El Presidente brasileño Jair Bolsonaro es un ser impredecible, hasta cierto punto, pues a estas alturas, a un mes de entregar el gobierno al izquierdista Luiz Inacio Lula da Silva, trató de anular una parte de los resultados electorales, en un paso que recuerda al que llama su amigo, Donald Trump.
Bolsonaro y su Partido Liberal fueron derrotados por poco más de un punto por Lula da Silva, al que muchos llaman el Ave Fénix pues renació con gran vitalidad política, ganó el Palacio de Planalto por tercera vez el pasado octubre, luego de ser acosado, humillado, acusado y encarcelado de manera falsa. La verdad se impuso y le fueron devueltos sus derechos políticos. Ahora es imparable.
El saliente jefe de gobierno, un fanático evangelista que usa la religión como arma de combate político y es seguido por más de 30 000 000 de personas que profesan esa fe en Brasil, siempre advirtió que no aceptaría una victoria de su enemigo político. Lo dijo, y lo viene cumpliendo a su manera, al igual que hizo el magnate Trump cuando se negó a aceptar el triunfo del demócrata Joseph Biden y violó reglas a diestra y siniestra para evitar su presidencia.
Pero los brasileños no son estadounidenses y, por supuesto, el llamado Trump tropical tiene que adaptar sus métodos a la idiosincrasia de una población en su gran mayoría inculta en lo político, enemiga del socialismo y el comunismo –aunque Lula jamás puso en práctica procesos marcados por esas tendencias en sus dos mandatos anteriores (2003-2010) y que se deja confundir y engañar por quienes están contra una supuesta ruptura familiar, la iglesia, la propiedad privada –la misma que la explota-, y la comunidad LGTBI+.
El también conocido como Bolso, jefe de un movimiento político poderoso que polarizó a Brasil- se mantuvo callado 72 horas luego de perder los comicios del pasado 30 de octubre y solo después dio permiso para la transición gubernamental, a cargo del vicepresidente electo Geraldo Alckmin.
A pesar de su silencio, quienes conocen a Bolsonaro por sus bravuconerías (algo que encanta a las clases mas vulnerables), presentían que algo barruntaba este exdiputado federal que desde los años 90 del siglo pasado vive sin dar un golpe en los pasillos del Congreso Nacional, aguardando la oportunidad de atacar, como las serpientes.
PRIMER MOVIMIENTO DE PATAS ARRIBA
Hace unos días, el Partido Liberal solicitó al Tribunal Superior Electoral (TSE), en nombre del presidente, que anulara los votos de más de 280 000 urnas electrónicas con el argumento de fallos de funcionamiento, lo que de ser aceptado daría al traste con los números del escrutinio electoral.
Antes, el indecente silencio de Bolsonaro dio lugar a movilizaciones de sus seguidores que lo entendieron como una orden de ataque contra el proceso electoral, muy parecido a la toma del Capitolio Nacional de Washington el 21 de enero de 2021 poco antes de que Biden asumiera la primera magistratura, y por lo que ahora Trump debe responder ante la justicia, aunque advirtió sobre una nueva –y posiblemente fracasada- postulación en el 2024.
Si los seguidores del exlíder republicano atacaron y rompieron ventanas y piezas importantes en el Capitolio, los bolsonoristas, igual de agresivos, realizaron más de 200 bloqueos de carreteras. Esa acción para demostrar el descontento por los resultados del sufragio, hizo que fuera limitada la circulación de personas y mercancías por tierra, afectaron vuelos que conectan a Brasil con el resto del mundo, y los sindicatos de empresarios advirtieron que estaban a un paso del desabastecimiento. Los hospitales tuvieron que cerrar.
En su primer discurso tras las elecciones, el Bolso apoyó los disturbios, catalogando a sus seguidores de tendencia derechista como parte de movimientos populares, como hizo Trump en su momento. Luego dio marcha atrás, porque este cocodrilo de agua dulce (una expresión usada en el país para calificar políticos que se mueven en cualquier circunstancia) sabe que su fanfarronería podía costarle caro. No fue reelecto -y aunque cuenta al menos durante su gobierno, con las Fuerzas Armadas- ya pasó el tiempo de las dictaduras militares en América Latina, una arena movediza que evadió sin mucha elegancia.
Pero el fracasado mandatario no cesa en sus provocaciones. El pasado 15 de noviembre, fiesta nacional de proclamación de la República, miles de sus simpatizantes se situaron ante las puertas de los cuarteles de las Fuerzas Armadas para pedir una intervención federal que impidiera la asunción de Lula da Silva. O sea, un golpe de Estado para que Bolsonaro continúe en La Alvorada.
