortapisas, además de las responsabilidades institucionales y comunitarias, la procedencia multifactorial de los sucesos. Como sociedad no es ético ni útil que el peso de las indagaciones recaiga de forma exclusiva en la cuestión administrativa o en la aprobación o no de un espacio para una fiesta.
Hacer eso y no aprovechar positivamente la tragedia para sacarle un rédito en cuanto a sabiduría es no actuar con inteligencia y sentido común. Por eso, se impone que acudamos a las bases de la transformación en el sistema de medios que desde hace tiempo se viene proponiendo y que es uno de los fundamentos legales que hoy están más sujetos a debate.
Desde que estudié periodismo se estaba hablando sobre una ley de prensa y sobre la pertinencia de que la actividad quedase regulada a partir de un marco en el cual se pudiese operar. No en todos los países ello existe, de hecho, en el mundo donde se diseñan las legislaciones a partir de una noción liberal, no se apuesta totalmente por acuerdos duros que les marquen una pauta a los medios de prensa.
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Quizás, con la llegada de las redes sociales, todo eso ha estado girando hacia otro punto en muchos lugares y es que el peso de las narrativas y del consumo posee una dimensión mayor que cualquier agenda tradicional de las emisoras o de los periódicos y revistas.
El tremendo reto que la ruptura del paradigma ha significado nos impone otras dinámicas y mentalidades no ya para comunicar, sino para asumir la construcción de la verdad a partir de las pautas del consumo y de las burbujas de interacción. Cuba, en ese contexto, no puede escapar a la llegada de matrices y al establecimiento de agendas informativas grupales e interseccionales que poseen mayor trascendencia que el diseño que se haga desde un margen externo o planificado por las instituciones. Las leyes de prensa o de comunicación son instrumentos que se han vuelto más comunes en la medida en que el nuevo entorno es crucial en la definición del panorama político, ya sea en materia de gobernabilidad o simplemente en un ambiente electoral.
El papel regulador del Estado moderno ha impuesto, allí donde los intereses lo creen pertinente, pautas que no siempre son la solución, pero que pueden apuntar a un cronograma de procederes y a un escenario donde no prevalezca la improvisación.
Obviamente, lo que sucedió en la Finca de los Monos es algo que se coloca un paso más allá de la comunicación y que entronca, en el debate, por un lado, con la construcción de la verdad a partir de las redes sociales (donde hay que tener en cuenta la noción de narrativa) y, por otro, con las relaciones con el poder.
Y es que cualquier acto de trasmisión de datos es de hecho un suceso que se presta para interpretaciones políticas, sociológicas, culturales, de índole ideológica. Y más aún un hecho cuya trascendencia está dada por la activación de determinados debates que convendría tener más del lado de las instituciones y no en manos de las redes o de actores comunicacionales que sabemos que persiguen otros réditos.
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En otras palabras, lo que se ha legislado en torno a las funciones del sistema de prensa y de la comunicación tendría que ser ahora mismo el objeto fundamental en reportajes, en debates, en todo lo que se diga sobre los hechos de la finca. Pero estamos lejos de entender el valor de dicha apertura dialéctica y es costoso, aún para muchos, un cambio de mentalidad que asuma de forma revolucionaria los hechos y no los interprete en una dimensión buenista, conveniente, sino descarnada y real, cercana a las agendas que requerimos como medios públicos. Más que una cuestión de capacidad, adolecemos de la voluntad suficiente para mirar las cosas y llamarlas tal como son y allí es donde el poder de las narrativas se impone y deja indefensos determinados valores que son la base de nuestro ser nacional.
Esto, que pareciera ser una cuestión retórica, en realidad constituye un hecho concreto con una existencia material en el plano de las ideas y de la construcción de un modelo. De allí dependen muchos de los elementos que luego son claves en el hallazgo del consenso y por ende la credibilidad. Y es que si algo hay que tener en cuenta y que defiende la nueva Ley de Comunicación Social es la integridad de los profesionales que forman el entramado de las instituciones y en los cuales recae la responsabilidad ahora mismo de la trasmisión o no de unos datos reales y creíbles.
