La historia tiene muchos misterios y certezas. Algunos atribuyen a una especie de esoterismo que el año 1853 sirviera de puente entre dos grandes personalidades cubanas: Félix Varela y José Martí. En ocasiones se ha llegado a afirmar que uno esperó que naciera el otro para culminar su obra. Por un lado, se encontraba el afán de desligar a Cuba de la creciente dominación de la metrópoli y, por el otro, la lucha por mantener la unidad de los cubanos en medio de las desesperanzas y del triunfo frustrado.
Varela nació en una familia acomodada de La Habana de 1788. Su postura ideológica estaba lejos de aquellas que se eligen por comodidad, al contrario, iba en contra de cualquier doctrina defendida en su hogar. Su futuro le hacía escoger entre dos alternativas: la carrera religiosa o la militar. Finalmente, como ya sabemos, se inclinaría hacia la primera, sin embargo, su pensamiento preclaro no le pondría fácil la situación.
Su abuelo materno y su padre eran oficiales del Regimiento de Fijos de La Habana que protegía la frontera con Estados Unidos, para ellos hubiera sido un orgullo verlo al servicio de España, pero a Varela le correspondió otra época.
En el contexto internacional sucesos importantes marcarían los rumbos de la sociedad cubana y contribuirían en gran medida en la formación de la ideología de este joven defensor de la ética, la justicia y la verdad: la revolución industrial inglesa (A finales del siglo XVIII y principios del XIX), la independencia de las trece colonias norteamericanas (1775-1783), la Revolución Francesa (1789-1804), la revolución de Haití (1791-1804), la independencia de las colonias de España en el continente americano... Llegado este punto, Cuba y Puerto Rico se mantenían bajo la tutela de España, en una espera silenciosa.
Con la llegada de la Ilustración a Cuba, después de que los ingleses abandonaran La Habana en 1763, las ideas liberales alcanzarían un periodo de esplendor. El seminario de San Carlos y San Ambrosio tuvo un nuevo profesor de Filosofía, el padre José Agustín Caballero, y con él se impulsarían las reformas antiescolásticas en los estudios universitarios y nacería una generación de cubanos con gran sentido del progreso y de lo que sería la nacionalidad cubana. Varela fue uno de ellos.
Para entonces, el Obispo de Espada llegó a La Habana con sus ideas antiesclavistas y antifeudales, no postuló ideas separatistas, pero defendió un régimen constitucional para Cuba, con libertades públicas. Esta cantera de jóvenes que se formaron en el seminario serían los encargados de romper el silencio. Varela comenzó una lucha entre la ideología revolucionaria y las fuerzas ideológicas retrógradas apoyadas en los dogmas religiosos, y sin abandonar su fe, sino convirtiéndola en escudo ante las injusticias sociales, enrumbó a sus discípulos.
EL GERMEN DE UNA NACIONALIDAD
A inicios del siglo XIX, Cuba ya era otra. Se comenzaba a valorar la conveniencia de independizarse de la metrópoli. Quien expuso y sintetizó lo que estaba sucediendo en el país fue Varela, por eso hoy se dice que fue “el primero que nos enseñó a pensar como cubanos”.
Muchos todavía no tenían nombre para lo que estaba sucediendo y en algún momento se llegó a definir como separatismo. Aunque al mismo tiempo surgieron conceptos de nacionalismo estrecho y de exclusión elitista, se había desarrollado en la nación una manera diferente de vivir, comer, vestir, hablar... No se trataba ya de copiar las costumbres de la metrópoli, sino del florecimiento natural de una cultura propia.
Para Varela, el llamado a los pueblos para alcanzar su independencia era evidente: “El americano oye constantemente la imperiosa voz de la naturaleza que le dice: Yo te he puesto en un suelo que te hostiga con sus riquezas y te asalta con sus frutos; un inmenso océano te separa de esa Europa donde la tiranía ultrajándome, halla mis dones y aflige a los pueblos; no la temas: sus esfuerzos son impotentes; recupera la libertad de que tú misma te has despojado por una sumisión hija más de la timidez que de la necesidad; vive libre e independiente; y prepara asilo a los libres de todos los países; ellos son tus hermanos”.
Tres propuestas de ley ante las Cortes españolas hicieron que Varela fuera exiliado: 1) La abolición de la esclavitud, 2) La independencia cubana y 3) Un Gobierno para las provincias de ultramar.
Y en 1826, declararía: “Cuando yo ocupaba la Cátedra de Filosofía del Colegio de San Carlos de la Habana pensaba como americano; cuando mi patria se sirvió hacerme el honroso encargo de representarla en Cortes, pensé como americano; en los momentos difíciles en que acaso estaban en lucha mis intereses particulares con los de mi patria, pensé como americano; cuando el desenlace político de los negocios de España me obligó a buscar un asilo en un país extranjero [Estados Unidos] por no ser víctima en una patria, cuyos mandatos había procurado cumplir hasta el último momento, pensé como americano, y yo espero descender al sepulcro pensando como americano”.
Notables personalidades se formaron con Varela, entre ellas José de la Luz y Caballero, José Antonio Saco, Domingo del Monte, Felipe Poey y José María Heredia. Nombres que recordamos hasta nuestros días.
DOS HOMBRES, UN ESPÍRITU AUTÉNTICO…
“Patriota entero”, dijo José Martí de Félix Varela. Y aunque ambos no se conocieron, el Apóstol de Cuba se educó en su legado filosófico que se concentra en el “deber ser de la cubanidad —del proceso de formación y desarrollo de la calidad de los cubanos—, de una sociedad que no existía”, pero a la que tenían la responsabilidad de conquistar. Seguía Martí el principio de Varela, en el que demuestra su sabiduría política: “Hacer en cada momento lo que en cada momento es posible hacer”. Ambos rechazaron la pedantería intelectual, el narcisismo en el que se escudaban la vanidad y el individualismo; para ellos lo útil era el bien común real, que preferían sobre el privado.
Como Varela, Martí fue al exilio. Y este fue un modo de sentirse cerca de la Patria. Escuchó atentamente los relatos que acompañaron la gesta de independencia iniciada en 1868, de lo acontecido en la Asamblea de Guáimaro, del valor de los cubanos que dieron sus vidas y no vieron a Cuba libre. Su mente estaba llena de orgullo y refirmaron sus convicciones. También se nutrió de la vanguardia intelectual del siglo XIX, sobre todo de Félix Varela.
Martí, vaticinando el nacimiento de un enemigo mucho más poderoso que España, siempre le preocupó la admiración ciega de las clases pudientes criolla el vecino poderoso. Sabe de los intereses anexionistas, pero recuerda que Varela nunca quiso la anexión, que la solución estaba en la independencia absoluta.
De Varela a Martí transcurre el siglo XIX, pero el puente ideológico es innegable. Y no es solo una cuestión emanada de las enseñanzas de la escuela valeriana que diera continuidad José de la Luz y Caballero, de la cual diría: "Nos proponemos fundar una escuela filosófica en nuestro país, un plantel de ideas y sentimientos, y de métodos. Escuela de virtudes, de pensamientos y de acciones; no de expectantes ni eruditos, sino de activos y pensadores". También sería el resultado del crecimiento del patriotismo como deber de los cubanos.
Varela y Martí estuvieron dispuestos a absorber lo mejor de la inteligencia humana y se lanzaron a cambiar el mundo; creyeron en la capacidad de los pueblos de América para alcanzar la independencia y ser dueños de sus destinos, y hasta sus últimos días pusieron sus destinos en manos de una causa mayor: Cuba.
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