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lunes, 25 de noviembre de 2024

Angustia y lucidez en la casa tomada

Era tan poderoso el mal, que pareciera que el bien nunca lo iba a alcanzar…

Mauricio Escuela Orozco en Exclusivo 08/12/2022
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Argentina 1985, película
No es lo que el filme dice, sino lo que esconde, allí hay que buscar.

Pocas veces en la historia los criminales han estado allí para ser juzgados. No solo legalmente, sino desde el punto de vista de la moral. Los delitos masivos suelen ocurrir con la anuencia de poderes que encubren, protegen a los perpetradores y dejan que el tiempo y la impunidad transcurran. En Argentina se dio un caso diferente, cuando los comandantes y militares de la junta que había gobernado el país fueron a juicio. Años de matanza, de persecución, en los cuales estar en una lista era motivo suficiente para el secuestro y el linchamiento; pasaron a los tribunales. La factura fue inmensa, pero aún resta hacer el análisis mayor. Los crímenes del Cono Sur no fueron sucesos aislados, sino parte de un proyecto sistemático llamado Plan Cóndor, que orquestó la CIA en su campaña contra el comunismo en el hemisferio.

El filme Argentina 1985 de Santiago Mitre, protagonizado por Ricardo Darín, intenta fungir como la condena moral y mediática de la oprobiosa dictadura, sin embargo, a pesar de ser una pieza excelentemente narrada, redonda en su concepción, no cierra del todo las causas globales del desastre. La sombra del imperio promotor y asesino, si bien se esboza detrás de los culpables, no pasa de un fantasma apenas denunciado. Y es que nada en la historia debe verse desconectado, metafísico, sino imbuido en la dinámica de los hechos y los intereses.

El filme alcanza ribetes de thriller judicial, por la pesquisa de los datos para hallar culpables a los militares y por la presión que el equipo de investigadores recibe de parte de la gente que estuvo detrás de la junta. Todo el tiempo, pesa sobre nosotros la idea de que más allá de los militarotes, de los  uniformes, hubo un poder de cuello blanco mucho más asesino que se mantiene aún en estos momentos. Ese terrible Estado Profundo e inalcanzable es el verdadero villano, el monstruo que se agazapa detrás del juicio y que incluso quiere que ese suceso legal acontezca de forma catártica, para sustituir la justicia por un simulacro de la justicia. La sensación de impunidad, de angustia, subsume al público espectador y es el ingrediente que marca la tensión y por ende el principio de acción dramática. El filme es una pieza bien escrita que el propio Darín sabe actuar con maestría, no solo por la dureza de la situación, sino por las resonancias que esta historia tiene para todo el continente en estos momentos. Las dictaduras fueron el poder duro que durante un tiempo le resolvieron al imperio sus apetencias, pero ¿qué hay del poder inteligente de hoy día? Quien haga una lectura inteligente de Argentina 1985 pensará que esta lógica opresiva es tan perenne, poderosa e inhumana que difícilmente se haya detenido, sino que tomó otras maneras.

El monstruo como el dinosaurio todavía está allí y, más allá del imaginario de los pueblos latinoamericanos, existe la certeza de que ese es el signo de estas tierras en todos los tiempos desde la propia conquista. Recordar el famoso cuento de Julio Cortázar La casa tomada, en el cual una fuerza deshumanizante va avanzando por la vivienda y expulsando a sus habitantes, hasta que el sitio queda inhabitable. Esa sensación de miedo y zozobra se siente en el filme en cuestión, la de un país que no era seguro y que por ello parecía pasto para la desigualdad, la muerte y el crimen impune. Era tan poderoso el mal, que pareciera que el bien nunca lo iba a alcanzar. Aunque incompleta, la justicia era necesaria, aunque los planes de la CIA siguieron, los pueblos requieren cerrar los ciclos más horrendos para que renazca lo más luminoso: el ansia de vivir y de quedarse en la casa-nación, que no ha dejado de estar tomada. Por eso tanto el filme como el cuento de Cortázar son actuales. El poder de cuello blanco y el monstruo imperial que estuvieron detrás de la dictadura han mutado y siguen en las paredes y en los rincones del país, hacen otras maniobras y llevan adelante sus proyectos. ¿Cómo llamaríamos por ejemplo a la creciente deuda externa argentina, a la miseria en las calles llenas de niños sin comida y de ancianos, a la falta de atención social y la discriminación clasista? Los males cambiaron de rostro, pero son igual de asesinos, porque lo que Argentina 1985 esboza, pero que no concluye es la culpa sistémica, estructural, que se remonta a la división internacional del trabajo y el papel subordinado del sur global en ese sistema mundo.