Lo que tendríamos que crear, además de la ley y su marco regulatorio, es todo un proceso de prevención en el cual no solo se hable de los errores sino del accionar de cada una de las instancias implicadas que no están nada más definidas dentro de los medios, sino que competen a organismos claves en la construcción de lo público y del poder. Y es que la comunicación no es un acto en sí misma, sino que ocurre en un contexto definido por relaciones socioclasistas, por transversalidades de índole diversa, por identidades en choque, por intereses que se evidencian contradictorios, por cuestiones que se suman a la complejidad que ya es nuestra sociedad cubana, pero que no podemos obviar sin que, como una bola de nieve, crezcan y nos persigan.
¿Qué puede pasar ahora con los sucesos de la Finca de los Monos?, quizás haya quien piense que unos cuantos reportajes con información somera pueden apagar las matrices y las narrativas de las redes sociales, pero eso no funciona así. Solo la contundencia y el realismo, el análisis y el carácter objetivo de la información pueden construir entornos seguros y sólidos en los alrededores de los hechos más tremendos e infaustos.
No se puede aspirar a la totalidad del esclarecimiento, si las fuentes no se abren y el escrutinio de la ciudadanía no llega al fondo de las cuestiones. Se trata de un asunto legislado, articulado según la voluntad de las instituciones cubanas y que obedece a la mentalidad promovida ahora mismo por el espíritu de nuestros cuerpos legales. Dejar una parte de lo que pasó a la sombra, solo va a contribuir a que esa porción sea exagerada, ponderada, puesta en el candelero y potenciada por otros actores de la comunicación que no están en el marco regulatorio y que por ende van a su propia agenda sea o no comprometida, sea o no respetuosa de los públicos.
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La nueva dinámica participativa de las redes sociales iba, según la teoría de la comunicación, a colocar en crisis la profesión del periodista. Y es que al menos idealmente cada uno de nosotros puede producir elementos y colocarlos a circular con un carácter público. Pero lo que el nuevo paradigma no tuvo en cuenta es que el acto de emitir un mensaje no tiene solo esa dimensión, sino que la opinión pública es impactada por las dinámicas profesionales, humanas, éticas de los medios y de sus integrantes y que ello solo se logra a partir de un entorno propio de preparación práctica y teórica donde se producen interacciones muy particulares. Por ende, el periodista es potencialmente un creador de matrices con un toque diferente a los demás y va a poseer una responsabilidad y un sentido de la ética más allá de si es o no un usuario de Facebook.
Lo que para otros no constituye relevante o no va a integrar un determinado mensaje, el profesional lo ve bajo el prisma de su propia cultura gremial y se lo apropia como parte del trabajo y de las rutinas del medio. Por eso, los sucesos de la finca y cualquiera que esté en ese mismo nivel, estarán sujetos por un lado al poder de las narrativas, pero, por otro, a la posibilidad de que los profesionales los impacten a partir de visiones profundas y críticas. Ello quiere decir que la respuesta ante el caos de la caída del paradigma tradicional de los medios de prensa es más comunicación, más racionalidad, más pensamiento y más periodismo de alto nivel.
En el caso de Cuba, la ley no va a parir por sí sola ese escenario. Se requiere de voluntad política, de profesión de valores, de promoción de la transparencia y de rendir cuentas periódicas no ya ante los periodistas, sino con la ciudadanía. Ello dejaría en manos de los medios de prensa solo lo referido a lo realmente importante como los sucesos ya mencionados o el entorno que los define a partir de un análisis estructural y responsable de la sociedad.
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La prensa como ente transformador y productor de sentido, y no como mera dependencia que reproduce contenidos. Siguiendo esa lógica, que fuera la de nuestro siempre recordado profesor y líder gremial Julio García Luis, el sistema de medios no sería solo una cámara de resonancia de los sucesos, sino un instrumento de la ciudadanía para cambiar la realidad y volverla un entorno de participación más acorde con los principios modernos de democracia y de construcción de lo público.
Hay que tomar la realidad con esas herramientas de la crítica y otorgarle entidad y peso a aquello que la torna relevante, rica, llena de enseñanzas. Lo contrario, o sea el ocultamiento y el relativismo, solo conduce a errores y a no socavar los mecanismos de la burocracia, de los fenómenos socioclasistas y de los frenos históricos que ha enfrentado la humanidad en su largo camino de emancipación.
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