Tras poco más de 96 horas de trabajo ininterrumpido logró controlarse el incendio que causó estragos en la Base de Supertanqueros de la provincia de Matanzas. Han sido— y probablemente serán por algún tiempo—jornadas difíciles. Esta vez un diabólico azar de la naturaleza conspiró para tensar todavía más el ya de por sí difícil contexto socioeconómico del país; y, peor aún, cobrar la vida de personas valiosas y necesarias.
Durante estos días las historias de heroísmo, compromiso y valentía se han sucedido una tras otra. Hechos protagonizados por gente común, humilde en su mayoría, pero jamás anónima.
En medio de tanto dolor nos ha de reconfortar la actuación de muchos. No solo de quienes pusieron su propia existencia en juego y salieron a batirse con las llamas, sino también de aquellos que, desde la más genuina impotencia, se las arreglaron para aliviar su rabia brindando agua a los sedientos o café a los extenuados.
Un proceder que, en sentido general, deja en evidencia cuanto ha calado durante las últimas seis décadas ese espíritu humanista defendido en nuestro proyecto de nación, pese a sus contradicciones.
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Por supuesto, no faltaron los que hicieron del dolor ajeno su causa de moda para— en ausencia de mejores cosas para decir y hacer—insistir en sus retóricas malintencionadas de intrigas y medias verdades, con el fin de posicionar la imagen de una nación liderada por un estado fallido. En las redes pulularon demócratas metafísicos, avispados conspiranoicos y hasta teólogos que certificaron las desavenencias de Dios con el Socialismo. Allá ellos con sus conciencias.
Claro que habrá de repasar lo sucedido. Analizar lo que hasta entonces funcionaba de forma incorrecta y contribuyó a agigantar el fuego y explicar, incluso, por qué combatientes jóvenes, quizá sin la experiencia y preparación necesaria, fueron enviados a la primera línea de un siniestro de tales proporciones. Reconocer algún error, si se diera el caso, ningún mérito le restaría sacrificio derrochado, solo contribuiría a enfrentar mejor futuras eventualidades.
Otra reflexión merece el debate suscitado a raíz de los tuits de la embajada de Estados Unidos (EE.UU.) radicada en el país con relación a la posibilidad de brindar auxilio. Ante la magnitud y rareza del siniestro, el gobierno de Cuba decidió solicitar asistencia internacional. Además de las muestras de solidaridad de todas las partes del mundo, se recibió la contribución concreta de México y Venezuela, que asistieron de manera inmediata con especialistas, tecnología y químicos imprescindibles. Solo durante el último fin de semana, ambas naciones superaron la veintena de vuelos solidarios.
A ello se le sumó la colaboración realizada por EE.UU. a través de comunicación telefónica, la cual fue agradecida por las máximas autoridades de nuestra política exterior. Sin embargo, desde la mencionada embajada insistieron en que su contribución se veía limitada porque el ejecutivo de la Mayor de las Antillas había obviado pasos obligatorios para requerir el apoyo.
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El periodista Fernando Ravsberg esclarecía en Facebook el “dilema” así: “Se incendia mi casa, grito pidiendo ayuda. Los vecinos de la otra cuadra vienen con cubos de agua a apagar el fuego. El vecino me dice que lo llame por teléfono para asesorarme.”
Como se ha de suponer, la disyuntiva generó criterios que apuntaban a una supuesta soberbia del presidente Miguel Díaz- Canel Bermúdez por ignorar lo establecido y eludir una solución fácil al problema. Aun cuando la subdirectora general para EE.UU. del Ministerio de Relaciones Exteriores, Johana Tablada, ratificaba que el tipo de auxilio dependía únicamente de la administración de Joe Biden.
Pero, vayamos por parte, a Cuba para nada lo desacredita en lo más mínimo pedir cooperación. Al contrario, el hecho de que gobiernos como el de Andrés Manuel López Obrador; Nicolás Maduro o Vladimir Putin hayan respondido al reclamo, habla del prestigio y la consideración alcanzada en el escenario internacional a través de acciones que han tenido un impacto real en el desarrollo de muchísimos territorios.
Tampoco nos engañemos, sería de tontos pensar que existe una verdadera intención por parte de EE.UU. de solucionar el entuerto, cuando la crisis energética que se genera como consecuencia de la explosión propicia el malestar popular. Y, en todo caso, si en realidad quisieran ayudar, pueden empezar por eliminar las 243 medidas impuestas por Donald Trump, erradicar el bloqueo económico, comercial y financiero y desarrollar políticas efectivas para normalizar—de verdad— las relaciones diplomáticas
Pese a la histórica hostilidad de las distintas gestiones estadounidenses, en el 2005 Fidel Castro no esperó el pedido de auxilio de George W. Bush para proponer el envío inmediato de mil cien médicos con experiencia en situaciones de emergencia y equipados con instrumentos de diagnóstico y medicinas para atender a heridos y damnificados del huracán Katrina. Gesto que, por cierto, fue rechazado.
Y si ninguno de estos argumentos le convence, quédese entonces con el criterio de una verdadera voz autorizada, la periodista Cristina Escobar:
“Cuba pidió ayuda a los países dispuestos. ¿Por qué Estados Unidos, el país que por su cercanía debería interesarse más en controlar el siniestro, no ofreció más que una llamada de teléfono? No entiendo la fijación de que ´´Cuba hacer petición formal´´. ¿Para qué? Si pueden legalmente y no lo hacen. Hay una narrativa que se repite para, también en este caso, culpa de todo al gobierno cubano (…) Y lo otro, ¿ué nos hace porque se pidiera formalmente iban, efectivamente, a ayudar? La administración Biden ha perdido una vez más la oportunidad de hacer lo que es decente y humano. Error ético y político “.
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