La indecencia ahora pulula por doquier. Ha encontrado terreno fértil en la casa o en la calle. Toma cuerpo en un niño que grita una palabra obscena que choca con la ventana del vecino temprano en la mañana; o en la señora tan mayor, que, en otra acera, repite la misma palabra que dijo el niño tan distante de la escena.
No se trata del falso puritanismo que no recoja el mensaje del verso de Guillén: Digo yo que no soy un hombre puro. Se trata de la decencia, el comportamiento y el civismo, la cortesía y el respeto.
Hay una violencia verbal, un irrespeto al otro, una pérdida de la medida del comportamiento social, y ese mal ha penetrado diversas zonas de la sociedad. Por allá, un hombre le disputa a una mujer la entrada a la puerta de la gacela, gana la mujer y el hombre desde afuera le tira una colilla de cigarro y una palabra dura como el golpe de la puerta.
Por el pasillo del hospital, dos trabajadoras conversan como si gritaran ante los pacientes que, pacientemente, esperan la hora de ser atendidos. En la consulta, dos médicos hablan mal de un tercero delante del paciente, y el código de ética es letra muerta en la decencia.
En un círculo infantil hay un niño muy inquieto, parece que no obedece, y la Auxiliar, ¿educadora?, le suelta una palabra muy parecida a la que dijo el niño en medio de la calle en un barrio de la ciudad. Un hombre, que va en un camión, al lado del chofer, grita la misma palabra de la auxiliar del círculo infantil, la palabra atraviesa la avenida estrujando las cabezas y se instala campante en un latón de la basura.
Mientras todo esto sucede, un estribillo regguetoneano, habla de cinturitas y sexo al por mayor rompiendo toda frontera entre lo público y lo privado. La letra se escucha en una gacela parecida a la otra donde un hombre tiró a una mujer la colilla de cigarro. Alguien tararea el estribillo y mueve un pie; otro protesta, y el chofer cambia por otro reggaetón más neutral en ofensas y pamplinas.
En esta historia no hay pura coincidencia con la realidad, ¡es la realidad! Hay palabras que no quedaron reservadas para el golpe de martillo sobre el dedo, se mezclaron con lo chabacano, lo banal y lo indecente. Un lenguaje así, con estos tipos de comportamientos, nos habla de fallas en la educación y la cultura.
Ya la escuela no es el centro referente de la formación cívica y moral; otras influencias saltan por encima de la escuela y la familia. Hay fallas educativas. Ya la mesa en el hogar no es sitio de la endocultura o transmisión de modales, se pierde el acto de compartir y transmitir. Y no son pocos los abuelos que cargan las jabas de los mandados del día, mientras los nietos duermen hasta bien tarde para luego preguntar por la comida.
Las carencias y necesidades que vive el país generan espacios de violencia de rapiña que cierran el margen a la decencia. Es cierto, una cola puede convertirse en un viaje a la caverna, un golpe sobre la piedra para decir ¡Esto es mío! Pero es allí donde se manifiesta la mala educación y la indecencia, no donde se crea.
¿Qué hacer? La sociedad debe discutir en público sus fallas y carencias. La crítica debe atravesar el alma de un país y no la indiferencia ante el desparpajo del mal comportamiento. No es un problema sencillo porque las fallas en la educación y en la cultura son de largo asiento, y no se modifican con una vacuna sobre el hombro que nos vuelva inmunes contra la mala educación, sino con valores que parten desde el hogar y se defienden en el espacio público. Por eso; decía Martí: La calle es culpable cuando no educa.
Por último, ahora que estamos en tiempo de verano, y que tantas personas intentan inventar unas vacaciones sorteando la lista de los precios, también en el verano se aprende junto al acto mismo de divertirse.
Se necesitan propuestas del sector privado o estatal que estimulen el buen gusto, la estética de la solidaridad, porque un gesto puede armarse de belleza. No todo se resuelve con cualquier música para llamar a bailadores y bebedores. La caja puede llenarse de billetes y la cultura sin respeto.
La esquina está llena de basura, hace días no pasa el carro, por gomas o combustible, y un objeto feo también estimula la indecencia. A veces la basura cae desde una ventanilla, o rueda por el muro del malecón como una palabra que niega la limpieza de las aguas. ¡También hay basura en los comportamientos y un carrito limpiador!
El asunto es que hay que peinarse el corazón para que un niño aprenda que el respeto es volver a mirar con atención, y que la belleza tiene gestos y palabras muy antiguas que nos ayudan a defender la luz de vivir junto a los otros.
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