Todos esperaban un nuevo movimiento contra el resultado electoral. Y vino tres semanas después de su derrota, cuando su partido presentó un documento ante el TSE, el cual mencionaba como un error de software la victoria de Lula da Silva y exigía a la autoridad electoral la anulación de los votos emitidos en la mayoría de las máquinas de votación electrónica utilizadas en Brasil con absoluta transparencia los últimos 26 años.
El abogado que presentó la solicitud de 33 páginas dijo que si se admitía la acción, Bolsonaro ganaría con un 51 % de los votos.
Lo que quizás no esperaba el PL es que además de su actuación fuera catalogada ¨de mala fe¨ y rechazada por el TSE, deberá pagar una multa de 4 200 000 de dólares por pedir la anulación de votos sin presentar indicio o evidencia de fraude que justifique la reevaluación de parte de los votos.
El presidente del TSE, Alexander de Moraes, declaró que "La total mala fe del demandante en su extravagante e ilícito pedido, ostensiblemente ofensivo al Estado Democrático de Derecho y realizado de manera intrascendente con el propósito de alentar movimientos delictivos y antidemocráticos quedó comprobada, tanto por la negativa a agregar la petición inicial, como por la ausencia total de indicios de irregularidades y la existencia de una narración de los hechos totalmente fraudulenta".
Hubo más. Moraes pidió investigar la responsabilidad de Valdemar da Costa Neto, presidente del PL, y Carlos César Moretzsohn Rocha, presidente del Instituto Voto Legal. El PL anunció que ya activó a sus asesores jurídicos para analizar la decisión del TSE.
¨AMERICANIZACIÓN¨ DEL BOLSONARISMO
Aunque Bolsonaro copie, o intente seguir los patrones de su amigo Donald, y su comportamiento tenga similitudes con las del estadounidense, Brasil y sus instituciones son muy diferentes a las norteñas. Los militares estadounidenses se negaron a tomar parte del espectáculo mediático del magnate.
El gigante suramericano, guiándonos por el tiempo histórico, acaba de dejar atrás una dictadura militar (1963-1985), de la que el exdiputado, según dice, siente saudade (nostalgia).
Un ejemplo de la complicidad entre el gobierno actual con algunos mandos –varios ministros de Bolsonaro son oficiales retirados de alta graduación- es que el general Eduardo Villas Bôas, ex comandante del Ejército, usó la red tuiter para elogiar a los manifestantes contra Lula y hacerse eco de las dudas oficialistas sobre el último proceso comicial.
En opinión del profesor Guilherme Casarões, de la Fundación Getúlio Vargas y coordinador del Observatorio de la Extrema Derecha, "hay una ¨americanización¨ de la extrema derecha brasileña, que importó no solo vocabulario, sino también su agenda. Términos como globalismo o ideología de género, apreció, no existían en el debate político del país hasta 2017".
El gobierno de Lula, como sucede con Biden, encontrará bloqueos legislativos, que le boicotearán sus programas, aunque analistas coinciden en que desde el Congreso Nacional, el llamado Centrao (Central) que agrupa a los partidos de posición centrista, ya le hacen guiños al presidente electo.
No obstante, el Partido Liberal logró 99 diputados (de 513) , lo que le convierte en líder de la oposición en ese órgano. Varios de sus exministros, incluso Sergio Moro, el juez federal que encarceló a Lula, ahora son senadores.
A pesar de esta circunstancia, hay que considerar que Lula da Silva es un excelente articulador político, y aunque Bolsonaro, como Trump, sueñan con regresar al poder, en el Congreso está en marcha una operación para cooptar a los actuales partidarios del ultraderechista y formar una mayoría contestaría a los conservadores.
La idea puede ser factible, ya que hay una fracción de políticos de distintos partidos que carecen de una ideología definida y no tienen peros en apoyar a quienes gobiernan, siempre que sus reductos electorales sean beneficiados con fondos públicos.
Pero aunque oficialmente pueda debilitarse –lo cual solo está en veremos- Bolsonaro no renunciará a sacarle provecho a sus seguidores, que representan 58 000 000 de votos. Y, como Trump, entre telones se maneja que en las próximas presidenciales dentro de cuatro años, o vuelve a postularse, o lanza al ruedo a Eduardo, uno de sus hijos, ya reconocido en el mundo de la política brasileña, aunque no siempre con buenos ojos, pues se ha visto comprometido en temas de corrupción, siempre tapaditos por el padre.
Cuando inicie su nuevo mandato, Lula está consciente de que Bolsonaro estará presente en el escenario político, pero su poderío será inversamente proporcional a la capacidad del obrero metalúrgico en cumplir sus promesas de campaña, lo que logró, y superó con creces, en su anterior paso por el Palacio del Planalto.
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