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viernes, 29 de noviembre de 2024

La Habana primigenia, del Onicajinal al Casiguaguas

En un cayo de ceiba, en el actual municipio Melena del Sur, se presume se fundó San Cristóbal de La Habana…

José Ángel Téllez Villalón en Exclusivo 25/07/2022
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Antigua Villa de San Cristóbal-La Habana
Mapa o diagrama con la ubicación aproximada de la antigua Villa de San Cristóbal de la Habana. (Ttomada de NorfiPC).

Unos llegaron por instinto, por ese deseo humano de  descubrir, de expandirse en los cauces de la naturaleza; los otros por  puro cálculo,  a  encubrir, santificando, la arquitectura de su intereses. Los arawacos, desde el trópico continental,  en el sentido del sol;  los europeos, desde la gélida Iberia, en el sentido del poder, siguiendo el brillo de su símbolo  metálico, el oro,  que había sido -¿quién se acordaba entonces?- representación del astro rey.

Los primeros, en canoas más lentas, se adelantaron por decenas de siglos,  trayendo  semillas y leyendas. Entre estas las de la ceiba, árbol sagrado en las diversas culturas prehispánicas. Desde la Amazonía,  se  relata que en el principio de los tiempos el universo era oscuro porque la luz se escondía detrás de la copa de una enorme ceiba que vivía en el centro del bosque. Para sacar el mundo de las tinieblas los héroes mellizos Yoí e Ipi, los primeros pobladores, determinaron tumbar este gran árbol,  con la ayuda de los animales de la selva. El grueso tronco derribado se convirtió en el gran río Amazonas y sus largas ramas se transformaron en todos sus  efluentes. De modo que al navegar  por estas ramas, del Amazonas al Caribe, en las ceibas ahuecadas convertidas en canoas, los arawuacos no hacían más que  completar su ciclo cósmico.

Los segundos “descubridores”, partieron a las ocho de la mañana del viernes 3 de agosto de 1492,  desde la Barra de Saltes, en la confluencia de los ríos Odiel y Tinto. Ese día, el  Almirante Cristóbal Colón se encaminó “al Levante por el Poniente”, por la quimera del oro de Cipango. El 12 de octubre, llegaron a Cayo Samana y el sucesivo tropezón  de islas no apaciguó la obsesión del  Almirante por estrenar una ruta marítima que los llevara a la región mencionada por Marco Polo en El libro de las maravillas. Navegó entre islas  y entre  lucayos a quienes congeló en su desnudez, los mira  y los pinta como “buenos salvajes”, pero no los  escucha. Tan pronto les descubre  en sus narices pequeños adornos de oro, les pregunta por su origen. Y al pronunciarle  “Kuba”, o “Kubanacán”  entiende “Kublai Kan”. Por eso  apunta en su diario que "por no perder tiempo quiere ir a ver si puede topar a la isla de Cipango". Pocos días después, el 21 de octubre, escribió que deseaba " partir para otra isla grande mucho, que creo que debe ser Cipango".

Llegó a Cuba, “tierra cultivada” según los taínos que ya la habitaban en bohíos  y caneyes, que ya la sembraban en conucos, que ya la celebraban a la sombra de inmensas ceibas.  Para su pesar,  encontró más brillo en sus árboles y en el canto de los pájaros  que en entre las cibas de su ríos. Aun después, de varios viajes, comprobándola isla, no consiguió salvarse de aquella obsesión  por  convertirla en Japón, encubridora de la otra, por el “dios amarillo”.

Esa fiebre  la heredó  su hijo Diego Colón, quien tras recibir instrucciones del rey  Fernando de Aragón, designó a Diego Velásquez de Cuéllar para la  misión de descubrir si había  oro y especies en la gran isla que los conquistadores llamaron Fernandina y los nativos de La Española, “Soraya”, “la tierra del sol poniente”. Misión que tuvo como primeros pasos la fundación de las primeras villas cubanas, desde la más oriental de  Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, en 1510, hasta la primigenia villa de San Cristóbal de La Habana, la más occidental de todas las fundaciones hechas por las huestes conquistadoras, entre 1514-15.

