Seguramente mientras lee estas líneas, hay una mujer que acaba de llegar a casa, se lava las manos y, sin despojarse de su atuendo de trabajo, marcha a la cocina mientras somete a escrutinio cada detalle del orden hogareño. Está cansada y quizás hasta le duela un poco la cabeza, pero su mente está centrada en su religioso quehacer postlaboral: montar el arroz, descongelar el plato fuerte y lavar alguna que otra prenda de ropa para evitar un gran cúmulo el fin de semana y así anotarse algún tiempo extra de descanso.
Lo descrito anteriormente puede ser la rutina de cualquier mujer cubana y, ¿por qué no?, de Latinoamérica y el mundo. Lo cierto es que no importa cuando se publique este artículo, siempre habrá una mujer que se prepara para trabajar luego de trabajar, sin rechistar, porque lo entiende como su deber. Eso aprendió de pequeña, que tiene un instinto nato para los cuidados y por eso, además, carga la casa al hombro.
El trabajo doméstico es visto como una serie de tediosas obligaciones carentes de atractivo. Se refiere a todas las actividades realizadas en el hogar: desde preparar la comida, limpiar, lavar la ropa, realizar las compras y administrar las cuentas, hasta cuidar a los hijos e hijas y personas mayores o con alguna discapacidad. Es un territorio al que se hace imprescindible mirar si se pretende comprender la desigualdad entre hombres y mujeres.
En la mayoría de los casos, el trabajo doméstico se realiza sin goce de sueldo, pero sí tiene un valor. Realizar tareas en el hogar permite el desarrollo de las personas que viven en él: de ellas depende la crianza, salud y educación, lo que se traduce en crecimiento emocional, físico y social.
Comúnmente, a lo largo de la historia, la realización de estos menesteres ha sido asignada a la mujer, quien fue confinada a ser ama de casa, y aunque a golpe de lucha conquistó el espacio laboral y profesional, continúa con la sobrecarga del hogar. Estas funciones no son inherentes al género; pero factores como la cultura, sociedad, familia, educación, atribuyen a la mujer rasgos relacionados con el rol de cuidadoras y hacen creer que sí.
De los actores mencionados parte la principal sedimentación de muchas de las causas que acrecientan las brechas de género, teniendo su origen en sesgos y estereotipos que la sociedad aún conserva y que llevan a pensar en trabajos o profesiones específicas para hombres y para mujeres, o que los cuidados del hogar y de los hijos son responsabilidad únicamente de las mujeres y que precisamente por esta razón no están capacitadas para ocupar puestos de liderazgo.
De esta forma se generan desigualdades en el acceso a la educación y, posteriormente, al mercado laboral. A pesar del amplio desarrollo en las políticas públicas que impulsan la igualdad de género, y de todo el trabajo que se lleva a cabo en terrenos de sensibilización, persiste el desequilibrio en el acceso a los recursos, afectando en ocasiones la independencia económica de las mujeres.
Aquí reside la importancia de tener en cuenta que la distribución del tiempo en las labores del hogar influye directamente en el acceso a actividades remuneradas y las oportunidades en el ámbito profesional y crecimiento personal de quien las ejecuta. Porque si bien el número de mujeres inmersas en el ámbito laboral crece por día, aún no es proporcional a la cantidad de hombres que retribuyen las tareas de cuidado, por tanto, seguimos teniendo “doble jornada”.
Puede llamar la atención que aún y con todo el camino recorrido existan mecanismos que refuercen esta división sexual del trabajo, y es que la transmisión intergeneracional es poderosa. Al igual que hay mujeres que le inculcan a sus hijas -a muy temprana edad- el deber de cuidar, hay otras que consideran a los hombres poco capacitados o habilidosos para llevarlas a cabo -y directamente no le inculcan esta responsabilidad doméstica-. Estas distinciones se crean principalmente a nivel del hogar y atropellan el desarrollo.
Cuba es uno de los países latinoamericanos con mayor adelanto en protección social y políticas orientadas a lograr la equidad de género. Con una Constitución que ratifica el principio de igualdad, son muchos los espacios ganados por la mujer.
Comprometida con la Declaración y Plataforma de Acción de la Cuarta conferencia mundial sobre la Mujer (Beijing, 1995) y la Agenda 2030 para el Desarrollo sostenible, Cuba florece en materia de igualdad de género, pero en el actuar social se mantienen e invisibilizan conductas que atentan contra todo avance.
Las consecuencias de la brecha de género afectan a la sociedad por completo, forjar igualdad dentro de la esfera doméstica tiene efectos positivos para las generaciones presentes y futuras. Las expectativas de género continúan evolucionando, la participación masculina en las tareas de cuidados crece, lo cual nos lleva a pensar en la efectividad del impacto de las políticas para el adelanto, pero aún no es suficiente.
Fomentar una cultura de cuidados se precisa más allá de la búsqueda del bienestar individual, es pilar fundamental para la sostenibilidad de un país con envejecimiento poblacional, donde cada ciudadano contribuya a proporcionar asistencia adecuada a las personas que lo necesiten.
De esta forma, las mujeres tendrán mayor posibilidad de alcanzar sus objetivos sin la doble carga del trabajo de cuidados asignado por su género, en sus hombros solo lo imprescindible, porque todos poseemos la capacidad de cuidar. La clave está en fomentar la participación por igual a partir de estrategias cimentadas en la comunicación y la educación, reconocer el “peso invisible” tan solo es el primer paso hacia la progreso social.
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