martes, 24 de septiembre de 2024

En defensa de la maravilla

Los de este agosto han sido días de dolor en Cuba y el dolor no es cosa que se pueda medir sino a rasgos muy vagos, que escapan de las marcas de lo cuantitativo...

Mario Ernesto Almeida Bacallao en Exclusivo 20/08/2022
2 comentarios
Atardecer Matanzas
Habrá que preguntarse qué demonios lleva ocurriendo por siglos en Matanzas, en Cuba, donde el dolor, la muerte, la paz, la vida… encuentra significados y sentidos plenos lo mismo en el arcoíris. (Miriel Miranda).

“Para empezar, la sensación de lo maravilloso presupone una fe. Los que no creen en santos no pueden curarse con milagros de santos, ni los que no son Quijotes pueden meterse, en cuerpo, alma y bienes, en el mundo de Amadís de Gaula o Tirante el Blanco”. Esto, por si se nos olvida, lo decía el bueno de Alejo Carpentier en su preclara introducción a El reino de este mundo, hace unos cuantos años ya, en defensa de lo mal llevado y mal traído «real maravilloso», que intelectuales de cartón y propagandistas dogmáticos han querido ceñir solo al ámbito de la literatura.

Ignoran, pues, que en el caso del cronista-literato de marras no se trataba de un mero dejo estilístico sino de la consumación de una mirada sociológica, más que útil, imprescindible, a la hora de entender y vivir el complejo e irrepetible mundo de lo latinoamericano y lo caribeño del cual Cuba forma parte.

Los de este agosto han sido días de dolor en Cuba y el dolor no es cosa que se pueda medir sino a rasgos muy vagos, que escapan de las marcas de lo cuantitativo. En secuencia frenética, en vértigo: el rayo, la explosión, el fuego, la incertidumbre, el susto, el fuego, la osadía, la inocencia, el fuego, la sorpresa, la «desaparición» como eufemismo de la muerte y/o la «desaparición» como esperanza, como último vestigio de fe, ante la certeza casi absoluta de la muerte.

Hubo más: gente que vivió para sufrir la quemadura, gente a quien la quemadura no logró rendir, sentimientos de culpa, acusaciones, zozobra, teorías alternativas, llantos, más fuego, más terror, la aún indescifrable miscelánea de las sensaciones del seguir ahí sin saber qué va a pasar, qué me va a pasar a mí, de qué seré capaz yo, cómo se sentirá el sobrevivir, a qué sabrá el ya no estar.

Miles de personas siendo testigos directos tras la vitrina de los pocos kilómetros de distancia, la vitrina manchada por el humo terrible, la vitrina a punto de quebrar ¿hoy, mañana, pasado, en tres días, alguna vez, nunca? por el calor indomable de una pira. Millones de personas tras un televisor comiéndose las uñas y temblando, porque el dolor, es algo abstracto por cuanto no es posible tocarlo, pero concreto por cuanto se siente, coño, duele… y se transporta a velocidades que la luz aún no descubre, porque la luz, por muy rápida que sea, está sometida al tiempo y la distancia, mientras el dolor va de aquí para allá, incontrolable, pandémico… sin preguntarle a la materia.

Y hubo más, claro que hubo más, sobre todo en el rango de lo incalculable, de lo que se siente y no se ve. El positivismo tiembla.

En agosto, ya decíamos, se estremeció la sensibilidad de buena parte del país. Ante el rayo, habría que ver quiénes de manera oportunista, habría que ver quiénes por convicción, algunos alegaron castigo divino, karma, salación, osogbo… Ayer, tras el atardecer lluvioso que despidió a nuestras catorce urnas sin nombre, cuentan que desde la de los puentes se vieron dos arcoíris que nacían del lugar recondenado por el fuego. Hubo quien citó a la Biblia, hubo quien habló de la coincidencia hermosa de las catorce listas de colores en el cielo, hubo quien sintió paz y hubo quien, ante tal irrepetible belleza, habló del cierre de un ciclo de martirios, de despedidas. Asimismo, hubo quien, desde ciertos fundamentalismos cientificistas, calificó todo esto como burdo, ridículo.