Hay consenso en que la séptima villa fue fundada primeramente en la costa  sur; pero, como afirmaba Eusebio Leal Spengler, los cronistas no ofrecen “información precisa sobre el sitio y fecha en que fue fundada, ni tampoco sobre el tiempo en que se realizó su traslado hacia la costa norte y su instalación definitiva en el lugar que hoy ocupa, junto al puerto denominado de Carenas”.

La investigadora norteamericana Irene A. Wright, en su libro Historia documentada de San Cristóbal de La Habana (1930); el paleógrafo canario Jenaro Artiles, en  La Habana de Velázquez (1946) y la cubana Hortensia Pichardo, en su trabajo La fundación de las primera villas. Fuentes básicas para su estudio (1986), sostienen que  la villa primigenia de La Habana quedó establecida en 1514  y no en 1515 como se había manejado.

Sin embargo,  Artiles y Pichardo, desestiman  la suposición de Wright,  de que la fecha de su fundación fue el 25 de julio, día se dedica a San Cristóbal en el calendario litúrgico. En opinión del paleógrafo la villa recibió ese nombre por ser ya entonces “este santo, abogado  de los viajeros y navegantes”. Para la reconocida historiadora  no puede aceptarse esta fecha, “pues Velázquez no habría recibido la noticia a tiempo para comunicarlo al soberano el 1o de agosto de ese año”. Estudios más recientes, basados en las Actas Capitulares, revelan que no es hasta 1625 que los vecinos elevaron la  petición de celebrar la festividad  cada 25 de julio.

Sí se tiene certeza de que, aún sin terminarse el asentamiento de la primera Trinidad en Jagua, dos expediciones salieron de su demarcación para el establecimiento de dos nuevas villas: la de Sancti Spíritus y la que sería La Habana. La encargada a Pánfilo de Narváez, en la que participaron Juan de Grijalva y Fray Bartolomé de las Casas, se auxilió de un bergantín que luego de concluir un reconocimiento por Guaniguanico, en el actual territorio de Pinar del Río, bordeó hacia la costa sur en dirección al este hasta en un punto no determinado de la Ensenada de la Broa, que algunos presumen  la actual Playa de Mayabeque. Un territorio con clima benigno y con una población que se estimó  mano de obra considerable, para las encomiendas.

Por esa misma zona, el 5 de julio de 1494, en el segundo viaje a la isla de Cristóbal Colón, sus embarcaciones se abastecieron con agua potable. Por las anotaciones en su diario, se  deduce que se trata de la desembocadura del Rio Mayabeque, llamado en aquel momento por los aborígenes del lugar Onicaginal, Onigagina o Güinicagina; el único de los ríos de la costa sur de la Habana con agua potable y cristalina en su desembocadura y el único donde las palmas reales se acercan a la orilla del mar.

Un análisis histórico-geográfico más reciente,  de los investigadores  Sara Interíán Pérez, Ricardo Álvarez Portal, Pedro Pablo Brunet Ramos, ubica a la villa primitiva al este de Batabanó; al sur de la Loma de Candela;-en la llanura fértil y ancha sobre el actual río Mayabeque, y cercano a las riveras de este. Las coordenadas de la ubicación aproximada son: 22.71 N, 82.09 W, en el actual municipio Melena del Sur; en el triángulo formado por las ruinas del Ingenio La Teresa, el Batey Ojo de Agua y el Batey La Riva.

Precisamente en el centro de dicho triangulo, antiguos eruditos ubican el primitivo asiento llamado "Cayo de La Ceiba".  Lo más probable es que en aquel  “cayo” de ceibas, no pantanoso, pero cercano al mar, en la orilla del Onicajinal, un rio caudaloso y  navegable en aquellos tiempos, existiera un asentamiento de indios siboneyes, súbditos del cacique Habaguanex, que los españoles convirtieron en villa.

Allí debieron construir, con tablas de palma y techos de guano, lo que los colonos denotaron “cabildo” e “iglesia”. Allí,  a la sombra de una majestuosa ceiba,  se efectuaron las primeras misas y cabildos. Allí, apreciaron cuánto veneraban los  nativos ese árbol desconocido  en Europa y que decidieron relacionar con sus propios símbolos. Como hicieron al nombrar las villas,  combinando un nombre santoral, San Cristobal,  con los nombres usados por los aborígenes, Habana (sabana, para los tainos).

