Cuando este domingo a las 7:00 de la mañana abran los colegios electorales de toda Cuba se dará inicio a las votaciones para elegir al más altruista y desinteresado de los cargos públicos de nuestro sistema electoral: al delegado del Poder Popular.
Ese hombre y mujer que nada lo distingue de cualquiera de nosotros, pues es el propio pueblo personificado en alguien con disposición a convertirse en servidor público y estar sometido cada día al examen riguroso, y en ocasiones injusto, de esa ciudadanía que primero lo nominó, para, luego, por votación, salir electo en su lugar de residencia, en su circunscripción.
Fue José Martí quien tomó para sí el calificativo de Delegado del Partido Revolucionario Cubano, y traspasando el tiempo, al quedar establecido nuestro modelo democrático electoral, se retomó ese término que, en sí mismo, constituye realmente un concepto, para dárselo al eslabón primario y decisivo de dicho sistema: al ciudadano de base a quien el pueblo elige para que lo represente.
El delegado –ese que no tiene horario- realiza su actividad de forma voluntaria y, solamente, se debe a sus electores, las leyes y la Constitución de la República. No cobra salario alguno por ello, tiene que robarle horas al descanso para atender los problemas y quejas de sus electores, y sin llegar a convertirse en un simple tramitador de asuntos, es el eslabón que vincula al ciudadano de base con el Gobierno Municipal, con las empresas y entidades administrativas, con el Gobierno de la provincia, y si sale electo diputado, con la Asamblea Nacional del Poder Popular.
Nada puede resultar ajeno al delegado en su circunscripción. Debe ser honesto, valiente para enfrentar y solucionar problemas, y tener claro que su función fundamental está relacionada con el acto de representación ciudadana; la atención y gestión de los planteamientos, dudas, quejas e insatisfacciones del pueblo; ocuparse, con sensibilidad, de complejas situaciones sociales, al tiempo que debe garantizar el respeto a la pluralidad de opiniones y las iniciativas para el desarrollo de su comunidad.
La Ley 127, Ley Electoral, le concede importantes atribuciones. Esas que un buen delegado cumple de manera sencilla, y naturalmente, como nos pedía Martí que debía cumplirse el deber. No se puede hablar de un buen delegado si no se convierte en el líder natural que la comunidad necesita; además, debe verse como un dirigente político, pues trabaja con las masas, moviliza su voluntad en la solución de las problemáticas y defiende los intereses de la mayoría.
Eso no significa que deba ser alguien estratosférico, basta con que sea natural, sensible y comprometido con el pueblo para alcanzar la distinción de buen delegado. Ejemplos de esos hombres y mujeres sencillos sobran en nuestro país. Incluso, algunos, son fundadores del Poder Popular, y todavía, a pesar de los años, se mantienen en ese cargo que exige tanto desprendimiento.
Los retos del delegado del Poder Popular son múltiples y ninguno fácil, menos ahora que el período se extiende a cinco años y su entrega hace tanta falta en nuestros barrios, en nuestras comunidades, para compulsar el trabajo, aunar esfuerzos, movilizar y sensibilizar voluntades, atender al discapacitado, a la madre de tres o más hijos, al joven desvinculado del trabajo; en fin, encauzar y llevar adelante el trabajo comunitario integrado, del que tanto hablamos, y no siempre vemos materializado.
Hoy, cada uno de nosotros asume una alta responsabilidad cívica a la hora de elegir a nuestro delegado del Poder Popular, a ese hombre o mujer que nominamos nosotros mismos y los convertimos en candidatos a tan importante cargo público.
No puede faltar a la hora de marcar con una equis (X) al candidato de nuestra preferencia, la lectura previa y mesurada de su biografía, esa que ha estado expuesta en los lugares públicos y que aparece en la entrada de cada colegio electoral, para así hacerlo con compromiso, a sabiendas que estamos votando por el más capaz y quien mejor nos pueda representar en la Asamblea Municipal del Poder Popular.
Incluso, ser precavidos, pues solo podemos hacerlo por uno, ya que de equivocarnos anularíamos la boleta y dejaríamos de ser partícipes activos de la elección del delegado de nuestra preferencia.
Como también, para disipar dudas, estamos en el derecho de participar como observadores en el conteo de los votos, pues el escrutinio es público y así, sabremos, en nuestro colegio electoral, quien obtuvo la mayoría y/o en caso de que ninguno obtuviese el 50 % o más, saber de primera mano que tendremos que ir a la segunda vuelta electoral, prevista para el 4 de diciembre.
Fidel, arquitecto de nuestro sistema electoral, depositó siempre confianza absoluta en los delegados de base y veló porque sus criterios, los nuestros, los del barrio, estuvieran representados en las estructuras más altas de nuestros sistema electoral, exigiendo que el 50 % de los diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular fueran delegados de base, un antídoto necesario para mantener el vínculo estrecho con el pueblo.
Sobre esos principios sustenta su labor el delegado. Confiar en su gestión, apoyarlo, darle aliento y ayuda es nuestro deber, pues así, entre todos, podremos tener un mejor gobierno, y con ello, una sociedad más democrática, inclusiva y solidaria.
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