Los planes para reducir la población, hambreándola o quitándole atenciones del Estado, imponiendo una receta neoliberal que ejerce una lógica de saqueo de recursos; son otra dictadura, si bien legalizada por los secuaces del poder y sus mecanismos seudo democráticos. El poder posmoderno de hoy día no solo hace cosas parecidas al pasado, sino que además dispone de maneras de encubrirse mucho más efectivas a través de los medios y demás matrices de las redes sociales. Quien busque, hallará cómo  en la Argentina de hoy hay lugares donde la gente toma la justicia por su mano y se dan linchamientos horrendos ya que la policía y la ley son inoperantes. El monstruo prosigue cobrándoselas y reduciendo el bienestar, la esperanza y los años de vida de las personas, frenando el crecimiento demográfico mediante políticas de desprotección a las madres y de esterilización a los jóvenes. Los ricos del norte global compran los recursos naturales, como el agua o las mejores tierras. Así ha venido pasando por ejemplo en la provincia de Córdoba, donde los Rothschild han adquirido gran cantidad de riquezas, al punto de que existe una facción sediciosa que aboga por la separación con respecto al poder central de Buenos Aires. Soros renegocia la deuda impagable de los argentinos y los lleva por las sendas del adoctrinamiento en la agenda woke posmoderna, que cancela y elimina libertades y que es un medio de sujetar el pensamiento crítico.

Todo eso que el filme no dice, sopesa en las salas, está en nuestro subconsciente y hace necesario el visionaje de la cinta, la reactualiza y la ilumina desde el presente. La pieza en tanto no es solo la historia de lo que pasó, sino de lo que está pasando y que puede ser incluso peor. Eso puede ser el verdadero logro de Argentina 1985, ¿habría que hablar solo sobre lo que pasó ese año, o acerca de lo que aun hoy sucede? El fin de la junta fue el de un ciclo corto y terrible, pero no el del ciclo mayor. Ese se extiende y es parte de un problema que persiste aun en medio del suceso cinematográfico. Si ayer el juicio fue permitido por el poder de cuello blanco como una forma de justicia performática, hoy el filme funciona como una catarsis mediática. Sin embargo ni lo uno ni lo otro va a solucionar la desigualdad, ni a colocar en el banquillo a los verdaderos culpables, que siguen detrás de los hilos de la Historia.

Mitre es un excelente profesional que como todo argentino está ansioso por retomar la casa que se halla ocupada por las entidades oscuras del sistema. Pero más que una cinta, el exorcismo lleva un cambio total. Como obra de arte, es más que necesaria esta secuencia de la historia criminal de una nación. El dolor nos llega desde lo vivido por las personas que perdieron familiares o que resultaron sobrevivientes del opresivo proceder de las fuerzas militares. Queda el miedo metafísico e irracional y la certeza de que la raza humana es la más peligrosa, capaz de actuar contra sí misma de una manera articulada y racional, de hacer que el genocidio tome tintes de industria, de fábrica de miserias. El filme posee la virtud de la elipsis, o sea de que sugiere un mundo mucho mayor que el corto periodo que aborda. Esa realidad elidida, ese iceberg, no son solo elementos narrativos, sino ideológicos y políticos. El alumbramiento no es total, sino en forma de penumbra, no es una linterna, sino una vela. En la medianoche de aquel juicio se pueden ver los destellos de un mal gigantesco que si bien denunciado, posee la impunidad magnificente del poder fáctico y real.

En el final del cuento de Cortázar, los dos personajes protagónicos deciden abandonar la casa tomada. Fatídica manera de abordar el desenlace de un drama desde la renuncia y la ausencia de soluciones. Argentina 1985, si bien no se convierte en una lección, ni en un discurso, sugiere que de la casa, de esa única casa, no se puede huir.

Quien tenga ojos y oídos que vea y oiga. Y por supuesto, que entienda.

Argentina 1985 es un ejercicio de racionalidad cuya tesis no se extingue con la cinta, sino que queda como una corriente de pensamiento inacabada. Se deja que el espectador llegue a las grandes verdades, al discurso macro, a partir de un carácter introspectivo, reconstructor de las causas subyacentes. Como flecha cartesiana, el filme da en el blanco y dibuja un recorrido. No se trata solo del golpe, sino de cómo llegar hasta ahí y proseguir. Con ese minimalismo de la historia, con esa acción dramática poderosa, el escritor logra que entremos en la epifanía de la Historia. Hay que ver allí las marcas del cine latinoamericano en sus vertientes más críticas e inteligentes, que saben captar el sentir de un sitio y transmutarlo en arte.

El efecto cartesiano llega en medio de la noche de la dictadura y trasciende ese momento, va hacia el espectador y lo transforma. No fue solo catarsis, sino que se viaja más allá de las sombras y hacia el interior de la caverna.

Un golpe de horrenda lucidez nos embarga con Argentina 1985, pero a diferencia de los personajes de Cortázar, debemos seguir conviviendo con esa desazón. El cine ha despertado los espíritus de la conjura más brillante y el arte ejerció su función divina, esa que lo sitúa en el misterio y la emancipación.

No es lo que el filme dice, sino lo que esconde, allí hay que buscar.


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Mauricio Escuela Orozco

Periodista de profesión, escritor por instinto, defensor de la cultura por vocación


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