Hasta allí había llegado  Velázquez, poco después de Narváez,  en una expedición por tierra. En una de sus Cartas de Relación al Rey, el Adelantado afirma que “La ciudad de este nombre era un gran batey, rodeado de bujíos, con sus respectivos caneyes, o casas regias para sus Gemires o Dioses Penates y para sus Caciques o su Rey. Estaba cerca de la costa sur, en un llano fértil y ancho, sobre el río Guinicaxina” (…) “Reinaba en ella el cacique Yacuacayeo, pero Mexía se había alojado en casa de Habaguanex, que era un cacique principal.” Las otras dos mujeres y Mexía determinaron el lugar donde vivía Habaguanex, diciendo “que era en la costa norte donde fueron los españoles después que se les incorporó García Mexía en los montes rivera de un río… hasta diez leguas de dicho pueblo.”

El Mejías que menciona Velázquez era uno de los tres náufragos españoles que había acogido los aborígenes de la zona, y que Habaguanex,  el último de los caciques de la provincia india de la Habana, entregó a los conquistadores, el día de su encuentro.

Previamente,  a este encuentro de cosmogonías, el Fray Bartolomé de Las Casas  había enviado recados, ofreciéndoles seguridades a los caciques para que se presentaran. “Otra vez desde a pocos días embie yo mensajeros assegurando q no temiessen a todos los señores d la prouincia déla Hauana: porq tenían por oydas de mi credito: q no se ausentassen: sino q nos saliessen a recebir q no se les haria mal ninguno…”(sic). Evitando,  que se descubrieran las crueldades de  Narváez. 

Aquella pequeña aldea del sur fue abandonada progresivamente. Debido a la poca profundidad de la costa, a merced de inundaciones a causa de los frecuentes ciclones y huracanes tropicales, penetraciones del mar, crecidas de los ríos y al ambiente insano de la ciénaga cercana donde abundaban los mosquitos, se decidió cambiar su ubicación a un punto más al norte,  cerca del río Casiguaguas (actualmente, Almendares). Según creen los historiadores, algún momento coincidieron las dos Habanas, y el traslado de la población del sur hacia el norte fue un sucesivo flujo de moradores.  Un movimiento hacia  un Habana menos taína y más colonialista.

Para la Dra. Hortensia Pichardo Viñals,  “al mismo tiempo que se poblaba la costa sur, también se establecían núcleos de población en la costa norte”, y  “Vecinos de la villa de San Cristóbal tenían estancias y haciendas en la costa norte”. Además,  aclaró, el “norte no fue una nueva población, sino el traslado de la villa sureña de su primitivo asiento hacia el norte”, ya que “vecinos de la villa sureña, poseedores de mercedes en la costa norte pasarían parte del tiempo en sus haciendas, las cuales, poco a poco, fueron poblándose en detrimento de la villa primitiva”.

Julio Le Riverand, en su obra La Habana, Biografía de una Provincia, explicó que la ciudad de La Habana tuvo tres emplazamientos antes de 1519, que  “fue pasando a distintos grupos demográficos preexistentes, arrastrando consigo los anteriores”; “el traslado –si es que cabe darle ese nombre- de la ciudad fue siempre una consecuencia del previo reconocimiento de las virtudes del nuevo lugar”.

Por último, se mudaron más al este, en la orilla oeste de una bahía de bolsa,  profunda y resguardada; descubierta en 1508, por el navegante gallego Sebastián de Ocampo encargado del bojeo de Cuba y  quien la llamó Puerto de Carenas. Un puerto “excelentemente protegido por la naturaleza, formando un canal angosto y navegable que lleva hasta una bahía que se abre en tres bolsas casi perfectas, formando en la planta una llave que después estaría en el escudo de La Habana”, como lo describía Eusebio Leal . Con facilidades para el comercio y ventajosa posición geográfica, además con excelentes condiciones para su defensa y fortificación. Allí, el 16 de noviembre de 1519, al lado de otra ceiba fue fundada oficialmente la tercera y definitiva localización de la Villa de San Cristóbal de la Habana. Una historia mucho más  conocida.


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José Ángel Téllez Villalón

Periodista cultural


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