Las casas y callejuelas de Cuba, muy en particular las de Matanzas, están llenas de elementos afines al rango de lo etéreo: plantas que a las malas intensiones gritan «yo puedo más que tú», árboles con los que se «vence batallas», espejos que «combaten» tras la puerta, ramilletes de hojas de yagruma, altares mestizos, piedrecillas de cobre, ofrendas en cualquier esquina, los testículos de un toro, la cabeza de un chivo, las clavos en la ceiba, el número de palmas, las velas, las flores, los colores en la ropa, cantos y bailes que antes de ser arte son cultura y que van en busca de fuerzas y soluciones telúricas, ya sea en los clásicos solares, ya sea en las recién levantadas iglesias protestantes.

Recuerdo que en las honras fúnebres posteriores a los sucesos del hotel Saratoga, un amigo que lleva a Carlos Marx, a Fidel y a Oggún dentro del mismo pecho se molestaba porque todas las flores disponibles para el tributo eran rojas y él decía y sentía que para tales situaciones solo podían ser flores blancas, y no precisamente por cuestiones estéticas.

No se trata de elementos aislados ni menores, no se trata de un paseo por lo que nuestros mercaderes más baratos venden a los «caras pálidas» como «exotismo tropical», no se trata de locos, ni de excéntricos, ni de mentirosos, ni de hipócritas, ni de adelantos, ni de atrasos, ni de negros, ni de blancos, ni de jabados, ni de mulatos, ni de Oriente, ni de Centro, ni de Occidente… Se trata de Cuba en su pugna violenta y mestizaje de sentidos. Se trata de Cuba "en lo bueno y en lo malo, en la riqueza y en la pobreza, en la salud y en la enfermedad"y también en el dolor… "todos los días de [su] vida". Se trata de la espiritualidad de la nación.

Habrá que preguntarse qué demonios lleva ocurriendo por siglos en Matanzas, en Cuba, donde el dolor, la muerte, la paz, la vida… encuentra significados y sentidos plenos lo mismo en el arcoíris y el rayo que en las cansadas y firmes manos de una doctora, que en el quemado y firme pulso de un bombero, que en la torunda, el agua, la espuma y el acento foráneo de la ayuda, o incluso en todo lo anterior mezclado. Quizás en Matanzas, en Cuba, las líneas no son tan rectas ni son tan líneas y cualquier intento de pureza está condenado a la soledad y al fracaso.

Todo esto es, de un solo golpe, real, terrible, salvador, maravilloso y nuestro. Resulta, además, valioso. Un país de tales complejidades y contradicciones fue el que despidió ayer a las últimas víctimas fatales del fuego y fue también el que enfrentó al fuego mismo, el que lo apagó.


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Mario Ernesto Almeida Bacallao

Periodista y profesor de la Facultad de Comunicación de la Universidad de La Habana

Se han publicado 2 comentarios


eldris
 25/8/22 15:13

Sentimientos encontrados, sensacion de vacio ante la perdida de la vida humana eso y muchas cosas hemos sentido las personas que respetamos el dolor de los demas, Cuba de luto, todo un pueblo recordara por siempre estos dias de incertidumbre y dolor

Rosa Margarita
 23/8/22 15:05

Eres magnífico muchachito. Digno relevo de tus padres a quienes admiro y con los que he compartido parte de mi vida profesional. Es todo eso que escrito y más. Mucho más que no puedo convertirse en letra, porque es dolor sentido, lágrimas espontáneas con el mismo temor de perder nuestros propios hijos. Porque todos somos hijos de esta tierra, y sí, todos dentro del pecho llevamos un Dios, una creencia, que no es otra cosa que el resultado del mestizaje del cual somos origen. Excelente trabajo, eres un joven que prometes, y estoy segura que cosecharás éxitos.

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