Como el gran conspirador que siempre fue, se enroló en su última expedición el mismo día en que partió de Tampa hacia Cuba, en 1956, para llegar, entrar y triunfar. Fidel llegó a los 90, como le prometió a Maduro y a Evo, después de escalar las más altas cumbres del ideario práctico latinoamericano. Entró en los corazones de millones y en el pensamiento de otros tantos, como se probó a lo largo del caimán, en kilómetros de carreteras atestadas de mosquitos o bajo el sol, por los miles de cubanos que esperaron por la Caravana hacia Santiago, para expresarle su cariño y admiración, para repetir lo que los jóvenes que lo adoran: “¡Yo soy Fidel!”.
Triunfó hasta el último suspiro. Partió invicto hacia la eternidad, cuando lo quiso y no cuando intentaron sus enemigos, decenas de veces y de disímiles modos. Dirán que fue por suerte, o por reguardo divino, pero quien más lo protegió fue su “chaleco moral”. No era guapetón, sino valiente y decidido. Actuó siempre convencido de la fuerza de la verdad y de las ideas. Fue consecuente que es mucho más complejo que ser justos.
Sus adversarios no pudieron obviarlo. Su ejemplo los mortificaba. Su estatura de líder de una gran potencia, los desconcertaba. Levantó tantas ronchas que aún no paran de intentar matarlo. Aun no aprenden que tales soles no se apagan, que “las ideas no se matan”, como aprendió Sarria de Martí.
Desafió a los yanquis, por más de cinco décadas. Protagonizó muchas veces, como me ilustró en una ocasión Armando Hart, esas escenas de películas en las que dos autos se mueven aceleradamente uno a hacia otro en la misma línea, y ya a punto de colisionar uno de los choferes se sale… Fidel, que no era un suicida, nunca se salió de su línea; consiguió, hasta el último combate, que antes lo hiciera el poderoso chofer del Imperio.
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No fue un héroe de postalita, no. Su mito no es “Iconocracia”, ni lo sostiene un totalitarismo de gestos capturados, como ha dicho alguien por allá. Se hizo aquí, el Fidel de la gente, gesta a gesta, sembrando amor. Poniéndole el pecho a todo tipo de adversidades y articulando en su brillo históricas intensidades. No fue su pose, sino su postura frente al más poderoso enemigo, en las circunstancias más difíciles. No lo inventó un periodista extranjero, como no vino de afuera eso de llamarlo “El caballo”. Fue un líder que brilló con luz propia, resplandeciendo en actos justicieros, energizado por el pueblo.
Heredó y expandió en las nuevas condiciones históricas esa cultura de hacer política de la que tanto hablara Hart. Una práctica de unir, equiparable tan solo con la de José Martí en la preparación de la “Guerra Necesaria”. Para Fidel - y hoy parece que algunos lo olvidan-, los que no están contra nosotros están con nosotros; la “Revolución solo debe renunciar a aquellos que sean incorregiblemente reaccionarios, que sean incorregiblemente contrarrevolucionarios” y el “deber de un revolucionario es conquistar, el deber de un revolucionario es ganar; el deber de un revolucionario es persuadir”.
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Una cultura que aun se hace imprescindible actualizar, para seguir cumpliendo con ese deber revolucionario de unir para “cambiar lo que deba ser cambiado”, para una Cuba mejor.
Fidel, como el Apóstol hizo política apegado a una ética. Y así urge, darle continuidad a su obra, convencidos de que la salud de la Revolución radica en su integridad, en que el todo prevalezca sobre las partes y que todos se sientan importantes, capaces y dignos. Solo sembrando ideas y principios se puede lograr que un pueblo llegue a la “misma disposición de sacrificio que cualquiera de aquellos que con lealtad y sinceridad traten de dirigirlos”. Solo mediante el ejemplo de una vanguardia política y cultural que desbroce el camino, que conduzca la marcha hacia el “bien de todos”.
Una avanzada que asuma esa enseñanza permanente que, más de una vez, nos ha recordado su hermano de mil batallas el General de Ejército Raúl Castro Ruz: “…el hombre es capaz de sobreponerse a las más duras condiciones si no desfallece su voluntad de vencer, hace una evaluación correcta de cada situación y no renuncia a sus justos y nobles principios”
En uno de sus primeros discursos después del Triunfo de Enero, y refiriéndose a los dirigentes el Líder Histórico expresó: “El pueblo no debe decirnos `pedimos´; el pueblo lo que debe decirnos es: `Vamos a hacer´, `proponemos´, `hagamos´, porque nosotros somos una misma cosa con el pueblo. Es que muchas personas no se han dado cuenta del cambio, están viviendo con retraso y tienen en la mente las ideas de las épocas que han pasado”.
