Llego temprano a la casa de Walkiria García, sita en la calle del Sol, en el norte de la villa de Remedios. Desde mucho tiempo, nuestras familias son amigas. Conozco al dedillo cuanto ha acontecido en la vida de esta mujer, sobre todo desde que hace18 años viniera al mundo su hija Cinthia, quien padece de un daño cerebral que le impide casi todo tipo de movimiento. La felicidad, amén de momentos duros y de susto, no ha estado ausente de esta vivienda humilde y pequeña. Pienso, cuando saludo a Walkiria, en las muchas ocasiones en que la vi de joven, con una sonrisa que ni el tiempo, ni los problemas ni las escaseces cotidianas han borrado. Por ello me asalta la interrogante, ¿cuál ha sido el misterio para que se mantenga el amor por la existencia y la búsqueda de una plenitud constante en esta familia?
Compuesto por su padre, su madre y sus dos niñas, este conjunto de personas que acompañan a Walkiria han sabido valorar cada día, pues la propia situación los llevó a ello. No obstante, la solidaridad, el amor, han ido más allá del entorno más inmediato. Muchos profesionales, especialistas, asistentes y trabajadores sociales se consideran familia de esta madre y de su niña. En Remedios hay un grupo llamado Amanecer Feliz, que implica a toda la comunidad y genera un concepto de familia que va más allá de lo consanguíneo. Durante la entrevista, pasan por la puerta de la casa varias personas, preguntan cómo está Cinthia, se ofrecen para “hacer los mandados”. Todo por pura perspectiva del humanismo, sin que medie ningún interés material ni vanagloria. Walkiria me cuenta que los trabajadores del sistema de urgencias médicas han dado de sus propios recursos personales, como si fuesen familiares de la criatura. Nada le ha faltado a esta niña, cuya situación especial ha hecho que los seres humanos a su alrededor redefinan el concepto de parentesco y vean más en la esencia que en el apellido o el lazo de sangre. Los afectos han primado, porque de eso se trata, lo cual me lleva a la reflexión de que nada hay más importante.
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La entrevista también versa sobre el código de familias cubano, del cual se benefician los niños como Cinthia. A la madre se le paga un salario solo por cuidar a su criatura, además se le subvenciona la electricidad y existe un programa de donaciones desde la empresa agropecuaria que trae surtidos para la dieta. La casa dispone de un panel solar y de respiradores para asistir a la paciente. También se trabaja en la construcción de una vivienda más cercana al hospital general de la ciudad, de manera que pueda actuarse con rapidez ante una emergencia. El Estado es un ente más de la familia, ya que la beneficia legalmente y se haya representado por las autoridades locales, las cuales están al pendiente de todo y han actuado en consecuencia con las emergencias médicas. Coincido con Walkiria que el nuevo código es válido en tanto sustenta los conceptos por los cuales existen estas ayudas. Unas ideas que son propias de nuestra realidad y que, amén de dificultades, el país ha sabido mantener como conquistas. La familia es el núcleo de la sociedad, es lo que sostiene el armazón, y son necesarias las legislaciones que fortalezcan dicha función aglutinadora. Pero más allá de eso, toda la solidaridad, todo el lazo de amor y de humanismo de la inmensa familia comunitaria remediana siempre han estado ahí y ahora se verán refrendados en una ley. Porque no se trata solo de actualizaciones o de colocar a Cuba a tono con el mundo, sino de que el archipiélago tiene cosas que proteger y entre esas están los episodios de la vida de Cinthia.
A veces, como decía un amigo, nos callamos estos procesos, por respeto a la familia sanguínea y porque el bien se hace porque sí, pues da un gusto interno que no se compara con nada. Pero por silenciosa, la luz no es menos perenne, firme, real. La obra de todo un pueblo, el humanismo de tanta gente, siguen intactos, expresando cuánto de único poseemos, cuánto hay que refrendar y establecer como un canon, para que un dia no se pierda o se lo lleve el viento. Las familias diversas son también aquellas que están en situación vulnerable, las que tienen un niño con una enfermedad crónica, las que son asistidas y amadas en medio del dolor y del peligro. Es importante entender esto, aunque muchas veces no se diga, no se publique por decoro o porque es nuestro deber como hombres y mujeres ser buenas personas.
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Cinthia no puede hablar, pero lo hace con los ojos, me cuenta Walkiria. La alegría que impregna las paredes de la casa y el optimismo salen de la voluntad inmensa de esa niña que ha crecido con el cariño de todos. De ella se puede decir que es una gigante cuya alma supo cargar la grandeza de una vida especial, una existencia que cambió a todos.
“Ella me eligió a mí y me hizo una mejor persona”, dice la madre. Pareciera que el misticismo con que expresa una verdad así estuviera llegándonos desde un rincón de su mirada, la misma que no perdió ni la esperanza ni la lozanía. En medio de los apagones, muchas veces no retiraron el fluido eléctrico para este circuito porque Cinthia tenía roto el panel o no funcionaba correctamente. Toda una provincia estuvo al pendiente de tales sucesos y se prestó la debida ayuda, la asistencia que llevaba. A veces hay que llegar a situaciones límites que son como el fuego, que purifica a la vez que quema y salimos siendo otros seres humanos. La abuelita de Cinthia ha transcurrido su tercera edad entre el esfuerzo cotidiano y el aliento y va y viene por la casa, añadiendo elementos a la entrevista, dándome datos y nombres de las tantas personas que también hicieron lo suyo por la vida de la niña. No quieren olvidar a nadie.
El momento es reflexivo, profundo, evoca las más hondas emociones. ¿Diremos que no a una ley que consagra tanta solidaridad y que defiende estos afectos? Con esta interrogante me muevo a lo largo del tiempo de la entrevista, que he pactado con la familia y que saldría al día siguiente en la emisora provincial CMHW, de la cual soy corresponsal en mi ciudad. Como material periodístico hay cosas que no podré publicar, pero existen otras tantas de necesario manejo público. El periodismo es contar aquello que edifica, que sostiene los valores más imprescindibles y las obras vitales y necesarias. No se trata de un acto de egocentrismo, sino de justicia.
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Pienso en el nombre de la calle donde vive la familia: El Sol. Sí, la luz quemante de un episodio de humanismo que nos evidencia cuánto hay de grande entre nosotros. Los rayos que queman a quienes no agradecen, pero que limpian de toda mácula y dejan a aquellos que vienen a dar y entregarse. El astro que sale cada día para todos y que es símbolo de igualdad y de vida, que marca el transcurso y que nos regala otra oportunidad, otra esperanza, para hacer las cosas bien y mejorar la existencia de los sobre la Tierra.
Sin dudas el sol seguirá saliendo en esta casita de los afectos donde cada hora, cada amanecer, cuentan y se inscriben en el alma de una familia que abarca más que el hogar y la sangre. Ni siquiera las distancias, las dificultades podrán borrar la mirada sonriente de la madre ni los ojos de esa niña que nos hablan desde un silencio feliz. La entrevista sigue y se torna conversación, confianza y cariño. El periodismo es también parte de la familia. El sol quemante y puro también me ha tocado.
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