La entrevista periodística suele ser un intento de “suicidio”. En caso de concretarse, correspondería al entrevistador, es decir, al periodista. Y aunque la analogía entre el suicidio y el acto cotidiano de entrevistar en el oficio del periodismo, puede pecar por truculenta o pretendidamente original, he de aclararles que no me mueven afanes tremendistas. Para mí, periodista que se vio en letra de imprenta por primera vez en 1968, la entrevista es el género más difícil, más exigente de este oficio que, según Hegel ha tenido el privilegio de recitar cada día, en un devocionario llamado periódico, la oración matutina del hombre moderno. Puedo decir que el periodismo descansa sobe preguntas y por ende sobre entrevistas. Es obvio. ¿Para cuál tarea no urgimos los periodistas de preguntar, de tocar puertas -a las que a veces no sale nadie? Es decir, nada entre nosotros los periodistas se resuelve sin preguntar o sin entrevistar. Como tampoco pueden los historiadores y los detectives, entre médicos y abogados, prescindir de las preguntas y las entrevistas.
Pero, como también es obvio, hay una diferencia que convierte al periodista en un candidato al suicidio, sea dicho nuevamente entre comillas. Porque cuando una entrevista, al ser publicada resulta fallida, la culpa no recaerá sobre el entrevistado. En todo caso, el personaje que ha merecido una entrevista y no ha sido interpretado, o no reveló datos o emitió opiniones capaces de interesar, si eso sucediera, el entrevistado se convertiría en víctima de una agresión, también entrecomillada. Por tanto, si un entrevistado, a quien creemos merecedor de ser traducido mediante preguntas y respuestas lo envolvemos en una imagen desvaída, sin vigor, sin interés, habrá sido porque los periodistas no supimos preguntar, no supimos hacer lo que Oriana Fallaci, la polémica entrevistadora, dijo en un libro que se convirtió en su testamento periodístico. En ese libro, titulado Oriana Fallaci entrevista a Oriana Falaci, la autora de Entrevistas con la historia aseguró que el secreto de de ese género de cara a cara “es llegar al corazón del personaje”.
Ya nos vamos dando cuenta, pues, que si hacer una entrevista es un río que no todos los periodistas pasamos, presentar un libro de entrevistas ofrece al presentador los mismos riesgos que al entrevistador. Alargarse o equivocarse en sus opiniones. Y por tanto, para no demorar más, he de decir que afortunadamente podré salir por mis pies de este recinto. Porque Félix López ha evadido el “suicidio” y sus entrevistados quedaron incólumes, así, de cuerpo entero, en toda su energía vital y en toda su clarividencia política. Félix López puede sentirse como su nombre: Feliz. Ha pasado nuevamente esa prueba cotidiana. La ha pasado doblemente. Porque no disminuyo otro peligro para el periodista: que el entrevistado se le imponga. Y en verdad, sea dicho con el mayor de los respetos por las jerarquías políticas, morales e intelectuales de los entrevistados, yo prefiero entrevistar a un pescador que a un presidente. Los rangos suelen asustar, y más cuando al rango lo acompaña la jerarquía, y subrayo la diferencia que Chuchú Martínez, en un libro premiado por Casa de las Américas, dijo que hacía su general Torrijos. El rango da órdenes, a veces sin convencer, y la jerarquía atrae, hala, convence, porque más que al mando la jerarquía pertenece al orden de lo moral y lo intelectual. Por lo tanto, los tres presidentes bolivarianos que según indica el título de este libro, hablan del Che, tienen la jerarquía como distintivo. La banda presidencial les asigna el rango, pero la vida y la obra y el pensamiento de cada uno de ellos —Chávez, Evo, Correa- les otorga la jerarquía moral y política como para que cualquier entrevistador se acercara con la prudencia que impone el respeto que uno siente ante lo que estima superior.
El periodista es también un ser humano, débil, vulnerable como cualquier hijo de vecino. Muchos lo respetan, porque cuanto escribe puede resultar una ofensa de segundo grado. Por lo que dice o por lo que no dice, o por lo que dice mal.
Pero también a veces el periodista suele temer a sus entrevistados. Si ustedes supieran, el único hombre de gobierno que yo entrevisté solo me permitió usar lo que me leyó y yo grabé, después de haber respondido, días antes, las preguntas en compañía de sus asesores. Respuestas retóricas. Un chasco. Aquella entrevista me pareció una ceremonia protocolar. Pero lo mejor vino después, cuando nos quedamos conversando, y la charla derivó hacia los temas de mis preguntas, y yo furtivamente hice una minuta de cuanto decía aquel primer ministro. Si no lo hubiera hecho entones la culpa de mi fracaso hubiera recaído en mi incapacidad, porque aquel personaje estaba respondiendo informalmente a mis demandas, y con ello pude sacar los gastos del viaje. ¿Me sometió a prueba a ver si yo, sin que él se expusiera políticamente, sabía aprovechar el regalo? Me parece que salí airoso, al menos de la entrevista. Pero no del palacio. Porque el presidente de la república, que nada tenía que ver con mis afanes periodísticos, porque fui a entrevistar al primer ministro, como ya dije, el presidente, pues, muy cordialmente fue a despedirnos a la puerta y me atrajo hacia así para darme un abrazo, y yo, y yo, compañeras y compañeros, le di un pisotón sobre aquellos zapatos que parecían soles bajados a la tierra. Antes de ese, el único pisotón traumático de mi vida había sido el que le di a la muchachita con quien baile, por primera vez, en mi audaz infancia.
Ya por ese camino, nos vamos percatando que el libro que hoy presentemos, eludió todos esos riesgos. Félix López entrevistó a Chávez, Evo y Correa para que hablaran del Che y sus entrevistados fueron tan hondos, tan precisos, tan personales en las respuestas a las preguntas del periodista, que merecen, en términos profesionales, el libro que hoy presentamos.
He repetido la palabra pregunta y me sirve para reiterar que una entrevista se salva, principalmente, por sus preguntas. Y aunque Félix López llevaba el propósito muy definido de acarrear información y testimonios relevantes para el documental que filmaba con su equipo, supo provocar, provocar en el sentido positivo de llamar hacia adelante, y facilitar que los tres jefes de Estado hablaran prolijamente de su infancia y de sus relaciones sentimentales e ideológicas con el Che. Estas entrevistas, en este libro titulado Chávez, Evo, Correa: Tres bolivarianos que habla del Che, estas entrevistas caben, digo, muy justamente en un volumen. No debían perderse, y no se perderán. Una buena entrevista, al menos una entrevista biográfica, como parecen ser estas de Félix López, han de ser, y son, una confesión. Y desde luego, a pesar de todo cuanto he dicho, de acuerdo con mi experiencia, estas entrevistas valen por sus entrevistados. Y Félix López no se sentirá disminuido. Sabe, como periodista inquieto, sabe que no todos los días uno es salvado de la posibilidad del “suicido” profesional por tres personajes de tanta exclusividad, de tanta sabiduría. Tres personajes que establecen el nuevo paradigma de los jefes de Estado en América Latina. Paradigma de virtudes entre las que sobresalen la honradez, la claridad y el compromiso con el pueblo y la historia de nuestras tierras.
(La Habana, 13 de diciembre de 2011)
Chávez, Evo, Correa: tres bolivarianos hablan del Che
Félix López entrevistó a Chávez, Evo y Correa para que hablaran del Che y sus entrevistados fueron tan hondos, tan precisos, tan personales que merecen, en términos profesionales, el libro que hoy presentamos
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