Esto es poder popular. Solo así se garantiza que el pueblo se sienta partícipe de las decisiones, dueño real de los fundamentales recursos y propiedades del país. Y quien se siente co-dueño no roba lo que es de “nosotros”.
El Comandante devino en el más consecuente de los martianos, por armonizar el legado del Héroe Nacional con el de Marx. Revolucionó este país, consciente de que el “marxismo no es un conjunto de `formulitas´ para tratar de aplicar a la fuerza la explicación de cada problema concreto, sino una visión dialéctica de los problemas, una aplicación viva de esos principios, una guía, un método”. Construir el Socialismo es mucho más complejo que aplicar fórmulas, o implementar mecanismos. No basta conseguir el apoyo de las masas a las leyes revolucionarias, sino su movilización consciente, mediante la socialización de nuevos valores y una nueva axiología. Como estadista tuvo bien claro que “la Revolución no es sólo hacer leyes; es crear una cultura política nueva”.
En correspondencia, para ser fi(d)eles hoy, para que el espartano de Birán siga revolucionando, urge poner en movimiento, en cada sitio y cotidianamente, ese legado martiano, marxista y fidelista.
Partir, como hizo él, de que el ser humano es “un ser lleno de instintos, de egoísmos, nace egoísta, la naturaleza le impone eso; la naturaleza le impone los instintos, la educación impone las virtudes; la naturaleza le impone cosas a través de los instintos, el instinto de supervivencia es uno de ellos, que lo pueden conducir a la infamia, mientras por otro lado la conciencia lo puede conducir a los más grandes actos de heroísmo.”
Entender que una Revolución perdura si hacen hegemónicas nuevas prácticas que transformen las nociones de lo político y las significaciones de las relaciones socioeconómicas, que el gran reto sigue siendo educar, sembrar conocimientos y cultura; “sin la cual no hay, ni puede haber ni habrá, verdadera independencia, libertad y democracia en ningún lugar de la Tierra”.
Lo que comprende subvertir “el sálvese quien pueda” y la “cultura de viveza”, aquello de que “el vivo vive del bobo”. Un viejo mal, que como advirtiera escritor y dramaturgo cubano Virgilio Piñera, en enero de 1959, había penetrado tanto en nuestra psicología tropical que sería una gran tarea para el nuevo gobierno subsanarlo.
Todavía sigue siendo una deuda la implementación de formas de participación democráticas que incrementen la capacidad normativa del pueblo, que se constituya esta capacidad de consensuar el deber ser en un horizonte de legitimidad y otra manifestación de su poder. Que el pueblo se vaya dando las normas que refrenden sus motivaciones, valores e intereses, para que “luchar” y “hacer el pan” sea ilegítimo, además de ilegal. Que sean los electores de una circunscripción los que digan: `Vamos a hacer´, `hagamos´ nuestra norma para el beneficio del barrio.
Para contar con su respaldo cuando en las zonas del tejido social donde la educación y la cultura no “vacunan” y donde no funciona el control popular, se tenga que cortar por lo sano las metástasis corruptoras del individualismo, entre otras manifestaciones que nos desvían hacia el basurero capitalista, que intoxican y torpedean la socialización de la solidaridad y el pensar como país.
Como planteó Fidel en su trascendente discurso del 17 de noviembre de 2005, en el Aula Magna del Universidad de La Habana : “Debemos estar decididos, o derrotamos todas esas desviaciones y hacemos más fuerte la Revolución destruyendo las ilusiones que puedan quedar al imperio, o podríamos decir: o vencemos radicalmente esos problemas o moriremos. Habría que reiterar en ese campo la consigna de: ¡Patria o Muerte!”.
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Con esa decisión y sabiduría fidelista debemos acompañar al Primer Secretario del Comité Central del PCC y Presidente de la República Miguel Díaz-Canel, en su llamado a enfrentar a “ilegales, pillos, lumpen, vagos y corruptos; en favor de nuestro pueblo y en función de la tranquilidad y el desarrollo honesto de nuestra sociedad”. Para que sea también esta, otra victoria del pueblo y de su Comandante Eterno.
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